lunes, 15 de diciembre de 2014

UTOPÍAS MAQUETAS. FÉRREA NORMATIVIDAD Y UNIFORMIDAD SOCIAL, CUARTA ENTREGA.

Entregamos en esta ocasión la cuarta parte de Utopías Maquetas, del profesor y filósofo Tomás Moreno, para la sección de Microensayo del blog Ancile, bajo el título  de Férrea normatividad y uniformidad social.


Las utopías maquetas 4, Tomás Moreno, Ancile


UTOPÍAS MAQUETAS.
FÉRREA NORMATIVIDAD Y UNIFORMIDAD SOCIAL



Las utopías maquetas 4, Tomás Moreno, Ancile


R. Ruyer ha destacado el carácter normativista de toda utopía que conlleva habitualmente un afán de imponer en todas las instituciones sociales la mayor uniformidad y homogeneidad posibles, impidiendo así el despegue de la individualidad,   la creatividad,  la espontaneidad y la autonomía humanas. La utopía es por ello mismo, en expresión de F. Laplantine, el frenesí de la organización y de la planificación. Todo en utopía se debe planificar y ordenar por parte del Estado hasta en sus menores detalles y con absoluta precisión. Sus funcionarios expertos proyectarán cuidadosamente todos los aspectos de la vida social y de la vida del ciudadano (súbdito, más bien) -desde el plano de la ciudad hasta la forma de los sombreros o  el color de los vestidos y ropajes, desde el rígido horario de trabajo hasta el menú de cada día de la semana- a fin de prevenir toda irrupción del capricho, de la fantasía humana y de la individualidad, consideradas siempre desastrosas.
El objetivo último de los utopistas, como ha señalado Miguel Ángel Ramiro Avilés, “es controlar todos los comportamientos, lo cual se alcanza mediante la aplicación estricta de las leyes ya sea fruto de la adhesión o de la ejecución forzosa”[1]. Y en el caso de que algún comportamiento haya sido omitido por las normas y esté exento de regulación, la sociedad de Utopía actúa, según Lyman Sargent, conforme a una regla general: “si el Derecho no dice expresamente que se puede
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hacer algo, no puedes hacerlo”. Se impone, así, una norma general de clausura que evita cualquier tipo de laguna jurídica prohibiendo aquellos actos que expresamente no están permitidos ni prohibidos[2].
            El ideal que el legislador y diseñador utopista procura realizar es algo que, en última instancia, es sobremanera angustiante y deshumanizador: un estado totalmente planificado y uniforme en el que los hombres no tengan identidad propia, carezcan de deseos y aspiraciones individuales o personales y todo el mundo deba actuar de la misma manera. Según R. Ruyer el utopista propugna la uniformidad -que parece dar sensación de seguridad, reducir las diferencias individuales y promover la sociabilidad, la abnegación, el altruismo- y  rechaza lo heterogéneo, la diversidad, la pluralidad; Detesta, de esta manera, todo aquello que es único y original, lo que diferencia y personaliza. Desde La República de Platón, pasando por La Ciudad del sol de Campanella, la Utopía de More o el Viaje a Icaria la de Etienne Cabet, en toda utopía se procede a una verdadera nivelación de los individuos, convertidos en simples piezas anónimas e intercambiables de una máquina escrupulosamente aceitada.
Según F. Laplantine la necesidad de mantener las sociedades utópicas fijas e inmodificables, determina tanto el estancamiento de sus instituciones y de sus relaciones sociales, como la uniformidad geométrica de su organización social, lograda siempre a decreto limpio. La pasión por la regularidad exagerada se convierte en una auténtica perversión de ese bienhechor apetito de orden, que está en la base de todo ideal político y que, asociado con la pasión del poder, puede transformarse en fuente de  tiranía, regimentación y autoritarismo. Si tratamos de comprobarlo, acudiendo a algunas de sus obras más representativas -sobre todo nos hemos centrado en este ensayo principalmente República platónica, en las cuatro más características del Renacimiento: las de More, Bacon, Campanella y Andreae[3] y en las relacionadas con el socialismo utópico del siglo XIX- veremos confirmada con creces la vigencia en la mayoría de ellas de todas estas características.
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además de en la arquetípica
En efecto, en República (y en Las Leyes) de Platón todo está regulado: la vida cotidiana estrictamente reglamentada en lo referente a fiestas, creencias, costumbres, tradiciones, hasta incluso los propios juegos infantiles y sus canciones o músicas. Se prohíbe en ella todo cambio o innovación con el fin de evitar la diversidad (poikilia). La libre iniciativa individual, la diversidad y pluralidad, así como la propia autonomía están terminantemente prohibidas; constituyen factores distorsionantes, disolventes de su perfecta uniformidad, de su orden armónico. Por eso nuestro filósofo legislador escribe al respecto:

