sábado, 29 de junio de 2013

EL JUICIO DE SÓCRATES, POR TOMÁS MORENO

Traemos en esta ocasión a una de las figuras estelares de la filosofía e todos los tiempos, Sócrates, y será la mano avisada de nuestro insigne colaborador Tomás Moreno, profesor, filósofo y amigo habitual de nuestra sección Microensayos del blog Ancile.


Momentos estelares de la filosofía: el juicio de Sócrates, 1 El filósofo en la ciudad, Tomás Moreno, Ancile



 MOMENTOS ESTELARES DE LA FILOSOFÍA: 
EL JUICIO DE SÓCRATES.
 (Iª. EL FILÓSOFO EN LA CIUDAD).



Momentos estelares de la filosofía: el juicio de Sócrates, 1 El filósofo en la ciudad, Tomás Moreno, Ancile




"Matar a un hombre para defender una causa no es defender una causa, es matar a un hombre" (Sébastien Castellion,  De haereticis, an sint persequendi (1554)[1].

Dentro de nuestro Café filosófico Zetesis, abordamos, como ya sabéis, además de cuestiones filosóficas de interés y de otras específicamente relacionadas con algún filósofo o problema filosófico, toda una serie de episodios que hayan sido susceptibles de cierta polémica o divergencia a lo largo de la historia de la filosofía o que constituyan un momento estelar o memorable de la misma[2]. Hoy, hemos elegido para su debate y discusión un tema que reúne ambos requisitos: por una parte, el interés de la figura elegida, enigmática y contradictoria como pocas, y, por la otra, la elección del episodio más dramático de su vida que, sin duda, constituye objeto de controversia y, al mismo tiempo, es considerado uno de los momentos estelares de la historia de la filosofía occidental. Nos referimos, claro está, al Juicio de Sócrates.
            Espero que las sesiones sean de vuestro interés. Y sin más preámbulos comenzamos la primera. En esta ocasión, los intervinientes fundamentales en el diálogo o coloquio somos cinco profesores: un filósofo, un historiador del mundo Antiguo, un filólogo clásico helenista, un profesor de ética y un politólogo. 
FILÓSOFO.-Si existe algún acontecimiento estelar en la historia de la filosofía occidental, nadie dudará que el Juicio de Sócrates es uno de ellos y que representa, si no el acta misma de su fundación (su titularidad se remontaría a los llamados Presocráticos), uno de los momentos en que el espíritu humano toma conciencia de la estrecha vinculación de la filosofía con la ciudad, con la polis, y con los problemas ético-políticos que se derivan de la compleja y siempre problemática convivencia humana. Se trató, en verdad, de un momento paradigmático, que troquelará con perfiles indelebles el devenir mismo de la cultura occidental.
            Y ese momento, tiene como protagonista a un anciano filósofo ateniense, famoso por su callejear constante, dialogando y debatiendo con todo aquel conciudadano que saliese a su encuentro, sobre lo divino
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y lo humano, sobre las cosas más nobles y excelsas y sobre las más humildes y cotidianas, y cuestionando sistemáticamente los dogmas y las verdades establecidas en la Ciudad o -como diríamos hoy- lo “políticamente correcto”. Ese anciano e itinerante filósofo fue Sócrates.
            Figura proteica y complejísima, cuya doctrina y personalidad han sido históricamente objeto de profundas controversias. Señalemos cómo entre los autores que tratan de su figura y personalidad abundan aquellos que nos la presentan como un problema (F. Nietzsche[3], V. De Magalhaes Villena[4]), como un enigma o un mito (F. H. Spiegelbert y B. Q. Morgan y A. H. Chroust[5]) o como personificación de una paradoja (G. Vlastos)[6]. Y cómo nos han mostrado las más diversas, y aún contradictorias, imágenes del maestro ateniense. Es, por ello, necesario que, antes incluso de trazar un perfil biográfico del mismo, conozcamos someramente el contexto histórico social y cultural en el que va a desarrollarse su vida, su actividad pensante y su enseñanza. Cedo la palabra a nuestro historiador del mundo clásico quien, estoy seguro, podrá pergeñar brevemente ese contexto.
