martes, 20 de marzo de 2012

DON QUIJOTE EN EL NUEVO MUNDO (CLAVILEÑO EN AMÉRICA) II

Segunda parte del espléndido trabajo presentado por el profesor Tomás Moreno para la sección de microensayos del blog Ancile, dedicada al inmortal Don Quijote, de nuestro universal Miguel de Cervantes.


Don Quijote en el nuevo mundo II, Clavileño en América, Tomás Moreno


DON QUIJOTE EN EL NUEVO MUNDO 
(CLAVILEÑO EN AMÉRICA) II


“Cervantes no pudo pasar a América, pero en ella vive en casa propia” (Rafael Heliodoro Valle)

(III) - En lo que se refiere al supuesto desconocimiento de los libros de caballerías en el Nuevo Mundo -prosiguió Don Quijote- he de decirte que el gran escenario de los primeros Quijotes vino a ser, precisamente, América. No es España sino el Nuevo Mundo donde enloquecen los hombres con la lectura de los libros de caballerías. Si Colón recurrió a unos pocos libros que, desde tiempos de Marco Polo, venían a poblar la hipotética tierra de monstruos, los conquistadores tuvieron en sus manos una biblioteca más abundante: la gran colección de caballería comienza a publicarse en España a partir de 1508, el año de Amadís de Gaula. El siglo de los libros de caballería se abre entonces, y entre ese año y el de 1602 hay, cuando menos, cuarenta y dos libros, que son el fondo en que vienen a hundirse las manos del cura y del barbero para explorar de dónde pudo salir mi supuesta locura.
            Todos esos libros salían para América en cantidades inmensas para la época[1]. Uno de los más grandes mercados era el de México, otro el de Lima. Los conquistadores llegaban a América graduados en caballería. Hernán Cortés envió a su pariente Francisco Cortés a buscar la isla de California, de que hablaban las Sergas de Esplandián, vecina al paraíso terrenal, poblada sólo por mujeres. El nombre de California vino a quedar en la geografía de América designando una península, un mar, un Estado, una bahía.
            - ¿Existieron más Quijotes, además de Don Cristóbal?, pregunté interesada cada vez más por la sabiduría libresca de Don Quijote.
            - Muchos más: buscadores de fortuna, aventureros, caballeros de capa y espada, soñadores de gloria y fama, misioneros, visionarios utópicos[2], desfacedores de tuertos[3] de toda laya y condición.

            - Hábleme de alguno de ellos, por favor.
            - Pues bien: tal vez el más quijotesco de los conquistadores fue don Gonzalo Jiménez de Quesada[4]
            - ¡Quesada!, como usted, como…vos.
            - Dígame mejor vuestra merced, mi gentil doncella.
            - Vuestra merced… le decía lo de su apellido “Quesada”, ¿recuerda?
Don Quijote en el nuevo mundo II, Clavileño en América, Tomás Moreno            - Sí, en verdad que tal era mi sobrenombre, el de Quijada o Quesada, que en este hay alguna diferencia en los autores que de mí han escrito -que, por cierto, Cervantes alude a tantos narradores de mi historia que incluso yo a veces me pierdo. Pero a lo que íbamos: ni yo mismo sé a ciencia cierta los orígenes de mi apellido -Quesada, Quijada o Quijana-; lo que sí sé es que llamándome antaño Alonso Quijano me vine después a llamar Don Quijote y con tal nombre, como sabes, mi fama y hazañas han traspasado los siglos…
            Te contaré una historia sobre este Quesada americano al que antes me referí y que tiene cierto interés: había muerto en tierras de Nueva Granada, la colonia por él descubierta y conquistada. Había hecho tres salidas fabulosas en busca de El Dorado, mostrando temerario valor, él que antes que soldado había sido hombre de letras, lector empedernido y dueño de una biblioteca que pudo ser la mejor en la naciente Santa Fe, de Bogotá. Sus mejores discursos fueron el que dirigió al pueblo convenciéndolo de que debía acompañarlo a la ciudad empedrada de oro -y lo logró llevándolo a la fatal conquista de Guayana- y el que dirigió al rey de España clamando por los indios, los humildes, los desamparados, víctimas de corregidores y encomenderos desalmados. Este Quesada o Quijada, pero más exactamente Quijote, como yo mismo, de la Nueva Granada, muere declarando que ya está curado de locuras… y lega a su sobrina el derecho de gobernación de El Dorado… ¿Te recuerda algo esta historia, mi gentil interlocutora?
            - ¡Claro que sí! Curarse de locura antes de morir… la sobrina heredera de su legado… De verdad, se parece mucho a la historia de vuestra merced.

