martes, 25 de septiembre de 2012

DE PANDORA A LA FEMME FATALE, TERCERA ENTREGA, POR TOMÁS MORENO

Ofrecemos en la muy visitada sección Microensayos del blog Ancile, la tercera entrega De Pandora a la femme fatale, del profesor Tomás Moreno, en consecución de un tema de enorme interés y actualidad, relacionado con los prejuicios y mitologías de la mujer, esta vez sobre los diferentes estereotipos y el imaginario cultural relacionado con esta. 


De Pandora a la femme fatale. Mitos, figuras y estereotipos de estigmatización femenina 3


DE PANDORA A LA FEMME FATALE (III) 



De Pandora a la femme fatale. Mitos, figuras y estereotipos de estigmatización femenina 3, Ancile


Estereotipos femeninos e Imaginario cultural.
Como ya hemos señalado, desde el principio los hombres patriarcales han tratado de construir la imagen de la mujer que mejor se conformara a sus anhelos y deseos, a sus miedos, angustias y a sus intereses[1]. Como nos recordara Simone de Beauvoir:
La historia nos ha mostrado que los hombres siempre tuvieron todos los poderes concretos; desde los primeros tiempos del patriarcado consideraron útil mantener a la mujer en un estado de dependencia; sus leyes se construyeron contra ella; así es como se convirtió concretamente en Alteridad. Esta condición servía a los intereses económicos de los varones, pero también a sus pretensiones ontológicas y morales[2].
            En efecto, ellos han inventado los mitos, los arquetipos, las figuras o representaciones imaginarias de la mujer, los modelos ideales o los estereotipos estigmatizadores de lo femenino[3], así como los mecanismos de difusión y perpetuación de los mismos. Es de resaltar a este respecto -a pesar de las transformaciones radicales del estatus sociolaboral de la mujer contemporánea y de su emancipación económica (al menos desde la Segunda Guerra Mundial)- la pervivencia de esos estereotipos tradicionales de la mujer en nuestras modernas sociedades.
De Pandora a la femme fatale. Mitos, figuras y estereotipos de estigmatización femenina 3, Ancile
Simone de Beauvoir 
            Como ha demostrado R. Gubern[4], todavía hoy permanecen los mismos procedimientos de creación de estereotipos, generados secularmente por el universo  sociocultural, potenciados más que nunca en nuestra sociedad massmediática, controlada y dirigida por hombres.
            Aunque el tema de la representación de la mujer en la publicidad -recuerda R. Gubern- ha generado mucha literatura, es preciso señalar que la máscara de la feminidad  que se impone en nuestra sociedad industrial y comercial, en los medios incitadores al consumo, se mueve entre dos polos fundamentales -o mitos matriciales, como los denomina- de los que derivan por combinación o matización los demás arquetipos y estereotipos: a) el de la mujer (Eva) como la gran tentadora del hombre y b) el de Eva como la gran culpable de la caída[5].
            Ellos, los hombres patriarcales, han creado y formulado los códigos y cánones éticos, sociales, económicos, estéticos, sexuales y religiosos por los que debería regirse la vida y la conducta en las distintas sociedades bajo su dominación[6]; han ideado y prescrito  los tabúes, las interdicciones, las prohibiciones, que debían regir la vida social, asignando asimismo a las mujeres el papel, las pautas de sumisión, las reglas de subordinación y obediencia que en ella deberían adoptar. Ellos construyeron, en fin, las distintas y a veces antitéticas imágenes de la mujer en las que ella no se ha reconocido, aunque haya sumisamente aceptado.
            En efecto, como explica Simone de Beauvoir:
En la realidad concreta, las mujeres se manifiestan en aspectos diferentes; pero cada uno de los mitos edificados a propósito de la mujer pretende resumirla en su totalidad; cada uno pretende ser único; la consecuencia es que existe una pluralidad de mitos incompatibles y que los hombres se pierden en ensueños ante las extrañas incoherencias de la idea de Feminidad; como toda mujer participa de una pluralidad de estos arquetipos que pretenden encerrar cada uno de ellos su Verdad exclusiva, los hombres encuentran ante sus compañeras el asombro de los sofistas que no podían entender que un hombre fuera rubio y moreno al mismo tiempo […] La ambigüedad del personaje de Aspasia, de Mme Pompadour, es fácil de entender desde una experiencia concreta. Pero si planteamos que la mujer es la Mantis Religiosa, la Mandrágora, el Demonio, sembrará la confusión descubrir también en ella a la Musa, la Diosa Madre, Beatriz[7].
            Por eso, precisamente, Simone de Beauvoir alude a la artificiosa y alienante ambigüedad esencial del ser femenino -del Eterno Femenino- y señala que el sexo femenino es misterioso para la mujer misma, oculto, atormentado, en gran parte, porque no se reconoce en él, porque la mujer no reconoce como suyos sus deseos. Al ser misteriosa para el hombre, la mujer se considera por lo tanto misterio en sí, y en su corazón, es indefinible para ella misma: una esfinge: “Mantenida al margen del mundo, la mujer no puede definirse objetivamente a través de este mundo y su misterio sólo oculta un vacío… sus verdaderos sentimientos, sus verdaderas conductas, las ocultan cuidadosamente”[8].
            Desde el principio de los tiempos la imagen de la mujer ha sido, pues, un mítico constructo artificioso inventado y fabricado por el hombre para satisfacer sus intereses, sus sueños, pero también para conjurar su miedo -o sus pesadillas- frente a su misteriosa capacidad maternal creadora[9] y su ilimitada potencia y receptividad sexual. Afectado el hombre de un ambivalente sentimiento de amor y de odio con respecto a la mujer, su imaginación le ha llevado a disociar las imágenes y representaciones femeninas en función de esa polaridad afectiva.
            La ambivalencia parecerá así una propiedad intrínseca del eterno femenino: la santa madre tiene como correlato a la madrastra cruel, la joven angelical a la virgen perversa: así podremos decir que Madre es igual a Vida o que Madre es igual a Muerte, que toda doncella es un espíritu puro o carne consagrada al diablo[10]. Pero, añade Simone de Beauvoir, no es la realidad la que dicta a la sociedad o a los individuos este tipo de disyuntiva entre dos principios opuestos de unificación; en cada época, en cada caso, sociedad e individuo deciden de acuerdo con sus necesidades y proyectan en el mito adoptado las instituciones y los valores que reivindican.
            Jean Delumeau[11] ha constatado asimismo cómo la actitud masculina respecto al segundo sexo siempre ha sido contradictoria, oscilando de la atracción a la repulsión, de la admiración a la hostilidad:
El judaísmo bíblico y el clasicismo griego expresaron a su tiempo estos sentimientos opuestos. Desde la edad de piedra, que nos ha dejado muchas más representaciones femeninas que masculinas, hasta la época romántica, la mujer ha sido, en cierto modo, exaltada. Primero diosa de la fecundidad, madre de los senos fieles e imagen de la naturaleza inagotable, se convirtió con Atenea en la divina sabiduría; con la Virgen María, en el canal de toda gracia y la sonrisa de la bondad suprema. Al inspirar a los poetas, desde Dante a Lamartine, el eterno femenino –escribía Goethe- nos arrastra hacia lo alto […] Esta veneración del hombre por la mujer se ha visto contrapesada, a lo largo de las edades, por el miedo que ha experimentado ante el otro sexo, particularmente en las sociedades con estructuras patriarcales”.
