martes, 8 de julio de 2014

EL MITO DE EVA, POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO

Presentamos, para nuestra muy estimada y aclamada sección de Microensayos del blog Ancile , el trabajo del profesor y filósofo Tomás Moreno bajo el título de El mito de Eva,en dos post, en una sugerente y muy avisada exposición sobre tan interesante temática.




El mito de Eva, 1 Tomás Moreno, Ancile



EL MITO DE EVA. LA MUJER TENTADORA (I)


El mito de Eva, 1 Tomás Moreno, Ancile


1. Los Relatos del Génesis
Pocos textos han influido tanto en el pensamiento teológico y marcado tan indeleblemente la moral de Occidente como el relato del Paraíso terrenal del Génesis. Pocos arquetipos de la mujer han quedado tan grabados en el inconsciente colectivo y en el imaginario cultural occidentales como el de Eva, la primera mujer, la madre de a la humanidad, la tentadora, directamente responsable de la caída y perdición del hombre y por ello mismo estigmatizada, culpabilizada y conceptualizada como inferior a Adán, el varón.
            El prejuicio androcéntrico judeocristiano de la inferioridad de la mujer se remontaría al relato del Génesis, más precisamente a tres episodios que los exegetas y teólogos de todos los tiempos han comentado abundantemente: el episodio de la creación de Eva, el de la caída y el de la expulsión del Paraíso, hitos simbólicos, los tres, que nos remontan a los orígenes de la sociedad patriarcal, al inicio de los interdictos contra las mujeres y de la represión de lo femenino. Eva fue creada de la costilla de Adán lo que legitimaba el sometimiento de la mujer al hombre. El episodio de la Caída la hace además responsable del pecado y de la introducción en el mundo del mal, del sufrimiento  y de la muerte. Si bien Satán tentó a Eva, ésta fue quien sedujo a Adán y lo condujo a la falta[1].
El mito de Eva, 1 Tomás Moreno, Ancile
Gerda Lerner
                Escribe Gerda Lerner que "muchas de las principales metáforas y definiciones sobre el género y la moralidad de la civilización occidental arrancan de la Biblia", colección y mezcla de piezas poéticas y en prosa de diversa procedencia[2],  algunas de carácter mítico y sapiencial y otras de carácter histórico y localista. Y dentro de ella, el Libro del Génesis  es, sin duda, el que ha aportado los símbolos y metáforas más destacadas y significativas, que han definido y modelado no sólo nuestra herencia cultural en general, sino también la configuración misma de la sexualidad, de la relación entre los sexos y el género y la posición de la mujer en la sociedad occidental.
            La antigua tradición de atribuir su autoría a Moisés ha dado paso, a causa de las numerosísimas evidencias internas demostradas por la crítica formal moderna, a la aceptación de la "hipótesis documental". Ésta sostiene que el primer libro de la Biblia, tanto si se cree en su inspiración divina como si no, fue obra de varias manos distintas. Su redacción abarcó un período de casi cuatrocientos años, desde el siglo X al V a. de C. En general ahora la mayor parte de los expertos acepta que hay tres principales tradiciones de redactores y que muchas de las fuentes representan una tradición muchísimo más antigua transmitida durante siglos oralmente, que los autores recopilaron, reinterpretaron e incorporaron a la narración[3].
            Hay, pues, dos versiones distintas de la Creación en el Génesis y por consiguiente el Génesis contiene también no uno sino dos relatos distintos de la creación del primer hombre y de la primera mujer. Uno de ellos, el recogido en el capítulo inicial del libro primero de la Biblia (Génesis, 1, 26-29) data de los teólogos postexílicos (circa 400 a. C.). Es, pues, el  más reciente (se lo denomina relato sacerdotal o P, Priesterkodex). En él se relata cómo Dios creó el mundo en seis días, coronando su obra con la creación de adam[4] -esto es, la humanidad, el ser humano genérico: los hijos y las hijas de la Tierra- a su propia imagen y semejanza. La primera pareja creada, macho y hembra, es imagen de Dios: "Dijo Dios: Hagamos el hombre a imagen nuestra, según nuestra semejanza […].Y creó Dios el hombre a imagen suya: a imagen de Dios le creó; macho y hembra los creó" (Gén. 1, 26-27).
            Esta versión  confirmaría la igualdad esencial entre mujer y hombre: el ser humano es imagen de Dios y lo es no sólo en la modalidad del varón sino también en el de hembra, esto es, como hombre y mujer ("macho y hembra")[5]. Finalizado este relato, en el siguiente versículo  empieza una narración diferente de la Creación, la yahvista-elohista, escrita varios siglos antes que la versión P -antes aludida- en la que se dice que Eva fue creada "a partir de la costilla de Adán" (Gén. 2, 21).