De todos los principios el más importante es que nadie, ya sea hombre o mujer, ha de carecer de un jefe. Tampoco debe acostumbrarse el espíritu de nadie a permitirse obrar siguiendo su propia iniciativa, ya sea en el trabajo o en el placer. Lejos de ello, así en la guerra como en la paz, todo ciudadano habrá de fijar la vista en su jefe, siguiéndole fielmente y aún en los asuntos más triviales deberá mantenerse bajo su mando. Así, por ejemplo, deberá levantarse, moverse, lavarse o comer sólo si se le ha ordenado hacerlo […], en una palabra, deberá enseñarle a su alma, por medio del hábito largamente practicado a no soñar nunca con actuar con independencia y a tornarse totalmente incapaz de ello. En esa forma la vida de todos transcurrirá en una comunidad total. No hay, ni habrá nunca, ley superior a ésta o mejor y más eficaz para asegurar la salvación y la victoria en la guerra y en tiempos de paz, y a partir de la más temprana infancia, deberá estimularse ese hábito de gobernar y ser gobernado. De este modo, deberá borrarse de la vida de todos los hombres, y aún de las bestias que se hallan sujetas a su servicio, hasta el último vestigio de anarquía (Las Leyes, 942ª y sig.)[4].

En La ciudad del Sol de Campanella  el Estado regula todo, incluso las esferas más personales como veremos, desde la educación, el vestido, la comida, los viajes, el matrimonio y, por supuesto, la procreación y la sexualidad y cualesquiera otras actividades:

Al fin de cada semestre los  Maestros eligen las personas que deben dormir en uno u otro lugar, quiénes en la primera habitación, quiénes en la segunda […]. Cada función está presidida por un viejo de edad provecta y además por una anciana, quienes de común acuerdo dan órdenes a los servidores y están autorizados para golpear –o mandar golpear- a los negligentes y díscolos. Ambos vigilan y toman nota de la clase de servicio en que más se distingue cada niño o niña”.

Se trata con ello de lograr la uniformidad despersonalizadora incluso por vías genético-astrológicas:

Como la mayoría de los muchachos son concebidos bajo el signo de una misma constelación, a la que los supervisores del ayuntamiento carnal consideran lo más favorable, resultan de una misma  edad y se parecen uno al otro en fuerza, modales y aspecto externo. Esto genera una concordia perdurable dentro del estado, pues se tratan entre sí cariñosa y fraternalmente.

Así, también en la utopía de Gerrard Winstanley “habrá normas para cada acción que un hombre pueda hacer”[5]. La uniformidad de los individuos se refleja, lógicamente, en sus vestidos: la preferencia de los utopistas se inclina desde luego por los uniformes: en la república sansimoniana de Pierre Enfantin donde sus apóstoles llevaban barba y un singular atuendo: pantalón blanco, túnica azul-violeta y chaleco rojo abotonado a la espalda), blancos en la ciudad solar de Campanella, ya que en ambos casos significan pureza y se los puede oponer al rojo, que es el color predilecto de los movimientos milenaristas y revolucionarios.
Las utopías maquetas 4, Tomás Moreno, AncileEn la novela utópica de Etienne Cabet, después que su cicerone icariense le ha descrito la regimentación total de los habitantes de Icaria desde que se despiertan por la mañana hasta que llega la hora de recogerse, el visitante le interroga acerca de si una ordenación así no les parece tiránica. Explica entonces el guía, con fluidez, como si fuese la cosa más natural del mundo, que una ley así sería intolerable si la hubiese promulgado un tirano, pero no tanto cuando es adoptada por el pueblo [6]. 
Lo que no dice el guía es que no es el pueblo quien realmente la promulga y adopta libremente sino que lo hace, en todo caso, adoctrinado por la propaganda y forzado por la coerción. La Constitución, por ejemplo, fija de una vez por todas la moda: los uniformes se confeccionarán con tejidos elásticos, a fin de poder adaptarlos indistintamente a los hombres y las mujeres, a los bajos y los altos, a los delgados y los gordos. Los habitantes de utopía devienen así  “seres uniformes con idénticos deseos y reacciones, privados de emociones y pasiones”[7].
Como ha enfatizado Juan Antonio Rivera en un lúcido ensayo[8], esa pretensión obsesiva por la supresión de la individualidad y por imponer la uniformidad y la homogeneidad de todos sus integrantes, hace de la sociedad utópica una especie  de Superorganismo colectivo:

Tu utopía, Platón, se parece más que nada a un hormiguero o a una colmena, cuya forma de vida refleja un colectivismo o socialismo perfecto: la vida individual no cuenta fuera de ese ‘superorganismo colectivo’ en el que debe transcurrir su existencia[9].