HISTORIADOR.- Con mucho gusto, profesor. Lo más significativo del mismo es que la juventud de Sócrates coincide con la época de esplendor de la Atenas de Pericles[7]. Desde las victorias griegas de Maratón (490 a. C.) y Salamina (480 a. C.) contra los persas, hasta la Guerra del Peloponeso (431-404 a. C.) transcurren unos cincuenta años de paz y prosperidad. Se embellece la ciudad, se edifica el Partenón; se desarrollan el comercio y la industria artesanal, etc. Atenas se ha convertido en el centro económico y cultural de toda Grecia. Con el comienzo  de la Guerra del Peloponeso (en el 431[8]), en la que tomará parte Sócrates, entre las coaliciones formadas por Atenas-Corcira y Esparta-Corinto, va a iniciarse una época turbulenta que comportará, más tarde, la crisis de la democracia y de la misma Polis ateniense.
            En el 411, tras violentas convulsiones políticas, cae la democracia y el poder pasa a manos de "los cuatrocientos tiranos" y, poco después, en el 404, "de los treinta tiranos" quienes, apoyados por Esparta, ejercen una sangrienta dictadura. El terror oligárquico acaba en el 403 con la revolución democrática. Pues bien, esta revolución coincide con el final de la vida de Sócrates, quien será víctima propiciatoria para saldar viejas cuentas políticas.
FILÓSOFO.- Trazado así el marco en el que va a desarrollarse su vida, es pertinente pergeñar algunos datos de su biografía. Sócrates (470-399) nace en Atenas, en el demo de Alópeke, hijo de Sofronisco, artesano escultor, y de Fenáretes, de oficio partera. Parece que disfrutó durante su vida de una modesta renta anual (unas 70 "minas"), heredada de sus padres, lo que le permitió vivir sin "trabajar" -como era propio de todo buen ciudadano- y sin excesivas preocupaciones económicas. Participó en la Guerra del Peloponeso como hoplita. Casó con Xantipa y tuvo un hijo, Lamprocles.
             Parece que en su juventud estudió astronomía, matemáticas y música; escuchó las lecciones de Arquelao, discípulo de Anaxágoras, y se sintió preocupado por las cuestiones cosmológicas y de filosofía natural. Pudo también conocer las enseñanzas de Zenón, Parménides, Empédocles y Alcmeón de Crotona. Es seguro que se relacionó con los sofistas en su período de su juventud: Protágoras, Hipias, Pródico y
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Trasímaco. Wilhelm Nestle afirma que Sócrates se encuentra respecto a la Sofística en una situación parecida a la de Kant respecto a la Ilustración: es al mismo tiempo su culminación y su superación[9].
PROFESOR de ÉTICA.-  Ciertamente, la relación de Sócrates con la sofística fue asidua y controvertida[10]. En efecto, poco antes de iniciarse la guerra del Peloponeso, en el 434, Sócrates comenzó su enseñanza aparentemente como un sofista más (Aristófanes, en sus comedias, nos lo ridiculiza como tal). Pero, en verdad, Sócrates no lo era: tenía de ellos su anarquismo, su rebeldía, su arrogancia y su gusto por la discusión o argumentación dialéctica, así como su capacidad persuasiva, pero se diferenciaba de ellos en que no era un profesor mercenario y en que buscaba la verdad ("aletheia") más allá de la opinión de la mayoría (“doxa”), utilizando en su indagación la fuerza del argumento racional (no era un "misólogo" como, según Platón, eran los sofistas): "¿Qué nos importan” -dijo en cierta ocasión- “las opiniones de los otros, aunque sean la mayoría? Lo importante es lo que tú y yo en nuestro coloquio, razonando, concluyamos".    
