martes, 20 de marzo de 2018

EL VIRUS MISÓGINO INFICIONA LAS CIENCIAS ANTROPOLÓGICAS Y SOCIALES


Para la sección, Microensayos, del blog Ancile, traemos el post titulado, El virus misógino inficciona las ciencias antropológicas y sociales, de nuestro admirado y querido colaborador el filósofo Tomás Moreno.

El virus misógino inficciona las ciencias antropológicas y sociales, Tomás Moreno



EL VIRUS MISÓGINO INFICIONA 

LAS CIENCIAS ANTROPOLÓGICAS Y SOCIALES



El virus misógino inficciona las ciencias antropológicas y sociales, Tomás Moren


Desde el ámbito de la antropología y las ciencias sociales, continuaron asimismo el acoso a la mujer. Gustav Le Bon (1841-1931), principal seguidor misógino de la escuela de Broca, profesor de cirugía clínica en la facultad de medicina de París, y uno de los fundadores de la psicología social, autor de un famoso estudio sobre el comportamiento de las masas[1] publicará en 1879  un estudio que habría de ser uno de los más virulentos ataques contra las mujeres de toda la literatura científica moderna (y había que esforzarse bastante para superar lo escrito al respecto por Aristóteles). Sostenía que la inteligencia de la mujer se acercaba a la del niño y a la del salvaje más que a la del hombre adulto y civilizado, aunque hubiese algunas excepciones extremadamente raras o excepcionales:

En las razas más inteligentes, como sucede entre los parisinos, hay gran cantidad de mujeres cuyo cerebro presenta un tamaño más parecido al del gorila que al del hombre, [que está] más desarrollado. Esta inferioridad es tan obvia que nadie puede dudar ni un momento de ella; sólo tiene sentido discutir el grado de la misma. Todos los psicólogos que han estudiado la inteligencia de la mujer, así como los poetas y novelistas, reconocen hoy que [la mujer] representa la forma más baja de la evolución humana, y que está más cerca del niño y del salvaje que del hombre adulto y civilizado. Se destaca por su veleidad, inconstancia, carencia de ideas y de lógica, así como por su incapacidad para razonar. Sin duda, hay algunas mujeres destacadas, muy superiores al hombre medio, pero son tan excepcionales como la aparición de cualquier monstruosidad, como un gorila con dos cabeza, por ejemplo; por tanto, podemos dejarlas totalmente de lado (“Recherches anatomiques et mathématiques sur les lois des variations du volumen du cerveau et sur leurs relations avec l’intelligence”, 1979)[2].

