miércoles, 3 de octubre de 2012

JUAN RAMÓN JIMENEZ: AMOR Y POESÍA II

Recogemos en este post la segunda entrega Juan Ramón Jiménez: Amor y Poesía, de la sección Amor y Poesía del blog Ancile. Cerramos con estos poemas la antología dedicada al genial poeta de Moguer centrada en la temática del amor y que conforma una de las secciones más genuinas de nuestra humilde publicación.



Juan Ramón Jiménez, Amor y poesía II, Ancile




JUAN RAMÓN JIMÉNEZ: AMOR Y POESÍA II


Juan Ramón Jiménez, Amor y poesía II, Ancile


CON LILAS LLENAS DE AGUA




                                                             ...Rit de la fraícheur de l'eau.

                                                                                       Victor Hugo




Con lilas llenas de agua,
le golpeé las espaldas.
y toda su carne blanca
se enjoyó de gotas claras.

¡Ay, fuga mojada y cándida,
sobre la arena perlada!

-La carne moría, pálida,
entre los rosales granas;
como manzana de plata,
amanecida de escarcha.-

Corría, huyendo del agua,
entre los rosales granas.

Y se reía, fantástica.
La risa se le mojaba.
Con lilas llenas de agua,
corriendo, la golpeaba...





CUANDO, DORMIDA TÚ, ME ECHO EN TU ALMA




Cuando, dormida tú, me echo en tu alma
y escucho, con mi oído
en tu pecho desnudo,
tu corazón tranquilo, me parece
que, en su latir hondo, sorprendo
el secreto del centro
del mundo. Me parece
que legiones de ángeles,
en caballos celestes
-como cuando, en la alta
noche escuchamos, sin aliento
y el oído en la tierra,
trotes distantes que no llegan nunca-,
que legiones de ángeles,
vienen por ti, de lejos
-como los Reyes Magos
al nacimiento eterno
de nuestro amor-,
vienen por ti, de lejos,
a traerme, en tu ensueño,
el secreto del centro
del cielo.



Juan Ramón Jiménez, Amor y poesía II, Ancile




DE TU LECHO ALUMBRADO DE LUNA ME VENÍAN




De tu lecho alumbrado de luna me venían
no sé qué olores tristes de deshojadas flores;
heridas por la luna, las arañas reían
ligeras sonatinas de lívidos colores...
Se iba por los espejos la hora amarillenta...
frente al balcón abierto, entre la madrugada,
tras la suave colina verdosa y soñolienta,
se ponía la luna, grande, triste, dorada...
La brisa era infinita. Tú dormías, desnuda...
tus piernas se enlazaban en cándido reposo,
y tu mano de seda, celeste, ciega, muda,
tapaba, sin tocarlo, tu sexo tenebroso.





DESNUDOS






Nacía, gris, la luna, y Beethoven lloraba,
bajo la mano blanca, en el piano de ella...
En la estancia sin luz, ella, mientras tocaba,
morena de la luna, era tres veces bella.

Teníamos los dos desangradas las flores
del corazón, y acaso llorábamos sin vernos...
Cada nota encendía una herida de amores...
-El dulce piano intentaba comprendernos.-

Por el balcón abierto a brumas estrelladas,
venía un viento triste de mundos invisibles...
Ella me preguntaba de cosas ignoradas
y yo le respondía de cosas imposibles...



Juan Ramón Jiménez, Amor y poesía II, Ancile


EL AMOR




¿El amor, a qué huele? Parece, cuando se ama, 
que el mundo entero tiene rumor de primavera. 
Las hojas secas tornan y las ramas con nieve, 
y él sigue ardiente y joven, oliendo a rosa eterna.
Por todas partes abre guirnaldas invisibles, 
todos sus fondos son líricos -risa o pena-, 
la mujer a su beso cobra un sentido mágico 
que, como en los senderos, sin cesar se renueva...
Vienen al alma música de ideales conciertos, 
palabras de una brisa liviana entre arboledas; 
se suspira y se llora, y el suspiro y el llanto 
dejan como un romántico frescor de madreselvas...
Lejos tú, lejos de ti...
Lejos tú, lejos de ti,
yo, más cerca del mío;
afuera tú, hacia la tierra,
yo hacia adentro, al infinito.
Los soles que tu verás,
serán los soles ya vistos;
yo veré los soles nuevos
que sólo enciende el espíritu.
Nuestros rostros, al volverse
a hallar, no dirán lo mismo.
Tu olvido estará en tus ojos,
en mi corazón mi olvido.