El mito de Eva, 1 Tomás Moreno, Ancile            La historia de Adán y Eva (Génesis, 2,18-25), narrada en el lenguaje del folklore, se considera la más antigua de las dos historias, fechándose entre el año 1000 y el 900 a. C. Esta segunda historia cuenta cómo el Señor hizo un hombre con polvo de la tierra y, después de hacer todos los animales y al no encontrar entre ellos ningún compañero adecuado para Adán, sumió a éste en un sueño, sacó a Eva de su costado y la presentó a Adán como su esposa. Al verla, exclama: "Esta vez si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta se llamará varona, porque del varón ha sido tomada" (Génesis 2, 21-23)[6].
            Desde la perspectiva antropológica de G. Lerner -que resumimos aquí- el relato "mosaico" más reciente, que se dice perteneciente a la fuente sacerdotal -"macho y hembra los creó" (Gén. 1, 26-27)- sería profemenino; el relato más antiguo o tardío, procedente de la fuente yahvista-elohísta, sería por el contrario misógino o antifemenino, pues en él se dice que Dios crea a Eva a partir de la costilla de Adán (Gén. 2, 21-23). Ambas versiones o relatos, en un principio separados, se fundirían en el período post-exílico para configurar los tres primeros capítulos del Génesis.
            La crítica bíblica se ha centrado durante siglos sobre las discrepancias entre ambas versiones y los méritos de la una sobre la otra[7]. Durante cientos de años prevaleció la versión más antigua del relato de la creación, la yahvista-elohista, que subordinaría la mujer al hombre. En efecto, interpretada en su sentido más literal la creación de la mujer a partir de la costilla de Adán (una de las partes "inferiores" de Adán), mientras que él había sido creado de la tierra, parecía indicar que la inferioridad de las mujeres tenía una procedencia divina[8]. El caso es que este pasaje concreto y esa interpretación antifemenina son las que han
El mito de Eva, 1 Tomás Moreno, Ancile
penetrado de manera devastadora en el imaginario colectivo occidental, postergando a la mujer en relación con el varón y mostrando históricamente un profundo significado simbólico patriarcal.  
            Tanto los maestros judíos de la Antigüedad, como muchos cristianos después de ellos, prefirieron la ingenuidad teológica al análisis histórico o literario para explicar las contradicciones de los textos. Sea como fuere, lo cierto es que éstos han ejercido gran influencia en la definición de los valores y las prácticas relativas a las relaciones de género. Aunque sea de esperar que las interpretaciones de una composición poética, mítica y localista como el Libro del Génesis, varíen según las necesidades de los intérpretes, y aunque el texto es, sin embargo, lo bastante ambiguo como para "dejar abierta" la posibilidad de una interpretación menos misógina, parece evidente que el peso mayor de los símbolos del género recae en las interpretaciones patriarcales y, como se ha indicado antes, éstas son las que han imperado durante dos mil años[9].
La conclusión a la que llega Gerda Lerner resultaría, así, incontestable: "Las metáforas sobre el género más influyentes presentes en la Biblia han sido las de Mujer, creada de la costilla del Hombre, y Eva, la tentadora que provoca la pérdida de gracia de la humanidad. Durante dos milenios se las ha citado como prueba del apoyo divino a la subordinación de las mujeres"[10]. Y no sólo de ello, sino también como evidencia de su inferioridad moral: puesto que la costilla es un hueso curvo, deducirán más tarde algunos teólogos medievales, el espíritu de la mujer no podía ser sino retorcido y perverso.
            A esta misma conclusión llegará el teólogo dominico español Emilio García Estébanez quien en su último ensayo publicado, Contra Eva, considera que:
El antifeminismo de la Biblia es expreso y descarado; la inferioridad de la mujer y su exclusión como agente del proyecto salvífico aparece como un dato de naturaleza que no ofrece dudas; cuando, no obstante, brota algún movimiento, algún gesto que pudiera significar o conducir a la participación activa e igual de la mujer, se sofoca con dureza y se niega a la mujer clara y explícitamente esa participación; se le recuerda que debe callarse, escuchar y vivir sujeta[11].
            Para el dominico español, la Biblia, que narra la historia de la salvación humana, sería paradójicamente -desde la hermenéutica patriarcalista del texto sagrado, dominante durante casi dos milenios- el documento de la exclusión de la mujer de esa historia:
La Biblia es el libro de los varones, recoge su voz, es la historia de la revelación del Padre y del Hijo, es decir, de la conciencia masculina que alcanza en Jesús su expresión completa; no es la historia del desarrollo de la conciencia humana, la masculina y la femenina por igual; la mujer no juega ningún papel activo en esa historia, está en ella de mirona y de mandada; su intervención en esta historia de salvación queda marcada por su protagonismo en el pecado que la origina[12]. (Continuará)


