sábado, 12 de septiembre de 2015

¿TOMAR EL CIELO POR ASALTO O CERCAR Y DESHABITAR EL INFIERNO?

Por el Profesor y filósofo Tomás Moreno, para la sección de Microensayos del blog Ancile, el trabajo titulado,  ¿Tomar el cielo por asalto o cercar y deshabitar el infierno?, con temática de candente actualidad y que hace vigente más que nunca aquella afirmación de Höderling que decía: lo que ha hecho del Estado un infierno sobre la tierra es que los hombres han tratado de hacer de él su paraíso, para que ustedes hagan sus propias reflexiones.



¿Tomar el cielo por asalto o cercar y deshabitar el el infierno?, Tomás Moreno, Ancile


 ¿TOMAR EL CIELO POR ASALTO 
O CERCAR Y DESHABITAR EL INFIERNO?  



¿Tomar el cielo por asalto o cercar y deshabitar el el infierno?, Tomás Moreno, Ancile


 ¿Tomar el cielo por asalto o cercar y deshabitar el infierno?  

Toda utopía comienza siendo un enorme paraíso que tiene como anexo un pequeño campo de concentración para rebeldes a tanta felicidad; con el tiempo, el paraíso mengua en bienaventuranzas y la prisión se abarrota de descontentos, hasta que las magnitudes se invierten (Milan Kundera)



En uno de sus mítines primerizos, Pablo Iglesias, el líder de Podemos, proclamaba ante sus seguidores que su intención era “tomar el cielo por asalto, y no por consenso”. Reproducía así una famosa frase que Marx escribió en una de sus cartas a su amigo Kugelman para elogiar el valor de los revolucionarios de la Comuna de París y que se inspiraba en parecidos eslóganes revolucionarios de los románticos alemanes. Esa pretensión escatológica-secular de establecer el paraíso en la tierra situaría a su formulador, de entrada, dentro del grupo de los políticos mesiánicos, de los iluminados redentores tan alejado de esa racionalidad política que constantemente proclama el líder de la nueva formación política.
Ya Hölderlin nos advertía de la peligrosidad de esas mesiánicas pretensiones y anhelos cuando en su Hyperión escribía con toda razón que “lo que ha hecho del Estado un infierno sobre la tierra es que los hombres han tratado de hacer de él su paraíso”. Y Karl Popper denunciaba esos proyectos de ingeniería social totalizantes como esas macroutopías abstractas y globales, cuyos resultados desembocaban siempre en sociedades cerradas, totalitarias. El filósofo español Fernando Savater  coincidía con el filósofo austríaco en su crítica de los utopismos totales o globales y 
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caricaturizando sus pretensiones utópicas, señalaba: “Cuando a Leszek Kolakowski, un filósofo polaco actual, le preguntan que dónde le gustaría vivir, suele responder: ‘En lo más hondo de una selva virgen del alta montaña a orillas de un lago situado en la esquina de Madison Avenue de Mannhatan con los Campos Elíseos de París en una pequeña y tranquila ciudad de provincias’. ¿Ves? Eso es una utopía: un lugar que no existe, pero no porque no hayamos sido lo suficientemente generosos y audaces para inventarlo sino porque es un rompecabezas formado con piezas incompatibles”[1].
            Pues bien, suele llamarse “utopía” a un orden político en el que predominaría al máximo alguno de nuestros ideales (justicia, igualdad, libertad, armonía con la naturaleza) pero sin ninguna desventaja ni contrapartida dañina y sin determinar los medios a emplear para su logro o consecución. En el terreno político, la utopía pretende, en opinión del filósofo donostiarra, conciliar valores inconciliables argumentando, en coincidencia con Isaiah Berlin y su politeísmo de los valores, que la libertad dificulta la igualdad, la justicia aumenta el control y la coacción, la prosperidad industrial deteriora el medio ambiente, las garantías jurídicas permiten a ciertos delincuentes escapar a su castigo, la educación general obligatoria puede facilitar la propaganda ideológica estatal etc. En la realidad de los asuntos políticos toda ventaja tiene su contrapartida y es preciso adquirir conciencia de ella.
¿Tomar el cielo por asalto o cercar y deshabitar el el infierno?, Tomás Moreno, AncileDesde un punto de vista ético, dice Savater,  el descrédito de semejantes proyectos de “non plus ultra” social es una señal de cordura y salud moral, no de conformismo. “Como proyecto –concluye Savater- es una tontería: supongo que quienes se lo recomiendan a los jóvenes como típico anhelo de su edad es porque les considera ‘bobos’. En cuanto ‘imposición’, como han demostrado en este siglo los totalitarismos (siempre con pretensiones utopistas): es el sueño de unos pocos que llega a convertirse en pesadilla para todos los demás”[2]. Como sostenía Aranguren los totalitarismos no son más que utopías cumplidas. Y lamentablemente lo malo, lo peor de las utopías es que fácilmente hacerse realidad con tal de apelar a los sentimientos, a los instintos y a los anhelos más profundos e irracionales del corazón humano, manipulándolos convenientemente con la elección de un chivo expiatorio adecuado sobre el que cargar la culpa y la responsabilidad de todos nuestros males (así ocurrió con la utopía staliniana, con la hitleriana, con la maoísta, con la de Pol Pot y ocurre con todas las utopías nacionalistas, xenófobas y tribales como nuestro tiempo nos viene demostrando).