Juan Ramón Jiménez, Amor y poesía II, Ancile



MANOS




¡Ay tus manos cargadas de rosas! Son más puras
tus manos que las rosas. Y entre las hojas blancas,
surgen lo mismo que pedazos de luceros,
que alas de mariposas albas, que sedas cándidas.
¿Se te cayeron de la luna? ¿Juguetearon
en una primavera celeste? ¿son del alma?
Tienen esplendor vago de lirios de otro mundo;
deslumbran lo que sueñan, refrescan lo que cantan.
Mi frente se serena, como un cielo de tarde,
cuando tú con tus manos entre sus nubes andas;
si las beso, la púrpura de brasa de mi boca
empalidece de su blancor de piedra de agua.
¡Tus manos entre sueños! Atraviesan, palomas
de fuego blanco, por mis pesadillas malas,
y, a la aurora me abren, como con luz de ti,
la claridad suave del oriente de plata.
Mi cuerpo
Vivo olvidada
de mi cuerpo.
Cuando miro la aurora,
confusamente lo recuerdo bello,
cual si estuviera
fuera de mí y muy lejos.
Mas cuando tú me coges
me lo siento
todo,
duro, suave, dibujado, lleno,
y gozo de él en ti y en mí,
contigo, descubierto, en su secreto





¡QUÉ DULCEMENTE VA CAYENDO TU BELLEZA!



                                               ...les bords, il fallait le reconnaître, commençaient à
                                                                           se dessécher... « La bacchantes » : 
                                                                                                  Maurice de Guérin




¡Qué dulcemente va cayendo tu belleza!
Otoño pleno desordena la armonía
de tu pecho; y, en plástica oleada de triteza,
el mar de tu alma alza tu cuerpo de elegía.
Hueles a acacia mustia. A veces, nubla un manto
tus ojos de poniente; y, en avara demencia,
recorrer, cada instante, el decaído encanto
- ¡magnolia, azucenón! -  de tu rubia opulencia.
Pero la permanencia vaga de tu ruina,
bello como un crepúsculo reflejo de una gloria,
da al amor que a ti vuelve, cual una golondrina
al nido, un goce lento, largo, como tu historia.
¡Qué goce triste éste...
¡Qué goce triste éste
de hacer todas las cosas como ella las hacía!
Se me torna celeste
la mano, me contagio de otra poesía.
Y las rosas de olor,
que pongo como ella las ponía,
exaltan su color;
y los bellos cojines,
que pongo como ella los ponía,
florecen sus jardines;
y si pongo mi mano
-como ella la ponía-
en el negro piano,
surge, como en un piano muy lejano,
más honda la diaria melodía.
¡Qué goce triste este
de hacer todas las cosas como ella las hacía!
Me inclino a los cristales del balcón,
con un gesto de ella,
y parece que el pobre corazón
no está tan sólo. Miro
al jardín de la tarde, como ella,
y el suspiro
y la estrella
se funden en romántica armonía.
¡Qué goce triste este
de hacer todas las cosas como ella las hacía!
Dolorido y con flores,
voy, como un héroe de poesía mía,
por los desiertos corredores
que despertara ella con su blando paso,
y mis pies son de raso
-¡oh, ausencia hueca y fría!-
y mis pisadas dejan resplandores.
¡Qué goce triste este
de hacer todas las cosas como ella las hacía!