                                                                                                           Tomás Moreno





[1] Ha vuelto a estar de moda referirse al mito de Eva con las sucesivas oleadas actuales del feminismo. La mujer occidental intenta captar los motivos míticos, ancestrales y religiosos de su marginación moral. El Antiguo Testamento es, ciertamente, un punto de ataque fundamental para la revisión crítica del modelo occidental de feminidad. Véase: Sonia Villegas, El sexo olvidado. Introducción a la teología feminista, op. cit.
[2] Gerda Lerner, La Creación del Patriarcado, op. cit., pp. 243-266. Después de casi un siglo y medio de estudios arqueológicos, históricos, filológicos y hermenéuticos, sabemos de la estrecha correlación entre los descubrimientos arqueológicos de las culturas del antiguo Próximo Oriente y las narraciones bíblicas: los autores y redactores de la Biblia adaptaron y transformaron materiales culturales antiguos de Sumer y Babilonia, Canaán y Egipto, y que las prácticas, leyes y costumbres de los pueblos vecinos contemporáneos quedaron reflejadas en sus narraciones. Armanda Guiducci, La manzana y la serpiente (op. cit., pp. 58 y ss.) que también hace una lectura feminista del relato, coincide en que se trata de un mito de pastores nómadas y guerreros, elaborado en la remota antigüedad, entrelazado de las presiones míticas opuestas de Oriente (Sumer, Babilonia, Fenicia, Canaán) y del continente africano. Entre Mesopotamia, Anatolia y Egipto, pueblos de Oriente y de África, se plasmó el núcleo más antiguo, cosmogónico, del pensamiento hebraico consignado en el Génesis y en la explicación de los orígenes. En la cosmogonía hebraica, como viene a decir, nos encontramos con un mito preocupado por explicar la dualidad de la presencia hombre-mujer en el mundo y de presentar a la mujer “castigada”, “deudora con respecto a Dios”, en relación con el Mal integrado en la organización del mundo
[3] Para Gerda Lerner (op. cit., p. 244) coinciden varias tradiciones narrativas en el Génesis: Yahvista, Elohista y Sacerdotal. Vulgarmente se cree que la tradición narrativa conocida por J (por el uso del término Yahvéh” y por sus orígenes judaicos) fue compuesta en el reino meridional de Judá en el siglo X a. C. La segunda, llamada E de Elohista, por la manera en que se dirige a la divinidad y porque se piensa que representa la tradición efraimita, seguramente trabajó en el estado norteño de Israel algo más tarde. En tercer lugar está la tradición P, que incluye y reinterpreta las narraciones de J y E. A pesar de que existe una enorme controversia en torno a la cronología de P, los eruditos se muestran de acuerdo en que no estamos tratando con un individuo solo, sino con una escuela sacerdotal de redactores de Jerusalén que habrían trabajado durante cientos de años y habrían completado la obra en algún momento del siglo VII a. C. Según Gerda Lerner, la interpretación actual y que parece que acepta todo el mundo es que ambas versiones o relatos de la Creación fueron escritas independientemente y que ambas provienen de un corpus de tradiciones anterior.
[4] Derivado de adamah, que significa "tierra fértil".
[5] Según Leonardo Boff se trata de un texto en el que se resalta “la igualdad fundamental de los sexos; ambos remontan sus orígenes a Dios mismo, la Realidad suprema. Dios sólo puede ser conocido por la vía de la mujer y por la vía del hombre. Cualquier reducción de este equilibrio distorsiona nuestro acceso a Dios y desnaturaliza nuestro conocimiento del ser humano, hombre y mujer” (Leonardo. Boff y Rose. M. Muraro, Femenino y Masculino. Una nueva conciencia para el encuentro de las diferencias, editorial Trotta, Madrid, 2004, p. 72).  En las versiones gnósticas, este relato sugiere que Dios Creador mismo podría tener una doble naturaleza que combinaba características masculinas y femeninas; los gnósticos, en efecto, tenderían a preferir esta versión andrógina de la divinidad. Cf. R. R. Ruether, Christianity. Sharma, 216, cit. en Sonia Villegas, op. cit., p. 18 y ss.