En su libro nuestro mayor filósofo ético, propone sustituir esos proyectos o anhelos utópicos por los denominados ideales. Frente a este tipo de “utopías” totalizantes y/o totalitarias Savater recomienda y propugna los “ideales” políticos, morales, éticos, estéticos, sociales, religiosos o humanitarios, porque las utopías abstractas y globales “cierran la cabeza” y fanatizan, mientras que los “ideales” las “abren”; las utopías llevan a la inacción o a la desesperanza destructiva (porque nada es tan bueno como debiera ser) mientras que los ideales estimulan el deseo de intervenir y nos conservan perseverantemente activos; las utopías son “absolutas”, los ideales nunca son absolutos, porque han de convivir unos con otros y cada cual tiene sus propias contraindicaciones. Las utopías tratan de cambiar la condición humana ex radice, los ideales no intentan cambiar o mejorar la condición humana sino la sociedad humana: no lo que los hombres son sino las instituciones de la comunidad en que viven, porque viviendo en “sociedades mejores” los hombres nos “hacemos mejores” y por medios menos destructivos de los que alientan las utopías o los utopismos.
La utopía se propone delirantemente lograr un “Hombre Nuevo”, los ideales políticos prefieren ayudar al antiguo, a que sea más soportable, más responsable, menos bruto. No es conformismo, no es resignarse a lo “probable”, es progresista: se esfuerza por lograr lo posible, aunque sepa que no ha de ser fácil. Todos los ideales políticos son “progresivos”, cada vez exigen más. Las utopías son irracionales, visionarias, alucinadas, los ideales son decididamente racionales y tienen en cuenta la experiencia histórica, los avances científicos”[3]. Las utopías son sueños de un orden político absolutamente perfecto e inmutable en el que “todo el mundo fuese automáticamente bueno porque las circunstancias no permitiesen cometer el mal”, los ideales y los proyectos éticos, por el contrario, tienen en cuenta siempre la variabilidad, la libertad, la falibilidad y vulnerabilidad de la condición humana (“el fuste torcido de la humanidad”, en expresión kantiana) conscientes de la sustancial imperfección de la naturaleza humana[4].
¿Tomar el cielo por asalto o cercar y deshabitar el el infierno?, Tomás Moreno, AncileA esas macroutopías se refiere también José Saramago, un escritor tan poco sospechoso de posiciones reaccionarias, cuando incluso propone eliminar de su vocabulario el vocablo utopía, tal vez porque lo considere una especie de nuevo opio del pueblo que proyecta hacia un más allá ilusorio por escatológico -aunque intrahistórico e inmanente- la resolución y compensación de las injusticias nuestro Premio Nobel lusitano e hispano- es algo que no se sabe dónde está, ni cuando, ni cómo se llegará a ella. La utopía es como la línea del horizonte: sabemos que, aunque la busquemos, nunca llegaremos a ella porque siempre se va alejando conforme se da cada paso; siempre está fuera, no de la mirada, pero sí de nuestro alcance. Si alguna palabra retiraría yo del diccionario sería utopía, porque no ayuda a pensar, porque es una especie de invitación a la pereza. La única utopía a la que podemos llegar es al día de mañana. Dejemos la línea del horizonte, dejemos la utopía, no se sabe dónde está, ni cómo, ni para cuándo; el día de mañana es el resultado de lo que hayamos hecho hoy. Es mucho más modesto, mucho más práctico y, sobre todo, mucho más útil”.
