sábado, 13 de diciembre de 2014

NO LA FLOR PARA LA GUERRA

Para la sección de Poema semanal del blog Ancile hoy presentamos el poema que cierra el libro No la flor para la guerra, 1987, en primera edición, 1991 en segunda edición aumentada, y que porta el mismo título general del libro.

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No la flor para la Guerra, Francisco Acuyo, Ancile







NO LA FLOR PARA LA GUERRA




No la flor para la Guerra, Francisco Acuyo, Ancile





EL ángel de la batalla,
porque el campo evanesciera
de cuerpos sobre cadáveres,
arrastra gruesas cadenas.

De la sangre se conmueve,
no porque amigo tuviera,
sino que en viendo el infierno
tanta muerte flores mueva.

Aire recibe su cara,
que si no estremece apenas
del viento en razones tales,
nunca glaciales lo hicieran.

Murmurio sobre los sauces
desciende como la niebla,
y halcones de tanta espuma
trizas desgarran la presa.

La belicosa celada
su cabello largo ofrenda
mientras de flores el viento
guirnalda inerme se trenza.

Derrama un halo de púrpura
el gemir de las almenas,
y el hacha bebe las sombras
entre las torres sedienta.

Las luces mueven las flores
y las flores las banderas.
Banderas el caballero.
Caballero las espuelas.

Relente filtra la sangre
donde guarde entre tinieblas
mejor que en cáliz de yelo
o que en páginas de piedra.

El pie que apenas pretende
entre las flores la yerba,
desdobla cuando cansancio
el ardor de la contienda.

Heridas cubre de flores
el pecho de tal manera
que brotan en la corolas
dulce ardor y rosas negras.

De un lado deja la espada,
del otro la malla deja.
Siete palomas de nieve
sobre el brillo de una perla.

En espuma ya indolente,
sin ninguna centinela,
el crinum donde guirnaldas
ofrece su luz angélica.

(La tarde viste de púrpura
un brazo que el arco tensa.
El blanco apunta perdido.
Muy mala fortuna tenga).

Sombra o espina sigilo
ebullen desde la tierra.
Dobla paños indelebles
la noche tras su ballesta.

La espalda dando al desierto,
mariposa de la hoguera,
proyectaba temblorosa
en el suelo su sospecha.

En este instante de luces
un arcángel no refleja
su espada roja de nubes
y enarbola su cabeza.

Esmeralda entre susurros,
temerosa de gacelas,
mariposa sobre sombras,
no la flor para la guerra.

Piensa el arco en este instante
silbos tenues, turbias flechas;
soñaba, mientras, en otro
la nieve sus azucenas.

Azulada, del rocío,
simulada como niebla,
la flor desdobla el deliquio
meciéndose soñolienta

y algunas rosas del viento
cayendo arrojan sus flechas
sobre el ramo prisionero
que burlaba sus cadenas.





Francisco Acuyo








No la flor para la Guerra, Francisco Acuyo, Ancile

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