El virus misógino inficciona las ciencias antropológicas y sociales, Tomás Moreno            La labor de positivación del conocimiento sobre la naturaleza femenina y el abandono de la visión romántica e idealizada de la mujer fue secundada también por Max Nordau (1849-1923), intelectual izquierdista austro-húngaro, cuya obra “Las mentiras convencionales de la civilización” (1883), de gran impacto en los medios culturales progresistas de la época, denunciaba el feminismo entre “los males de la civilización”, juntamente con la Iglesia, el matrimonio y la monogamia, las desigualdades sociales, la monarquía y el poder estatal. Hizo hincapié en la necesidad de “poner fin a la idea de mujer como misterio incognoscible” y convertir a las mujeres en materia de investigación científica; lo cual tuvo un gran impacto en los teóricos de la inferioridad de la mujer[3]. Lévy-Bruhl (1857-1936), el gran antropólogo, asignaba a la “mentalidad pre-lógica de los primitivos” una fuerte tendencia al misticismo con un predominio absoluto de la emotividad, precisamente las mismas características que habitualmente se endosaban a la feminidad[4]. También el sociólogo Ferdinand Tönnies (1855-1936) hacía equivalentes la mentalidad femenina y la infantil y en su célebre obra Comunidad y Sociedad (1887) afirmaba que la credulidad supersticiosa era uno de los elementos constitutivos del espíritu femenino, oponiendo así la dualidad mujer-creyente y hombre-escéptico.
El virus misógino inficciona las ciencias antropológicas y sociales, Tomás Moreno            Un prejuicio tan antiguo como el que hemos analizamos no se derroca fácilmente. Hemos constatado cómo cuando se inició la época moderna y  las mujeres empiezan a luchar para vencer su ignorancia y reivindicar sus derechos al cultivo de su intelecto y a la educación superior, los hombres esgrimieron estadísticas e investigaciones (seudo)científicas -la antropometría, la craneoscopia- para probar que el sexo femenino era inferior a ellos. El antifeminismo seudocientífico revivió, en efecto, con una ráfaga de nuevas “razones” y observaciones: las mujeres tenían “un cerebro pequeño” y no de “carne” como el de los hombres; la educación deshidrataba sus tripas y el pensar las enloquecía;
las mujeres tenían úteros errantes, una capacidad craneal inferior y una composición de “los elementos más débil”; adolecían de emocionalidad y de arrebatos pasionales incontrolables, eran más cercanas a la naturaleza, irracionales, imprevisibles e infantiles.
            Por su parte, los ideólogos políticos no les fueron a la zaga a los científicos en su desprecio de la inteligencia femenina. Pierre-Joseph Proudhon es paradigmático al respecto por su furibundo antifeminismo expuesto en su famoso ensayo La Pornocracia o las mujeres en los tiempos modernos[5]. Cuando “sale de su sexo” -aseveraba con escarnio- la mujer “es una gallina que canta como un gallo […]; cuando quiere emular al hombre no es más que un mono”, para concluir que “la mujer es un bello animal, pero un animal”. Para el ideólogo del anarquismo, no sólo es que el cerebro de la mujer pesara menos que el del varón, sino que “no hay más ideas en la cabeza de una mujer que semillas en su sangre”. Si la belleza es un rasgo esencial femenino, argumentaba el ideólogo francés, la fuerza y la inteligencia son atributos exclusivos de los hombres. Por ser simple “receptividad”, la mujer carece de la “facultad generadora de la mente”. Y, adelantándose a Weininger, se atreverá a decir que el hombre puede ser genial, pero que la mujer siempre es genital[6]. Y, como prueba de la inferioridad intelectual de las mujeres y su creatividad insuficiente, aducirá la diferencia existente entre el número de patentes registradas por los hombres (sesenta mil inventos desde 1791 hasta el momento de redactar su libro) frente a una media docena registrados por ellas y para artículos de moda. (Cont.).

TOMÁS MORENO




[1] Autor de La psycologie des foules (1895). Para los primeros psicólogos de masas –Le Bon, G. Tarde-, según la cual las muchedumbres pertenecían al género femenino. Las asocian en todos los casos a los atributos comportamentales “propios” del sexo femenino, y especialmente, al hecho de que “su pasividad, su sumisión tradicional… las predisponen a la devoción”. 
[2] Revue d’Antropologie, 2ª serie, vol. 2., 1879, pp. 60-61. Citado en Stephen Jay Gould, La falsa medida del hombre, op. cit, p. 97.
[3] Max Nordau, Psicofisiología del genio y del talento, Edit. Salmerón, Madrid, 1910, pp. 36-38, citado en Nerea Aresti, Médicos, Donjuanes y Mujeres Modernas. Los ideales de feminidad y masculinidad en el primer tercio del siglo XX, Universidad del País Vasco, 2001, p. 53.
[4] L. Lévy-Bruhl, Carnets, PUF, París, 1949.
[5] P. J. Proudhon, La Pornocratie, ou les femmes dans les temps modernes,  op. cit. En esta obra, se refiere a la “Pornocratie” como la peor de las tiranías, un régimen al que conducen fatalmente las mujeres que quieren emanciparse, y son por ello “sistemáticamente asimiladas a prostitutas porque rechazan la ‘prepotencia marital’, fuera de la cual sólo hay vergüenza y desenfreno”.
[6] P. J. Proudhon, De la Justice, op. cit. p. 201 y ss.





El virus misógino inficciona las ciencias antropológicas y sociales, Tomás Moreno

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