            “El sueño de la razón produce monstruos” es el celebérrimo título de un grabado de Goya. En él, el vocablo sueño podemos entenderlo tanto como estado que adormece y debilita la razón como con el significado de ensoñación que apunta a la consecución de un ideal deseado o anhelado de perfección, justicia y felicidad. En ambos casos, igualmente, los resultados pueden generar monstruos paridos, en su mayoría y casi siempre, por las mentes de los utopistas. Augusto del Noce ha acuñado el semantema heterogénesis de los fines para referirse al hecho, que afecta a muchas de esas utopías llevadas impositivamente a la práctica, consistente en que a menudo nuestras buenas intenciones, al ser realizadas,  se convierten en su contrario por un extraño y azaroso mecanismo que se ha dado en llamar serendipia. Y que nuestra sabiduría popular lograría  felizmente expresar mediante el conocido refrán de que “el infierno está empedrado de buenas intenciones”. La búsqueda del Bien absoluto habitualmente nos lleva a establecer el Mal total, sin paliativos. Y, lo que es peor, casi siempre bajo la apariencia alucinada de justicia, libertad y felicidad
            El gran novelista y periodista ruso Vasili Grossman se refería a ello cuando en Vida y destino[5], su impresionante novela, nos hacía partícipes de las reflexiones del personaje ex tolstoísta Ikónnikov  sobre el Bien y su equivocidad. Ya que, según el llamado por sus compañeros yuródivi (loco santo), normalmente el bien de unos resultaba ser el mal de otros, un bien que incluía a unos pocos (“el bien circunscrito a una secta, una raza, una clase) y que excluía a muchos,  a todos “los que se encontraban más allá de tan estrecho círculo”: “Y los hombres tomaron conciencia de que se Vida y Destino, p. 513)”. Y continuaba: “Muchos libros se han escrito sobre cómo combatir el mal, sobre la naturaleza del bien y del mal. Pero lo más triste de todo esto es lo siguiente, y es un hecho indiscutible: cada vez que asistimos al amanecer de un bien eterno que nunca será vencido por el mal, ese mismo mal que es eterno y que nunca será vencido por el bien, cada vez que asistimos a ese amanecer mueren niños y ancianos, corre la sangre. No sólo los hombres, también Dios es impotente para reducir el mal sobre la tierra” (ibíd, p. 515-516). Y concluía así su impresionante reflexión:
¿Tomar el cielo por asalto o cercar y deshabitar el el infierno?, Tomás Moreno, Ancile
había vertido mucha sangre a causa de ese bien pequeño, malo, en nombre de la lucha que ese bien libraba contra todo lo que consideraba como mal. Y a veces el concepto mismo de ese bien se convertía en un látigo, en un mal más grande que el propio mal” (