            Sócrates desprecia y repudia, pues, la pedagogía mercenaria y la frivolidad intelectual de los sofistas. Sus enseñanzas, por el contrario, están impulsadas por el amor a sus jóvenes discípulos y por su pasión por el autoconocimiento y por la reflexión intelectual y el autoexamen: "Una vida sin examen (“zetesis”) no es digna de ser vivida por un hombre"[11] ("Apología de Sócrates"[12]),.  era su más querida máxima. 
            El punto de partida de su enseñanza fue eminentemente ético-moral[13]: el filósofo toma conciencia de la ruina y decadencia moral de la polis ateniense y atribuye esa crisis a las corruptas, frívolas y disolventes doctrinas sofísticas. Desengañado, por otra parte, de las ya agotadas especulaciones cosmológicas de los últimos presocráticos, que con Anaxágoras habían desembocado en un burdo "mecanicismo", Sócrates decide orientar sus investigaciones y reflexiones al tema ético y antropológico: a la búsqueda de las "ethikás aretás" (virtudes éticas). Y esas "ethikás aretás" nada tienen que ver con la "areté política", tal y como preconizaban los sofistas, sino con la "areté" del alma, con la búsqueda de la propia perfección moral interior: "therapéia tés psychés", el "cuidado de las almas", podría ser el lema inspirador de su doctrina ética y de toda su enseñanza filosófica y moral.
            Pero no por ello su doctrina se desentendía de la “política” en sentido estricto: para Sócrates la verdadera política se sustentaba en la ética de todos y cada uno de los ciudadanos. Sócrates se proponía, pues, hacer mejores a sus conciudadanos, induciéndoles a "conocerse a sí mismo", a la práctica de las virtudes (la piedad, el valor, la honradez), a "preferir sufrir injusticia antes que cometerla" (Gorgias) y, en fin, a preferir los bienes espirituales y de la interioridad humana por encima de los bienes del cuerpo: el poder, las riquezas o el placer.
            La misión que se impuso a sí mismo fue, pues, formar y despertar la conciencia de los atenienses, haciéndoles tomar conciencia de las cuestiones éticas y morales, necesarias para la regeneración moral de la polis (la ciudad) y volcar su atención sobre ellas. La Apología de Sócrates (Platón) es, sin duda, la mejor exposición de su doctrina moral, la mejor síntesis de su enseñanza y la mejor defensa y justificación del papel o función (radicalmente "crítica") de la filosofía y del filósofo en la sociedad[14].
            En ella, Sócrates llega a comparar su relación con la ciudad como la existente entre el tábano[15] y el caballo, cuyo constante aguijonamiento impide que se duerma o amodorre. Así nos lo refiere Platón, poniendo en su boca estas palabras: “Pues si me matáis no encontraréis otro como yo, al que Apolo ha puesto como un tábano que picase a un caballo de sangre, pero algo perezoso, para mantener despierta a la ciudad, sin perdonar a ninguno con mis continuos sermones. Vosotros, pues, podéis matarme, si os dejáis convencer por Anito; pero luego, a no ser que el dios os enviase otro que me sustituyera, os entrará un sueño eterno, un sopor inabarcable” (Apología de Sócrates).
FILÓSOFO.- Quiero recordar en este momento y en apoyo a lo dicho por nuestro profesor de ética, algo que ya saben todos Vds.: que Sócrates no escribió nada y que su enseñanza fue exclusivamente oral.
George Steiner, el gran pensador austríaco-francés y profesor de Cambridge, nos lo ha recordado recientemente en un maravilloso libro, Lecciones de las Maestros, mostrándonos cómo la oralidad, la palabra hablada, antes que la escritura era parte integrante y esencial del acto de la enseñanza[16]. En ese libro establece un bello parangón entre Sócrates y Jesús, ambos Maestros, ambos ágrafos. Con explícito humor e ironía al referirse a su forma de enseñanza escribe lo siguiente:
“Un buen maestro, pero no publicó”: éste es el final de un macabro chiste de Harvard sobre Jesús de Nazaret y su falta de condiciones para ser profesor titular. En el trasfondo se oculta un hecho trascendente. Ni Sócrates ni Jesús confían sus enseñanzas a la palabra escrita. Sólo en dos ocasiones, a través de Platón, recurre el maestro a la consulta de un rollo; en ninguno de los dos casos es él su autor”. [En el caso de Jesús] “la única y enigmática excepción aparece en Juan 8, 1-8. Interrogado por los fariseos acerca de una mujer sorprendida en adulterio, “Jesús se inclinó, y con los dedos escribió en el suelo, como si no los oyera”. Lo hace por segunda vez después de su radiante desafío: El que esté libre de culpa, que tire la primera piedra”. No se nos dice nada de lo que escribió en la arena ni en qué lenguaje estaba escrito[17].
            Me gustaría, después de esta aleccionadora anécdota, que alguno de vosotros nos explicara el método utilizado por el Maestro ateniense para exponer su enseñanza moral.
FILÓLOGO.- Puedo intentarlo yo mismo. Sócrates utilizó, ya lo sabéis, como método la Mayéutica, esto
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es el "arte de la partera": arte de alumbrar una nueva vida, ayudar a dar a luz. Pero conviene que, para su correcta comprensión, utilicemos sus propias palabras. Les leo el texto:
"Mi arte de hacer dar a luz –decía el maestro Sócrates- se parece a estas parteras, pero se diferencia en que yo asisto a los hombres y no a las mujeres y en que examino las almas y no los cuerpos. Ahora bien, lo más grande que hay en mi arte es la capacidad de poner a prueba si lo que engendra el pensamiento del joven es algo imaginario y falso o genuino y verdadero (…) muchos me reprochan que siempre pregunto a otros y yo mismo no doy ninguna respuesta por mi falta de sabiduría (…) Y es evidente que no aprenden nunca nada de mi, pues son ellos mismos y por sí mismos los que descubren y engendran muchos pensamientos bellos" (Platón, Teeteto, 148e-150d).
            Como todos conocéis, el arte mayéutico socrático se valía de un método de interrogación peculiar, mezcla de mordacidad y capacidad de cuestionar evidencias, cuyo ingrediente fundamental era la ironía (de ieromai, “interrogar” “preguntar” y eironéumai, “disimular” “fingir”, esto es: “interrogar simulando”) que comenzaba siempre dirigiéndose a su interlocutor de esta manera: “Tú x, que eres tan sabio… ¿podrías decirme en qué consiste…?”. Lo que simulaba o fingía Sócrates era “ignorancia” respecto de la cuestión y del arte u oficio que decía saber y aun dominar su interlocutor…
FILÓSOFO.- Tal vez por ello, querido colega, Sócrates solía afirmar “Yo sólo se que no se nada”. Esto es, mostraba una actitud de ignorancia para intentar buscar la verdad dialógicamente, con la ayuda del otro. Actitud metodológica, más que espontánea, que habría de ser extraordinariamente fecunda a lo largo de la historia de la filosofía. A bote pronto -por utilizar la vulgar expresión- recuerdo que esa actitud se encuentra en Nicolás de Cusa -filósofo cristiano del siglo XV- y en su concepción de la filosofía como “docta ignorantia”, en el escepticismo de Montaigne (¿que sais-je?), en la duda cartesiana. Friedrich Schlegel del siglo llegaría también a afirmar socráticamente: “Cuanto más se sabe, más se desea aprender. Con el saber crece paralelamente la sensación de no saber, o mejor dicho, de saber que no se sabe”-. E incluso algunos podrían decir que su método mayeútico es un precedente del método psicoanalítico de Sigmund Freud.
            La mayeútica consistía, pues, en una serie de preguntas e interrogaciones dirigidas, normalmente, a ayudar a descubrir o iluminar “la verdad" (olvidada pero latente en espera de su recuerdo) en la mente de sus interlocutores. En otras ocasiones tendentes a enredar o desenmascarar la ignorancia y la petulancia de sus adversarios -los "oficialmente" "expertos" o "sabios"- esto es: de los sofistas, políticos, retóricos, poetas, artesanos etc., de su ciudad.