Las utopías maquetas 4, Tomás Moreno, AncileSugiere así el potencial insectista que implica el modelo utópico, aun cuando Arnold Toynbee haya ido más lejos que las simples insinuaciones antropomórficas. En su Estudio de la historia [10] trata de comparar ingeniosamente la estructura social de las sociedades humanas imaginarias llamadas utopías, no sólo con la de los insectos sociales, sino también con las República de Platón, de Un Mundo feliz de Huxley y de las diversas fantasías de H. G. Wells Se diría que al atravesar los umbrales de la ciudad utópica penetramos en una colmena o en un hormiguero.
            Se propugna en ellas, en consecuencia, la primacía de lo público-colectivo sobre lo privado-individual (tanto en lo referente a la propiedad y la educación como a la familia y la sexualidad, como examinaremos más adelante). Se trata de sociedades configuradas como contrapunto exacto de lo que estaba ocurriendo en la Europa del XVI en el momento de su invención literaria-formal, donde el individualismo capitalista, la libre iniciativa y la libre empresa estaban destruyendo formas de vida seculares, tradicionales, aceptadas hasta ese momento y generando nuevas formas de vida y de organización socioeconómica de carácter capitalista, propias de un nuevo modo de producción social emergente: individualista, competitivo y antiigualitarista. (Continuará)



Tomás Moreno




[1]Miguel Ángel Ramiro Avilés, “La utopía de derecho”, Anuario de Filosofía del Derecho, 19, 2002, pp. 453-454.  Véanse también de este gran especialista español en el tema: Utopía y Derecho. El sistema jurídico en las sociedades ideales, Marcial Pons, Madrid, 2002; “Ideología y Utopía: Una aproximación a la conexión entre las ideologías políticas y los modelos de sociedad ideal”, Revista de Estudios Políticos (nueva época), Nº 128, Madrid, abril-junio (205), pp. 87-128;  “La función y la actualidad del pensamiento utópico (respuesta a Cristina Monereo)”, Anuario de Filosofía del Derecho, 21, 2004, pp. 439-461. La hiperregulación, nos informa Ramiro Avilés, no era considerada extraña en los siglos XVI-XVII porque el moderno Estado tenía que incrementar su presencia en la sociedad con nuevas instituciones y nuevas áreas de control.
[2] Ibid.
[3] Sobre las utopías del Renacimiento véase Eugenio Imaz (comp. e introducción) Utopías del Renacimiento, México-Buenos Aires, 1966;María Luisa Berneri, A través de las utopías, Proyección, Buenos Aires, 1970;  M. Eliav-Feldon, Realistic Utopias. The ideal imaginary societies of the Renaissance 1516-1630, Clarendon Press, Oxford, 1982; J. C. Davis, Utopía y la Sociedad Ideal. Estudio de la literatura utópica inglesa, 1516-1700,trad. Juan José Utrilla, FCE, México, 1985; F. Patrizzi Da Cherso, “La ciudad feliz” en Las ciudades ideales del siglo XVI, ed. y trad. E. Moreno, Sendai, Barcelona, pp. 64-83; Raymond Trousson, Historia de la literatura utópica, Viajes a países inexistentes, trad. C. Manzano, Península, 1995; Armand Mattelart, Historia de la utopía planetaria, trad. Gilles Multigner, Paidós, Barelona, 2000  
[4] Este texto platónico es citado por Karl Popper en el pórtico de su Parte I y en el capítulo VI de su obra La sociedad abierta y sus enemigos, op. cit., p. 109.
[5] G. Winstanley, “The Law of Fredom in a Platform”, The Works of Gerrard Winstanley, ed. G. H. Sabine, New York, 1965,  pp. 512- 528(Citado en Miguel Ángel Ramiro Avilés, “La utopía de Derecho”, op. cit.).
[6] E. Cabet, Voyage en Icarie, París, 1840. Cf. Thomas Molnar, El utopismo. Herejía perenne, op. cit., p. 206.
[7] Cf. M. Louise Berneri: “Journey through utopie”, Londres, 1950, p. 4.
[8] Juan Antonio Rivera, Carta abierta de Woody Allen a Platón, Espasa, Madrid, 2005, pp. 16-33)
[9] Ibid
[10] Arnold Toynbee, op. cit., tomo I, p. 276.





Las utopías maquetas 4, Tomás Moreno, Ancile

1 comentario:

  1. Muchas gracias la profesor y a ti, amigo, por traerlo a estas páginas enriquecedoras. Siempre ha existido quien nos quiere moldear a su antojoa su utópica sensación de Dios. Uno a veces se deja llevar un poco, diría que peligrosamente dejando de ser uno mismo. La diversidad es la vida. Un abrazo y felices navidades.

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