De Pandora a la femme fatale. Mitos, figuras y estereotipos de estigmatización femenina 3, Ancile
Jean Delumeau
            Un miedo que, en su opinión, durante mucho tiempo no se ha querido estudiar y que el psicoanálisis mismo ha subestimado hasta época reciente. Sin embargo, señala Delumeau, la hostilidad recíproca que opone a los dos componentes de la humanidad parece haber existido siempre y lleva todas las señales de un impulso inconsciente[12]. De ahí la persistente escisión de la imagen femenina y de sus representaciones iconográficas y culturales a lo largo del tiempo y en las más diversas formaciones sociales.
            En efecto la imagen femenina suele aparecer en el imaginario cultural,  artístico e iconográfico occidental  -básicamente misógino- escindida y disociada en dos, en negro y en blanco.  El hombre representa y conceptualiza, pues, a la mujer a base de polaridades y dicotomías abstractas de su imagen[13].
De Pandora a la femme fatale. Mitos, figuras y estereotipos de estigmatización femenina 3, Ancile
                Tanto la filosofía como el arte occidentales nos ofrecen múltiples ejemplos de tal disociación, ambivalencia o antítesis. Recordemos, así, la representación de la belleza femenina bajo las formas de las dos Venus aludidas en el Symposium de Platón: Afrodita Urania y Afrodita Pandemós. La Venus Coelestis, que pertenece a la esfera inmaterial, supracelestial, Idea platónica, intelligentia pura, y la Venus vulgaris o terrenal, natural (Venus Genitrix, dotada de vis generando) de Ficino y los neoplatónicos renacentistas que tuvieron su reflejo en el cuadro de Tiziano Amor sacro y  Amor Profano (de la galería Borghese de Roma)[14]. 
                Polarizada así entre los estereotipos de María y de Eva, Madonna venerable o Bruja diabólica, idealizada Beatriz o fierecilla domada, Ángel del hogar o Lulú, la imaginación masculina ha escindido sistemáticamente a la mujer entre la virgen y la prostituta, la madre y la vampiresa. La mirada del artista oscilará siempre entre el temor, la repugnancia o el aborrecimiento (pues el cuerpo femenino es origen de riesgo, peligro, enfermedad y pecado)  y la fascinación, el deseo y la atracción sexual (por ser fuente de placer y de nutrición)[15].
            Pero existen otras razones -además de la señalada- de esta escisión tan digna de ser enfatizada, de esa capacidad masculina para, en expresión de Eva Figes, “poner a la mujer en un pedestal y al mismo tiempo pisotearla”: y es que se trata de imágenes tan rígidas que a la fuerza tienen que escindirse, pues ni la realidad más complaciente podría ajustarse completamente a ellas.
            A este hecho se refiere Simone de Beauvoir al analizar los “hechos y mitos” de la existencia femenina, y comprobar las polaridades que le sirven de base:
Siempre es difícil describir un mito, no se deja atrapar ni delimitar; ronda las conciencias sin afirmarse nunca frente a ellas como un objeto definitivo. Es tan ondulante, tan contradictorio que a primera vista nunca se capta su unidad: Dalila y Judit, Aspasia y Lucrecia, Pandora y Atenea: la mujer es a un mismo tiempo Eva y la Virgen María. Es un ídolo, una criada, la fuente de la vida, una potencia de las tinieblas; es el silencio elemental de la verdad, es artificio, charloteo y mentiras, es la sanadora y la bruja; es la presa del hombre, es su pérdida, es todo lo que no es y desea tener, su negación y su razón de ser[16].