            En este segundo caso, es la "ironía" socrática -mostrarse "ignorante", fingir aceptar las opiniones del "otro" hasta reducirlas al absurdo, mostrando así su sinsentido- arma invencible de su "dialéctica". Preguntando continuamente, y aludiendo a su lúcida "ignorancia" ("Yo sólo sé que no se nada"), Sócrates lograba vencer o convencer en todas las disputas y discusiones en las que intervenía. Su método era, pues, interrogativo, no afirmativo: una sabiduría de preguntas, no de respuestas.   
HISTORIADOR.- “Al que dice la verdad regálale un caballo, lo necesitará para huir”, dice una sentencia árabe. Sócrates no necesitó ni quiso huir de su ciudad pero ciertamente su  amor por la verdad hizo que  muy pronto se granjeara el recelo, cuando no la hostilidad de la mayoría. Fue, en consecuencia, un hombre de "minorías", no de masas. Consagró su vida a la formación de un grupo selecto de jóvenes discípulos y amigos: Antístenes, Alcibíades, Crítias, Fedón, Platón, etc.
            Pero fue también una "maraña de contradicciones". A través de las obras de Platón y de Jenofonte, sobre todo, nos ha llegado su retrato físico y moral: Sócrates es "sobrio" y "austero" (viste de manera desaliñada, descalzo, pobremente) pero, constantemente acude a banquetes y bebe con sus jóvenes y ociosos amigos; ama la "verdad" y la "discusión" honesta, pero siempre tiene que vencer en cualquier disputa, incluso utilizando argucias o cualquier tipo de medios, no siempre lícitos, para conseguirlo; es extremadamente racional, su lógica es "gélida", decía Nietzsche.
            Pero, a la vez, en su comportamiento revela aspectos de una personalidad algo desequilibrada: sufre, a veces trances catalépticos de origen histérico, confía en los "oráculos" y en los "sueños premonitorios" o "admonitorios", alude, frecuentemente, a un "daimón" individual o "espíritu guía" (que según algunos no es sino la personificación de sus impulsos irracionales). Aspectos, todos ellos, poco conciliables con esa pretendida objetividad racionalista. Es pobre y sencillo en el vestir, pero nunca reservado ni humilde; al contrario: se muestra corrosivo, cáustico, muchas veces orgulloso y altivo; acepta sin dudarlo un momento lo que la Pitia del Oráculo de Delfos había dicho de él que era "el más sabio de los hombres".
            Su físico parece ser que era poco agraciado, casi grotesco, muy feo, feísimo. Jenofonte nos lo describe con nariz chata y respingona, miope, ojos saltones, tripudo, grueso, cabeza grande, toscamente vestido y muy "callejeador". El retrato que Platón nos deja en sus "Diálogos" por ejemplo en "El
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Platón, según Rafael
Banquete
"[18] y en boca de Alcibíades, no difiere demasiado del anterior en cuanto a su perfil físico. Cuenta que cuando el retratista Zopiro encontró a Sócrates, viendo su rostro lo declaró "imbécil de nacimiento", inculto e incapaz de perfeccionarse. La gente se echó a reír; pero Sócrates le contestó: "Ese era, efectivamente, mi "natural". Pero yo lo he reformado por la educación". En otra ocasión lo compara con los "silenos" por fuera burlescos, dignos de mofa, pero por dentro "llenos de dioses".     