[6] El sentido originario de este segundo relato objetivaba mostrar -comenta L. Boff- la unidad hombre/mujer y fundamentar la monogamia. Sin embargo esta comprensión que en sí debería evitar la discriminación de la mujer, acabó reforzándola. La anterioridad de Adán y la formación a partir de su costilla fue interpretada como superioridad masculina (Masculino y Femenino, op. cit., p. 72-73).
[7] Según anotación de Gerda Lerner, la versión P recuerda al Enuma Elish, el relato de la creación mesopotámico, en detalles varios y en el orden de los sucesos. Ello podría explicar la aludida tesis andrógina de la creación –"macho y hembra los creó"-, pues reflejaría la influencia de las ideas religiosas mesopotámicas. Algunos intérpretes han intentado extender esta resonancia andrógina a la versión J al señalar que la palabra hebrea adam, que significa género humano, equivale al término genérico de humanidad, que incluye a hombres y mujeres, y que escribir en mayúsculas el nombre de Adán es un error posterior fundado en supuestos androcéntricos.
[8] Para Armanda Guiducci (op. cit.) la dualidad en el mito hebraico se representa como una escisión, o más bien una cesión, por parte del hombre, de su propia riqueza vital. El hombre es una totalidad tan “plena” que puede ceder una parte de sí mismo (una mísera costilla) sin perder nada. Aquí reside la profunda diferencia entre el mito grecoplatónico del ser original que se parte en dos mitades exactas, y el mito hebraico, elaborado en el medio cultural más limitado de las tribus nómadas y pastoriles  de Asia y del Islam, que mantiene, en cambio, una relación de pequeña parte con el todo. A través de la costilla de Adán se produce la línea de ruptura que separa el Mundo de las Madres del Mundo de los Padres y se denuncia un total trastocamiento de culturas, un cataclismo remoto de valores. Y esta línea de ruptura –como el hundimiento de un pliegue subterráneo- atraviesa incluso los mitos griegos más arcaicos, ricos en choques con el Oriente prehistórico. Y, al igual que el parto producido en el costado de Adán, a lo largo de esa ruptura emerge una serie de divinos partos masculinos: entre horribles gritos Atenea nace de la cabeza de Zeus; del falo de Urano, cortado y lanzado al mar, nace Afrodita, mientras otras criaturas nacen del muslo o incluso de la rodilla de un dios varón.
[9] En los mitos de la Biblia característicos de una sociedad patriarcal y pastoril domina la interpretación patriarcal: se trata de una sociedad patrilineal en la que la línea familiar se sigue a través del padre. En este modelo de familia la figura prócer, a gran distancia de cualquier otra, es el padre; la segunda el hijo primogénito. La esposa no tiene relieve, se la puede repudiar casi por capricho; y la hija sólo cuenta como valor relativo, como una desgracia familiar (Cf. Eclo., 42, 9-14). Pero no sólo el linaje sino que la misma procreación se había convertido en un acto masculino: los hijos siempre son los hijos de los padres y que las diferentes interpretaciones feministas que unas mujeres han realizado durante los últimos siete siglos han sido hechas contra una tradición que se ha parapetado y cuenta con una aprobación teológica que viene de antes del cristianismo. Cf. Gerda Lerner, op. cit., p. 277.
[10] Ibíd.,  p. 270.
[11] Contra Eva, Melusina, Colección Circular, España, 2008, pp. 114.
[12] Ibid. Tanto para G. Lerner como para G. Estébanez la matriz ideológica de la supuesta inferioridad y subordinación de la mujer -vigente en nuestra tradición cultural durante más de dos milenios- encuentra su asiento y apoyo en estos textos del Génesis analizados.



El mito de Eva, 1 Tomás Moreno, Ancile

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