martes, 24 de marzo de 2015

DEL RENCOR: ETIMOLOGÍA Y AVISO DE SUS PATRONES

De forma seguramente irremediable casi cualquier criatura con conciencia de sí misma y de lo que le rodea, por muy ingenua o exiliada del mundo que se tenga, habrá tenido la ocasión de experimentar el rencor, incluso de personas allegadas y fuera de toda sospecha de albergar un corazón con odio, y lo que es peor, incapaz de superar tan nefando sentimiento. He aquí, en algunas entradas, algunas reflexiones sobre tan turbador sentimiento y conducta tan nociva, para quien lo vive hacia quien(es) fuere y para quienes sufren, muchas veces inopinadamente, sus consecuencias.



Del rencor: etimología y aviso de sus patrones, Francisco Acuyo





DEL RENCOR: ETIMOLOGÍA Y AVISO DE SUS PATRONES 










LA percepción y la vivencia del rencor marcan de guisa no poco frecuente y manera harto infame no pocos momentos del tránsito de nuestra compleja, agitada, no siempre cristalina y trajinada existencia. Su singular pero siempre tosca, zafia y trivial (o tribal en muchos casos) manifestación, puede contemplarse en una amplia y muy variada panoplia de comportamientos individuales y colectivos, desgraciadamente señeros en momentos claves de nuestra historia (e intrahistoria) antigua y reciente.

Es extraordinaria y profunda la interpretación que exige la etimología de las palabras para su comprensión no sólo semántica, también para su entendimiento ideológico, moral, intelectivo e incluso psicológico. Si el participio utilizado por Lucrecio del verbo rancere se trae a colación proverbial etimológica, no se hace ni mucho menos de manera baladí, aunque la raíz más usada fuese la de rancescere (enraciar); y es que el sufijo sc de proceso acaso nos muestra una visión más cercana a la adopción semántica de la actualidad, teniendo en cuenta que el adjetivo derivado rancidus (de hedor podrido, rancio), también aplicado por los clásicos (Juvenal, Horacio…) acabaría dando forma a la manera verbal rancidare (descomponerse, estropearse, pasarse…), y que muy bien justifica el sustantivo rancor que, tan sabiamente, San Jerónimo hubo de trasladar al ámbito de la ética, emparentado con los insoportables hedores del odio rancio, si anclado en el tiempo y sin solución de disolverse.

No puedo eludir en esta liminar y apresurada exposición (siempre instructiva) etimológica aquel renquear del que arrastraba la pierna en el renco usual de la Edad Media, que muy bien pudiere derivar de la voz germánica wrankjan (torcer), y del que nos informa  y avisa Corominas, y que trae 
los ecos de nuestro rencoroso renquear del odio perpetuo que inviste y alienta la hediondez del rencor traído a evaluación en este opúsculo inopinado.

Del rencor: etimología y aviso de sus patrones, Francisco AcuyoLa vida humana, como genuina e inevitable manifestación de correspondencia entre los individuos, exige una responsabilidad con el otro (aunque sea pacíficamente crítica), desde luego basada en la libre elección de nuestras acciones; la percepción del odio enquistado (del rencor) veremos que responde a la confusión (interesada, consciente; o inconsciente, en otros casos) y a la subversión del orden –racional- necesario para aquella elección libre anunciada, y que tiene como consecuencia la reacción rencorosa por parte de quien no tiene asumida ni la libertad ni la responsabilidad respecto del otro. Mas esta resistencia obedece a una suerte de patrones –no precisamente racionales-  que acaban por ser impuestos en la sociedad y en la relación personal y que se hacen lamentablemente expresas, en la imposición cultural, ideológica… y que afectarán necesariamente al juicio y elección libre de los individuos e incluso de los pueblos. Dichos moldes [1] mas ahora nos centraremos en la relación interpersonal como fuente del amargo fruto del rencor.
mentales impiden la indagación intelectual emancipada y la independiente realización de las acciones. Nos parece que el intento de salir o vivir fuera de estos patrones por parte de algunos conlleva el rencor de determinadas personas y de grupos sociales atados de manera especial a aquellos. Hablamos en otra ocasión del fenómeno de la discriminación racial, cultural, ideológica…,

Cuando Sócrates reconocía que solo hay un bien: el conocimiento. Solo un mal: la ignorancia, muy bien deberíamos mirarnos en este apotegma como principio y espejo capital para contrastar una de las fuentes u origen de donde toman alma desventurada y cuerpo tullido y contrahecho nuestros rencores. El miedo –muchas veces travestido por intereses de la más diversa índole- a trasgredir los patrones impuestos por el entorno y por nuestra propia mezquindad resuelta a no aceptar la libertad y la iniciativa ajena, son sin duda el pábulo que mejor avitualla el nunca saciable apetito del fatuo vanidoso que, ante su frustrada petulancia en la contemplación del raro espíritu libre, creativo,  ceba el rencor hasta la extenuación de su miserable conciencia. Es claro que hay mucha ignorancia en este comportamiento. Ineptitud sujeta a los patrones del resentimiento que viven a sus anchas (por falta de juicio, sabiduría y honradez de conciencia)  en la mediocridad del individuo que los alimenta. Veremos en la siguiente entrada nuevas y verídicas aproximaciones al fenómeno vulgar y extendido del rencor, aunque solo sea para resaltar las excelencias de los pocos corazones fraternos que, por el contrario, alimentan el espíritu de otro yantar más vívido liberal y creativo; aquel nutre a los que, aun sin amor, viven enamorados.



Francisco Acuyo



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