            Resulta bastante sorprendente que en una cultura "misógina", en la que se rinde culto a la belleza masculina, a la armonía y a la perfección estética, un hombre de las características físicas de Sócrates, pueda haber sido tan admirado y tan apasionadamente amado por sus discípulos y por la juventud "elegante" de la Atenas de su tiempo. Su magnetismo y capacidad de fascinación seguro que no se debieron a su peculiar fisonomía, sino a su admirable personalidad espiritual, a su "belleza moral" (Alcibíades). PROFESOR DE ETICA.- En relación con lo que acaba de exponer nuestro historiador no puedo estar más de acuerdo. También en la interpretación de su doctrina ética -la ética intelectualista- las opiniones han sido de lo más divergentes. Para Nietzsche, por ejemplo, el intelectualismo ético socrático, con su ecuación antigriega Razón=Virtud=Felicidad, -"aquella ecuación", escribe, "la más extravagante que ha existido, que tiene particularmente contra sí todos los instintos de los antiguos griego"[19]- constituye una auténtica "perversión" de la "moral señorial" de los antiguos griegos, que arruinó la concepción trágica del mundo heleno. Representaba el triunfo del espíritu apolíneo frente al dionisíaco; una hipertrofia de lo racional contra lo vital e instintivo.
            Nadie, pues, tan cruel como el filósofo germano en su apreciación de Sócrates. En "El ocaso de los ídolos" (capítulo: "El problema Sócrates") el filósofo de Roecken llega a preguntarse si Sócrates era verdaderamente un griego, si no representa, más bien, al "criminal típico", por su "fealdad y maldad raquíticas":
"Todo en él es exagerado, bufo, caricaturesco; y al mismo tiempo lleno de escondrijos, de segundas intenciones, de subterfugios"[...] "monstrum in fronte, monstrum in ánimo": "si la fealdad es para nosotros una objeción, para los griegos era una refutación"[20].
Llegará, incluso, a responsabilizar al maestro griego de la decadencia de la cultura occidental, de nihilista negativo y de corruptor de la filosofía occidental.
            Por su parte, Hegel va a destacar en Sócrates, precisamente aquello que Nietzsche repudiaba, rechazaba y despreciaba: su intelectualismo ético, su apelación a la interioridad y a la conciencia (su "daimon" privado) a la hora de tomar una decisión para su vida. Una doctrina ética que representaba la emergencia de la autoconciencia moral occidental, de la "subjetividad infinita". Con Sócrates, viene a decir Hegel, se produce la proclamación más clara y contundente del pensamiento individual, del despertar de la libertad de la conciencia humana, como algo que se justifica sólo ante sí misma, desde la propia interioridad personal[21].
            Se trató, pues, de un descubrimiento verdaderamente revolucionario, subversivo: la verdad y el bien residen en la interioridad de la conciencia, dentro de sí y se alcanzan de manera autónoma. Los dioses, los oráculos, la tradición (el "Nomos"), son "sustituidos" por la propia conciencia individual como fuente o criterio último de moralidad. Con Sócrates pasamos definitivamente de una "cultura de la vergüenza" a una "cultura de la culpa" (por usar la terminología de la antropóloga estadounidense Ruth Benedict), de una ética heterónoma de carácter social a una ética autónoma de la interioridad y la responsabilidad personales.
            La ruptura "Ethos-Polis" se ha consumado: la eticidad es ya una pura cuestión de la interioridad individual y no una imposición social, política o cultural. Sócrates es, por lo tanto, el descubridor de una "nueva eticidad", ya insinuada en los Sofistas, Tucídides, Eurípides, que se oponía radicalmente a la vigente en la Atenas de su tiempo, expresada en la ecuación "Ethos=Polis" y en la que no había más ética que la subordinación o sometimiento del individuo a los imperativos ético-políticos del Nómos de la Polis y en el que la virtud privada y la virtud pública, el buen individuo y el buen ciudadano coincidían plenamente.
            Pero, más allá de esta revolucionaria aportación ético-intelectual de Sócrates es, precisamente, con ocasión de su proceso, juicio, condena y ejecución donde, como veremos, su figura alcanzará niveles inigualables de nobleza, dignidad y ejemplaridad. (Continuará)