Yo vi la fuerza inquebrantable de la idea del bien social que nació en mi país. Vi esa fuerza en el periodo de la colectivización total, la vi en 1937. Vi cómo se aniquilaba a las personas en nombre de un ideal tan hermoso y humano como el ideal del cristianismo. Vi pueblos enteros muriéndose de hambre, vi niños campesinos pereciendo en la nieve siberiana. Vi trenes con destino a Siberia que transportaban a cientos de hombres y mujeres de Moscú, Leningrado, de todas las ciudades de Rusia, acusados de ser enemigos de la grande y luminosa idea del bien social.
Esa idea grande y hermosa mataba sin piedad a unos, destrozaba la vida a otros, separaba a los maridos de sus mujeres, a os hijos de los padres. Ahora el gran horror del fascismo alemán se ha levantado sobre el mundo. El aire está lleno de los gritos y de los gemidos de los torturados. El cielo se ha vuelto negro, el sol se ha apagado en el humo de los hornos crematorios. Por estos crímenes sin precedentes, nunca antes vistos en la Tierra ni en el universo, fueron cometidos en nombre del bien” (ibíd, p. 516).

            La denuncia de todo ello en ningún caso significa la consagración o utopización panglosiana, ingenua y acrítica del presente, como el mejor de los mundos posibles -tal y como la crítica conservadora a la utopía parece propiciar- sino todo lo contrario. Significa realmente luchar día a día sin descanso para erradicar de la sociedad toda clase de injusticias y desigualdades y evitar en lo posible que el mal, la injusticia, el sufrimiento y el dolor prevalezcan sobre el bien y la justicia y se incrementen, en consecuencia, progresivamente.
            No se trata tanto de establecer el Paraíso en la tierra de una vez por todas, cuanto ir haciendo nuestro mundo cada vez más habitable y humano, menos infernal. Algo que ya aconsejaba Maquiavelo en carta a su amigo Guicciardini: “Creo que el verdadero modo de conocer el camino al paraíso es conocer el que lleva al infierno, para poder evitarlo”[6]. Precisamente algo muy semejante/similar a lo propugnado por Italo Calvino en “Las ciudades invisibles”. El anciano Khan, su protagonista, impaciente por los relatos de Marco Polo, que le enfrentan una y otra vez al sufrimiento y la injusticia, le pregunta a éste por las ciudades de la utopía, donde reina la concordia y todos los hombres son hermanos. Marco Polo le dice que jamás encontró una ciudad así. Entonces, insiste dolorido el Khan: ¿Sólo cabe la ciudad infernal? Marco Polo niega con la cabeza. Él sabe que ése infierno existe, pero también que hay una alternativa mejor que aceptarlo y volvernos parte de él hasta no verlo más. La misión del viajero, le dice entonces Marco Polo al anciano, es “buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar y darle espacio”[7].




                                                                                                                              Tomás Moreno





[1] En los párrafos siguientes resumimos las reflexiones al respecto de Fernando Savater Política para Amador, pp. 223-226
[2] Resumimos las reflexiones al respecto de Fernando Savater, Política para Amador, pp. 223-226.
[3] Fernando Savater, Política para Amador, Ariel, Barcelona, 1992, pp. 226-231.
[4] Fernando Savater, Ética para Amador, Ariel, Barcelona, 1991, p. 172 y ss.
[5] Editorial Debolsillo Contemporánea, trad. de Marta Rebón, Barcelona, 2009, pp. 513-521.
[6] Carta a G., 17 de mayo de 1521, en Lettere di Niccolò Machiavelli, Milán, Bompiani, s. f., p. 14.
[7] Italo Calvino, Las ciudades invisibles, Millenium, El Mundo, Madrid, 1999, p. 117.





¿Tomar el cielo por asalto o cercar y deshabitar el el infierno?, Tomás Moreno, Ancile

1 comentario:

  1. Gracias, amigo, por traer al profesor Moreno con tan interesante tema, que me toca de muy cerca, porque viví esa utopía del pretendido igualitarismo, que todavía campea en mi país natal, y que después de más de medio siglo ha devenido en paraíso de unos pocos. Muy bueno todo el artículos, las citas. Por cierto, que Italo Calvino nació en un pueblo cercano a La Habana, Cuba. Un abrazo agradecido.

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