                                                                                   Tomás Moreno



[1] Para una comprensión de la identidad sexual (femenina y/o masculina) como constructo socio-cultural, transido de historicidad, véase T. Laqueur, La construcción del sexo. Cuerpo y género desde los griegos hasta Freud, Cátedra, Madrid, 1994.
[2] Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo, Ediciones Cátedra, Madrid, 2005, p. 225.
[3] Utilizamos los vocablos estereotipos y figuras o imágenes míticas/arquetípicas culturales semánticamente como sinónimos. El D.R.A.L.E define el estereotipo como “una figura, imagen o idea aceptada comúnmente por un grupo o sociedad”. Una especie de cliché, imagen o creencia popular aceptada por un grupo social de manera más o menos consciente, dotada de una gran carga de emocionalidad. Sobre los estereotipos o imágenes culturales véanse: Bruno M. Mazzara, Estereotipos y prejuicios, Acento Editorial, Madrid, 1999 y, sobre todo, Anna M. Fernández Poncela, Estereotipos y roles de género en el refranero popular, Anthropos, Barcelona, 2002. Para un análisis del carácter relacional de los estereotipos masculino y femenino (a partir de la modernidad) véase el lúcido y exhaustivo ensayo de Fernando Fernández-Llebrez, ¿”Hombres de verdad”? Estereotipo masculino, relaciones entre los géneros y ciudadanía, Foro Interno, 2004, 4, pp. 15-43.
[4] Estereotipos femeninos en la cultura de la imagen contemporánea, Anàlisi.Quaderns de Comunicació i Cultura. Revista del Departamento de Periodisme i Ciènces de la Comunicació de la UAB. Num. 9, 1984.
[5] Así, según Gubern, del mito primigenio de la tentadora, derivará el arquetipo o estereotipo de la casta Susana (cuya historia es narrada en el capítulo XIII del Libro de Daniel). Susana -símbolo o representación de la mujer sexualmente ofrecida y deseada, objeto del voyeurismo libidinoso de los ancianos del relato hebreo- preanuncia, en una sociedad tan prepotentemente misógina y patriarcal como la judía de aquella época, una de las funciones centrales del mundo del espectáculo, de la publicidad de las sociedades modernas: la incitación al consumo de sexo, virtual o no, la espectacularización del cuerpo de la mujer y la utilización de la mujer misma como gadget sexual de consumo. El otro arquetipo o estereotipo –su polo opuesto- lo suministra la cultura europea con el personaje perverso y prepotente de Wanda von Dunajeff, la protagonista literaria de La Venus de las pieles, de Leopold von Sacher Masoch, como representante y símbolo de la mujer fálica y antagonista del hombre: sádica, dominante, adornada de todos los atributos de la llamada  femme fatale (literaria y cinematográfica), y que, en la jerga psicoanalítica, se denomina “mujer castradora”. Como puede verse jamás se ofrecen relaciones democráticas o simétricas entre los sexos, concluye el profesor Gubern. (Ibid, pp. 33-35)
[6] Por referirnos sólo a uno de ellos, el estético, recordemos cómo Gombrich ha mostrado, estudiando los problemas anatómicos con que tropezó Botticelli al pintar su famoso cuadro El nacimiento de Venus, hasta qué punto la pintura del Renacimiento, en manos de hombres como lo sigue estando hoy, desconocía la estructura y proporciones del cuerpo femenino y su “imagen del cuerpo” estaba regida por una autoconciencia masculina. (Citado en Román Gubern, Estereotipos Femeninos en la cultura de la imagen contemporánea, op. cit., p.33).
[7] El Segundo Sexo, op. cit., p. 352.
[8] El Segundo Sexo, op. cit. p. 357.
[9] Para el hombre, escribe Jean Delumeau  la maternidad seguirá siendo, probablemente siempre, un profundo misterio, y Karen Horney (La Psychologie de la femme) ha sugerido con verosimilitud que el miedo que la mujer inspira al otro sexo se basa, sobre todo, en ese misterio, fuente de tantos tabúes, de terrores y de ritos, que la une, mucho más estrechamente que a su compañero, a la gran obra de la naturaleza y hace de ella el santuario de lo extraño. Cf. El miedo en Occidente, capítulo 10, Los Agentes de Satán, III.- La Mujer, Taurus, Madrid, 2002, pp.475 y ss.
[10] El Segundo Sexo, op. cit., pp. 352-353.
[11] El miedo en Occidente, op cit., pp.471 y ss.
[12] J. Delumeau, op. cit., pp. 471-472.
[13] Recordemos que la división de la mujer en objeto maternal y objeto sexual es analizada por Freud en Sobre una degradación general de la vida erótica. Cf. Obras completas, Vol. 9: Ensayos LXII-LXXIV, trad. del alemán Luis López Ballesteros, Ediciones Orbis, Buenos Aires, 1993, pp. 1710-1717. Igualmente, Otto Weininger afirmará que los dos tipos o polos extremos del “vivir femenino”-a los que las mujeres se aproximan en mayor o menor medida- son la madre y la prostituta (Sexo y carácter, cap. X “Maternidad y Prostitución”, Península, Barcelona,1985, pp. 216 y ss.). Por citar alguna de las polaridades evocadas por Eva Figes: “la Virgen María y la Mujer Escarlata, ángel misericordioso y prostituta, compañera amable e intolerable marisabidilla” (Actitudes patriarcales: las mujeres en la sociedad, op. cit.).
[14] Cf. Erwin Panofsky, Estudios sobre iconología, Alianza Universidad, Madrid, 1972, pp. 200-237.
[15] Françoise Borin en su ensayo Imágenes de mujeres,  atestigua esta persistente ambivalencia de la mujer en el arte occidental: “la mujer en la iconografía pictórica presenta rasgos constantes que reflejan la dicotomía esencial de la imagen femenina: Ángel/Diablo, Diosa/AnimalEva/María, Vida y Muerte, Madre /Prostituta”. Y añade: “Siempre la mujer, se sitúa en los extremos opuestos, como si le estuviera negada una posición intermedia, normal” (en Georges Duby y Michelle Perrot, Historia de las mujeres, 3. Del Renacimiento a la Edad Moderna, Taurus, Madrid, 2000 p. 277.Para profundizar en el tema véanse: Susan Rubin Suleiman (editora), The female body in western cultura. Contemporary perspectives, Harvard University Press, 1986, y Edwin Mullins, The painted witch. Female body/male art, Londres, 1985.
[16] El Segundo Sexo, op. cit. p. 229.



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