IV       - Pero no creas -prosiguió Don Quijote- que acaba aquí la nómina de Quijotes españoles en América, fueron decenas: Pedro de Castañeda, al relatar el viaje de otro conquistador español Francisco Vázquez de Coronado, decía estas palabras que Lewis Hanke, un hispanista famoso, pone como pórtico a su libro sobre la lucha por la justicia en la conquista de América:
                “yo no estoy escribiendo fábulas, como algunas de las cosas que ahora leemos en los libros de caballerías. Si no fuese porque estas historias contenían encantamientos, hay algunas cosas que nuestros españoles han hecho en nuestros días en estas partes, en sus conquistas y encuentros con los indios, que como hechos dignos de admiración sobrepasan no sólo a los libros ya mencionados, sino también a lo que se ha escrito sobre los doce pares de Francia…”[5].
Don Quijote en el nuevo mundo II, Clavileño en América, Tomás Moreno
            - Señor Don Quijote, además de tener noticia de estos conquistadores -autores, ciertamente, de hechos de armas admirables y heroicos pero, digámoslo sin reparo, también responsables de tropelías y abusos sin cuento contra los nativos de dichas tierras- escuché el otro día a mi profesor de historia hablar de otros españoles que, por el contrario, los trataron con humanidad y consideración, como constataron en sus relatos los cronistas de Indias. Me refiero, en especial, a los religiosos misioneros y monjes franciscanos que allí fueron a cristianizar a los nativos, supongo que habría entre ellos  también algún que otro quijote. ¿No?
            - Ciertamente, pero no sólo franciscanos, sino también jesuitas, dominicos y de otras órdenes religiosas. Tal vez fueran ellos los que más merecieran ese apelativo de heroico, puesto que trataron de establecer en esas tierras una sociedad basada en la justicia… mi ideal, mi más anhelada meta, la razón de mi vida… Entre ellos, cómo no recordar al bueno de Fray Bartolomé de las Casas[6], apóstol de las Indias, desfacedor de tuertos e injusticias por excelencia. Encomendero en sus primeros tiempos y tras su conversión a la fe viva, se convertirá en máximo defensor de los indígenas contra la explotación a que les sometían los colonos y encomenderos españoles. Defendió a los débiles con pasión, denunciando ante la corte y ante los reyes de España los abusos cometidos contra ellos en numerosas obras como el Memorial de remedios para las Indias (1516), presentado en España ante el, por entonces, regente cardenal Cisneros, la Apologética Historia de las Indias (1527/1552), de carácter antropológico, en la que trató de demostrar que los indios eran hombres tan racionales como los españoles y, en fin, la Brevísima relación de la destrucción de Indias (1542), su obra de denuncia más famosa y significativa.
            Digno de semejante elogio y recuerdo es el otro gran defensor de los indios, Vasco de Quiroga[7], el obispo de Michoacán (México), quien trató de organizar en Santa Fe de la Laguna, hacia 1535, los famosos Hospitales-pueblos, una especie de utopía cristiana, igualitaria, inspirada en el modelo de la Utopía de santo Tomás Moro. Convencido de que la pureza de costumbres de los indios y su bondad natural les hacía merecedores de ejemplificar y recrear la mítica Edad de Oro, a la que aludo en aquel famoso discurso mío que comienza así: Dichosa Edad y siglos dichosos… y que tuve el honor de describir y pronunciar ante los cabreros… ¿Lo recuerdas?
            - ¿Cómo no?, es uno de mis favoritos, contesté alborozada.
Don Quijote en el nuevo mundo II, Clavileño en América, Tomás Moreno
            - Una sociedad, en fin, -prosiguió el caballero-  en el que la vida social estuviera presidida por otros valores que los que dominan en ésta malhadada Edad de Hierro, que a mí y, desgraciadamente, también a ti nos ha tocado vivir. Vasco de Quiroga evoca en sus escritos, casi con mis propias palabras, este ideal utópico de vida: “No en vano –dice- sino con mucha causa y razón este de acá se llama Nuevo-Mundo, y eslo Nuevo-Mundo no porque se halló de nuevo, sino porque es en gentes y en cuasi todo como fue aquél de la edad primera y de oro, que ya por nuestra malicia y gran codicia de nuestra nación ha venido a ser de hierro y peor”[8].
