lunes, 17 de diciembre de 2012

GABRIEL MIRÓ Y SUS FIGURAS DE BELÉN


Me pareció muy oportuno recoger este maravilloso fragmento de las Figuras de Belén, concretamente el que abre el libro, de Gabriel Miró, para estas fechas. Aunque pudiera traerse a colación en cualquiera otra, pues encajaría muy apropósito para el paladar más exigente de la más excelsa narrativa, tal es la calidad y belleza de su texto. Es sin duda uno de los narradores favoritos de quien suscribe estas líneas siempre breves (y demasiado apresuradas) para encabezar las respectivas entradas del blog Ancile. La delicadeza descriptiva, el rigor expositivo, la pulcritud de su relato y la vertiginosa y opima estofa de sus inventarios y detalles expositivos, hacen de Gabriel Miró uno de los más grandes escritores de todos los tiempos. Lástima que no se le traiga a cotejo y referencia con mucha más asiduidad de la debida. Desde aquí invito a la lectura de sus obras inmortales para quien no haya tenido ocasión de entrever siquiera la sublimidad de su obra. También a la relectura del más avisado, porque sabe sin duda del deleite extraordinario que supone el disfrute de su eximia producción literaria.


Gabriel Miró y sus Figuras de Belén,





FIGURAS DE BETHLEHEM

(FRAGMENTOS)

BETHLEHEM




Gabriel Miró y sus Figuras de Belén,


BETHLEHEM sube por dos alcores de laderas plantadas. Tiene una claridad fresca, nítida, salina; una blancura de vallados, de cenáculos, de cisternas, de sepulcros y hornos. Sus viviendas se cuajan de sol como las celdillas de las mazorcas y de los panales.
El cielo de su lado recibe un vaho de cal de las rampas y casas. Parece que exhale una pulverización de molino harinero. Tierno, juvenil, luminoso, está desvalido en las torvas soledades de los montes de Judá.
Bethlehem se ha quedado solo en su alegría y su gracia aldeana. Le rodea una tierra huesuda y convulsa. Sobre sus terrados y vergeles, respira la boca amarga y llameante del desierto; pasa el aletazo caliente del siroco, el gâdim de la Biblia.
Gabriel Miró y sus Figuras de Belén,
De las bóvedas de los muros, de los portales del «Karvan»-parador y corral de caravanas y ganados-, del júbilo del ejido y de los huertos, salen las sendas impetuosas y joviales, pero se van desollando y hundiendo, trocándose en torrentes areniscos, en «wadis» y ramblas; desaparecen en las quebradas y losas. Los montes se rasgan en una hoz; el silencio cría su ámbito; es como una destilación de tiempo inmóvil. Y las sendas de Bethlehem, aunque se rompan y se cieguen, no dejan su jornada: renacen más lejos, brincando desnudas. Semejan esperar al caminante; Y le miran y le sonríen convidándole a seguir. Tornan a su retozo, y se tuercen como si se volviesen para saber si el hombre se fía de su promesa. Su promesa será llevarle a una porción agrícola: la viña y las higueras que se agarran a una cuesta calcárea, recogida y tibia; los escalones de bancales de cebada y avena: con márgenes de pedernal para que el terrazgo no se derrumbe; un valle, tierno entre lo abrupto; una meseta labrada; un redil en el frescor del pasto; un cañaveral, unas palmas y un pozo que, al removerle la piedra que lo cubre, se queda resonando de onda en onda y abre su mirada trémula y azul...
Donde haya un rodal hospitalario para el cultivo, allí cavará obstinadamente el azadón israelita; la uña de la reja penetrará hasta que toque la roca; la besana se plegará en la ladera dejándole su esfuerzo y su paz.
De sus mismos enemigos recoge el israelita las enseñanzas de labrador. Mientras cuece ladrillos para los faraones en la tierra empapada de Gessén, aprende el cuidado primoroso de los huertos: trae a su casa los métodos rurales de Cannan; y las familias que queden del cautiverio de Babilonia y vuelvan al «país», proseguirán el trabajo mejorando la heredad abandonada. Porque Jehová es el Señor Dios que legisla todo lo de su pueblo escogido, desde la santidad del rito a la salud de su criatura y el producto de su labranza. Es el dueño de la tierra suya sobre todas las que ha criado; ama sus frutos; quiere la primicia de la cosecha. Por eso las fiestas de su altar vienen aparejadas con la plenitud de los bancales, en los días que huelen a madurez, a trojos en colmo, el olor suave y honrado que llega a Isaac cuando bendice a Jacob: «He aquí el olor de mi hijo como el olor de un campo lleno al que ha ben· decido el Señor.»
En la «Schema» o «escucha» de la plegaria matinal, el judío invoca a Jehová como Dios agrícola que «cuenta las nubes y cuelga las urnas de las aguas», que «tiene El solo la llave de las lluvias y no las cede ni a los ángeles», «que extiende el cielo como una piel; riega los montes; sacia la tierra de sus obras; da al hombre el pan que le alimenta, el vino que corrobora su corazón, el aceite que hace relucir su rostro y el heno que pasturan las bestias»...
«Casa de pan», lugar de abundancia, era Bethlehem.
Se apeldañan los huertos, de un cultivo denso y primoroso, como paños bordados en realce.
En su bordal de tierra junta el bethlemita toda la variedad de legumbres y frutales. Cría planteles de cebollas, fríjoles, berzas, endibias, lechugas, chalotes, badeas, escalonas, guisantes, habas y cohombros. Brotan en lo umbrío los hongos y el jenable. Las sandías se revuelcan en suelos apacibles. Por los ribazos y bardas, se cuelgan las calabaceras, las de la cidracayote y las de calabazón angosto y encarnado que resue· na como un odre. Crecen los membrillos espalderos, los granadas, los bergamotas, los almendros. Las vides tejen con la higuera el toldo que acoge las amistades. Las márgenes y linderos se ahogan bajo la convulsión de las hordas de los chumbos. Se recortan las grises espadas de las pitas, de liseras carnosas. Suben al azul los girasoles doblando sus panes redondos de flor dorada. Cada hortal tiene su torre de piedra cruda para el guarda, y una horca de leños que, al combarlos, sumergen la herrada en el agua dormida y somera del pozo, y vierten el riego atirantándose con un zumbido de arco.
Después de los vergeles, las tierras llevan olivar, viña, mijo, centeno, cebadales.. _, y en los campos segados y en la hierba de la senara, tocan las esquilas de los corderos de Bethlehem.


Gabriel Miró


Gabriel Miró y sus Figuras de Belén,

1 comentario:

  1. Magnífico texto de un maravilloso escritor. Muy bello.
    Gracias por compartirlo, estimado amigo.

    Jeniffer Moore
    Miami, FL USA

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