                                                                                                                       Tomás Moreno




[1] Palabras escritas por el reformador y humanista francés, a propósito de la ejecución en la hoguera, en  Ginebra, de Miguel Servet por orden de Calvino (1553).
[2] El título de este diálogo se inspira en el famoso libro Momentos estelares de la humanidad del inolvidable escritor vienés Stefan Zweig (1881-1942): “Los he denominado así -escribía nuestro autor-, porque, resplandecientes e inalterables como estrellas, brillan sobre la noche de lo efímero”.
[3] Friedrich Nietzsche, El problema Sócrates en "El ocaso de los ídolos", Cuadernos ínfimos, Tusquets Barcelona, 1972.
[4] V. De Magalhaes Villena, "Le probleme de Socrate", 2 vol., París, 1952.
[5] A. H. Chroust, "Socrates. Man and Myth", Londres, 1957.
[6] G. Vlastos, "La paradoja de Sócrates", Revista de Occidente, 2ª época, IV (enero-marzo, 1964).
[7] Véanse, por ejemplo, los estudios sobre Sócrates de A. Tovar, "Vida de Sócrates", Revista de Occidente, Madrid, 1947; A. E. Taylor, "El pensamiento de Sócrates", F. C. E., México, 1961; F. M. Cornford, "Antes y después de Sócrates", Ariel quincenal, Barcelona, 1980; A. Gómez Robledo, "Sócrates y el socratismo", México, 1966.
[8] En adelante sólo citaremos el año, se entiende que todas las fechas remiten al siglo V ante de Cristo.
[9]  "Historia del espíritu griego", Ariel, Barcelona, 1961.
[10] Véase: A. Alegre, "La sofística y Sócrates", Barcelona, 1986.
[11] Cfr. Martha C. Nussbaum, "El autoexamen en Sócrates", en "El cultivo de la humanidad. Una defensa de la reforma en la educación liberal", Editorial Andrés Bello de España, Barcelona 2001, pp. 37-77.
[12] Platón, "Apología de Sócrates", editorial Alhambra, Madrid, 1985.
[13] Cfr. N. Bilbeny, "Sócrates. El saber como ética", Península, 1998.
[14] Véase al respecto: Rafael del Águila, "Sócrates furioso. El pensador y la ciudad", Anagrama, Barcelona, 2004.
[15] Tábano: insecto semejante a la mosca pero de mayor tamaño, que produce fuertes picaduras (vulg.: mosca cojonera).
[16] Gerge Steiner, Lecciones de los Maestros, Siruela, Barcelona, 2011, p. 18. Y lo expresa así: “El maestro habla al discípulo. Desde Platón a Wittgenstein, el ideal de la verdad viva es un ideal de oralidad, de alocución y respuesta cara a cara. Para muchos eminentes profesores y pensadores, dar sus clases en la muda inmovilidad de un escritorio es una inevitable falsificación y traición”(Ibíd, p. 18).
[17] Ibid, p. 40.
[18] Platón, "El Banquete", Alianza editorial, Madrid, 1989.
[19] Friedrich Nietzsche, "El ocaso de los ídolos", op. cit.
[20] Ibid.
[21] Cfr. F. Hegel, "Lecciones sobre historia de la filosofía", F. C. E., México, 1955.




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2 comentarios:

  1. Muy interesante. Para mí ha sido una lección sumamente ilustradora. Mi idea de Sócrates ha quedado esbozada y esperando más. Muchas gracias al profesor y a Acuyo por traer este tema. Abrazos.

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  2. Excelente tema, interesantíma exposición de los integrantes del Café Filosófico Zetesis. Espero con ansias la próxima entrega y comparto este blog en las redes sociales.
    Muchas gracias por la calidad de las contribuciones.

    Un cordial saludo.

    Jeniffer Moore

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