            La misma preocupación por la justicia guiará al padre franciscano Mendieta (Historia Eclesiástica Indiana, 1585) al proponer “la Nueva Jerusalém” en territorio americano, donde los hombres vivan virtuosa y pacíficamente desterrando la crueldad, la opresión y la rapacidad de los conquistadores. El mito de la edad de Oro estará también presente en la obra de Juan de Zumárraga (Doctrina breve, 1544) en la que alimenta la esperanza de fundar una nueva cristiandad con gentes nuevas en un mundo nuevo y, por supuesto, en las misiones en las Antillas de fray Toribio de Benavente (Motolinía), que quiso conciliar la visión “adánica” del indio aborigen con el mito de la edad aúrea. Pero, para acabar esta digresión, no puedo olvidarme tampoco de las llamadas Reducciones jesuíticas del Paraguay, la “república cristiana de los guaraníes”[9], inspiradas también directamente en Moro y, tiempo depués, en Campanella y que ofrecían en los siglos XVI y XVII una clara alternativa de vida cristiana e igualitaria a la decadente vida europea de la época… Todo esto, querida joven, constituye la utopía realizada por los quijotes españoles en América.
            En resolución, el gran pensador mexicano José de Vasconcelos, en su memorable Discurso del Quijote, tuvo a bien escribir, en mi honor y en el de los quijotes que me precedieron, estas bellas palabras:
Don Quijote en el nuevo mundo II, Clavileño en América, Tomás Moreno
                “Con el Quijote dio España a la humanidad uno de sus libros fundamentales. En cada hombre hay algo de Quijote, no importa cuál sea su raza; pero en el español se acentúan sus rasgos y en todo aquel cuya alma se ha forjado en el lenguaje de Castilla. Por eso puede afirmarse que el Quijote es tan hispanoamericano como español. […] El Quijote estaba ya en América […] vino aquí como adelantado de la raza y fue misionero y capitán; vino en la esforzada voluntad de Hernán Cortés, un Quijote al que le salió bien la osada aventura… Y aunque toda la obra colonial de España se perdió para la metrópoli en lo material, el Quijote que guió la conquista, el Quijote que después, durante la colonia, expidió las leyes de Indias, el momento jurídico más piadoso que vieron los siglos: el Quijote que más tarde hizo la independencia política, subsiste en nuestra historia” [10].
- Una cosa me extraña, buen caballero, y es el hecho de que, contando con tantos antecesores gloriosos en América, en vuestra afamada biografía  no hay apenas referencia alguna a estas paradisíacas tierras: todas vuestras memorables aventuras transcurren en España.
            - Ciertamente, ¡válgame el cielo que así es! La razón de ello es que mi cronista principal, y al que considero padre y autor de mi biografía, Don Miguel -y no el ficticio Cide Hamete Benengeli- tenía una espinita clavada en su corazón en lo tocante a las Indias[11]. No sé si sabes que Cervantes tuvo un gran sueño, un gran deseo frustrado: que el rey de España le concediese un empleo en el Nuevo Mundo. Solicitó un honroso cargo militar como proveedor de galeras y con las funciones de comisario de abastos en Cartagena y también el cargo de gobernador de la provincia de Soconuso en Guatemala y algún otro empleo que no recuerdo ahora… Tenía 43 años, había perdido en Lepanto el uso de su mano izquierda y, casado con Catalina, después de viajar por Italia, Portugal, estar cautivo en Argel y trabajar en Sevilla y Madrid en oficios varios, desanimado y empobrecido, presentó en Sevilla su currículo al Consejo de Indias el 21 de mayo de 1590. En él exponía su carrera, con todas las fechas y pruebas que poseía de su largo y fiel servicio a la corona, incluyendo el informe de sus años de cautiverio en Argel y el certificado que había obtenido su madre del duque de Sessa, en 1578, referente a su servicio militar… A pesar de todo, sus méritos, al parecer, no fueron suficientes y el 6 de junio el Consejo de Indias rechazó su solicitud con este lacónico y burocrático comentario garabateado al final de la misma: “Compruébese”.