Juan Ramón Jiménez, Amor y poesía II, Ancile




EL DÍA BELLO




Y en todo desnuda tú.
He visto la aurora rosa 
y la mañana celeste, 
he visto la tarde verde 
y he visto la noche azul.
Y en todo desnuda tú.
Desnuda en la noche azul, 
desnuda en la tarde verde 
y en la mañana celeste, 
desnuda en la aurora rosa.
Y en todo desnuda tú.





SENTADA EN MIS RODILLAS, SE DEJABA TOCAR





Sentada en mis rodillas, se dejaba tocar
el alma, en flor de ausente amor. Por donde quiera
mi mano le sentía la blancura indolente
por la sombra suave de su carne de seda.


Un rubor vivo y cálido ceñía sus mejillas…,
hasta sus uñas se teñían de vergüenza…,
me cojía las manos con sus manos suaves,
con un no querer torpe que a todo se atreviera…


Mi boca le llenaba los rubores de besos,
mi mano levantaba su inclinada cabeza
y cuando levantaba sus párpados de nieve
el luto de sus ojos me inundaba de pena.






EN EL BALCÓN, UN INSTANTE




En el balcón, un instante
nos quedamos los dos solos.
desde la dulce mañana
de aquel día éramos novios.

-El paisaje soñoliento
dormía sus vagos tonos,
bajo el cielo gris y rosa
del crepúsculo de otoño-.

Le dije que iba a besarla;
bajó, serena, los ojos
y me ofreció sus mejillas
como quien pierde un tesoro.

-Caían las hojas muertas,
en el jardín silencioso,
y en el aire erraba aún
un perfume de heliotropos-.

No se atrevía a mirarme;
le dije que éramos novios,
...y las lágrimas rodaron 
de sus ojos melancólicos.





 CALLEJÓN VERDE Y SOMBRÍO



Callejón verde y sombrío, 
fragante de madreselvas; 
camino de aquel amor 
dulce, de mi adolescencia  

Mariposa blanca, beso 
blanco en tí, lágrima, estrella 
lento bienestar de alma, 
carne doliente y morena! 

Y aquella flor en el pecho, 
y aquel pecho, aquella esencia 
tibia de aquel pecho, aquel 
olor de la carne aquella! 

Tardo volver — oh, campana! 
embalsamada indolencia 
bajo la tristeza vaga 
del crepúsculo violeta! 

Charla de arroyo, fragancia 
obscura y fresca de huerta, 
chopo rosa en el ocaso, 
beso, mariposa, estrella! 

Camino de aquel amor 
dulce, de mi adolescencia; 
callejón verde y sombrío, 
fragante de madreselvas! 


Juan Ramón Jiménez, Amor y poesía II, Ancile



EL COLOR DE TU ALMA




Mientras que yo te beso, su rumor
nos da el árbol que mece el sol el oro
que el sol le da al huir, fugaz tesoro
de un árbol que es el árbol de mi amor.
No es fulgor, no es ardor y no es rubor
lo que me da de ti lo que te adoro,
con la luz que se va: es el oro, es el oro,
es el oro hecho sombra: tu color.
El color de tu alma: pues tus ojos
se van haciendo ella, y a medida
que el sol cambia sus oros por sus rojos
y tú te quedas pálida y fundida,
sale el oro hecho tú de tus dos ojos
que son mi paz, mi fe, mi sol: ¡mi vida!





POR LA CIMA DEL ÁRBOL IRÉ 





Por la cima del árbol iré
y te buscaré.

Por la cima del árbol he de ir,
por la cima del árbol has de venir,
por la cima del árbol verde
donde nada y todo se pierde.

Por la cima del árbol iré
y te encontraré.

En la cima del árbol se va
a la ventura que aún no está,
en la cima del árbol se viene
de la dicha que ya se tiene.

Por la cima del árbol iré
y te cojeré.

El viento la cambia de color
como el afán cambia el amor,
y a la luz de viento y afán
hojas y amor vienen y van.

Por la cima del árbol iré
y te perderé. 





Juan Ramón Jiménez, Amor y poesía II, Ancile



                                                                            Juan Ramón Jiménez



  

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