                                                                                                      Tomás Moreno (continuará)





[1] Martín de Riquer nos informa de una real cédula que demuestra el conocimiento temprano de los libros de caballerías en estas tierras: “Nos somos informado que de llevarse a esas partes los libros de romance de materias profanas y fábulas, así como los libros de Amadís y otros desta calidad, de mentirosas historias, se siguen muchos inconvenientes; porque los indios que supieren leer, dándose a ellos, dejarán los libros de sancta y buena doctrina y, leyendo los de mentirosas historias, deprenderán en ellos malas costumbres y vicios y demás desto, de que sepan que aquellos libros de historias vanas han sido compuestos sin haber pasado ansí, podría ser que perdiesen el autoridad y crédito de la Sagrada Escritura y otros libros de doctores, creyendo, como gente no arraigada en la fe, que todos nuestros libros eran de una autoridad y manera” (Real cédula, dirigida a la Audiencia y Chancillería del Perú, 29 de septiempbre de 1543 (citado en Martín Riquer, Aproximación al Quijote, Barcelona, Teide, 1970, pp. 65-66).
[2] Sobre el carácter utópico de la aventura americana pueden consultarse las obras de: J. A. Maravall, Utopía y reformismo en la España de los Austrias, Madrid, 1982 y Utopía y contrautopía en el Quijote, Pico Sacro, Santiago de Compostela, 1976.
[3] Como sabiamente ha recordado Francisco Rico en El Quijote no aparece la expresión desfacer entuertos, sino desfacer tuertos. Leamos al ilustre profesor español al respecto, sin duda, uno de los mejores conocedores vivos del Quijote y de Cervantes.
[4] Para todo este apartado: cfr. German Arciniegas, op. cit. pp. pp. 91-92.
[5] Ibid, p. 92. El libro de Lewis Hanke es: Estudios sobre Fray Bartolomé de las Casas y sobre la lucha por la justicia en la conquista española de América, Universidad Central de Venezuela, Ediciones de la Biblioteca, Caracas, 1968.
[6] Cfr. Juan Gil-Bermejo-García, Fray Bartolomé de las Casas y el Quijote, en Anuarios de los estudios americanos, XXIII, 1966.
[7] Sobre Vasco de Quiroga y sus Hospitales-pueblos, véase: Vasco de Quiroga, La Utopía en América, edición de Paz Serrano Acosta, historia 16, Madrid, 1992.
[8] Vasco de Quiroga, Información en derecho (1535), en la Utopía en América, op. cit., pp. 65-248.
[9] Cfr. Tentación de la Utopía. La República de los jesuitas en el Paraguay, prólogo de Augusto Roa Bastos; introducción y edición de Rubén Bareiro Saguier y Jean-Paul Duviols; iconografía de Miguel Rojas Mix, Tusquets, Barcelona, 1992.
[10] José de Vasconcelos, Discurso del ‘Quijote’, en Discursos, 1920-1950, Ediciones Botas, México, 1950.
11] Cfr. Como fuentes principales de la personalidad, vida y circunstancias de Cervantes véanse: Jean Canavaggio, Cervantes, Espasa Universidad, Madrid, 1987; Melveena Mckendrick, Cervantes, Salvat, Madrid, 1986;  Jean Babelon, Miguel de Cervantes, Vitae ediciones, Barcelona, 2004; Andrés Trapiello, Las vidas de Miguel de Cervantes, Biblioteca ABC, Madrid, 2004; Manuel Fernández Álvarez, Cervantes visto por un historiador, Espasa, Madrid, 2005.[


Don Quijote en el nuevo mundo II, Clavileño en América, Tomás Moreno

1 comentario:

  1. Creo que se debería de profundizar más en el contenido de la obra "Amadís de Gaula":

    http://ramiropinto.es/escritos-literarios/ensayos/amadis-de-gaula-2/

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