viernes, 26 de mayo de 2017

LA PASIÓN DEL DOLOR Y LA BELLEZA

Traemos nuevo post para la sección, Pensamiento, del blog Ancile, esta vez bajo el título de: La pasión del dolor y la belleza.


La pasión del dolor y la belleza, Francisco Acuyo




LA PASIÓN DEL DOLOR Y LA BELLEZA







Si sentir la belleza es cosa mejor que entender cómo […] la sentimos,[1] esto es poner en evidencia la realidad vital, orgánica y creativa de la misma, y que el estudio de lo bello (si la belleza es, como adelantábamos, viva creación), puede resultar esclerotizante, sino imposible, cualquier disección válida para su descripción, aun en el ejercicio de su (necesario) análisis. No obstante, esta diferencia inferible entre lo representado y lo sentido, nos habla de la belleza como un valor, sin embargo, muy singular. Y esto es así porque aun cuando aceptemos que el valor no forma parte del mundo[2] (en el caso de la belleza), dicho valor sí que tendría valor, a diferencia del argumento wittginsteniano, y es que estos tipos valores son capaces de cambiar el mundo, y esto porque su potencia no es solo orientativa de verdad, lo es sobre todo de vívida creatividad.

            Al margen de los argumentos cognitivos (y no cognitivos) y conativos que puedan desarrollarse en el ámbito de la belleza, debatiéndose con la inversión spinoziana de que lo deseado no se anhela porque es bueno, sino que es bueno porque es deseado, lo bello no es un mero espejo que refleja lo que hay en el exterior, y es que la vida (y la misma muerte) y todas sus consecuencias son las que marcan la necesidad de indagación y de relación de lo vivido y del hallazgo de la belleza en lo que de verdad se manifiesta en esa indagación vital del mundo que, al fin y a la postre constituye nuestra existencia.

La pasión del dolor y la belleza, Francisco Acuyo            En cualquier caso, el valor de la belleza, al llevarlo a la objetivación de un mero placer (estético), se nos antoja insuficiente por incompleto en su razonamiento, se colige fácilmente de lo anterior e inmediatamente  expuesto: la belleza cambia y crea en el mundo y al estar estrechamente vinculada al propio dinamismo vital, no sería extraño que pudiera despertar aquel … je l’ai trouvée amére // et je l’ai injuriée[3], al que se refería Rimbaud. La pasión de lo hermoso (conseguido, que diría Juan Ramón), no está exenta de dolor.

            La disposición estética, no sólo del artista, también del matemático, del científico… es un condicionante extraordinariamente importante en aquellas entidades vivas con voluntad consciente. Si, sin saber por qué[4] somos capaces de reconocer figuras geométricas, simetrías en objetos y espacios, armonías en determinados sonidos, proporciones majestuosas, estas llegan a emocionarnos, elevarnos, inspirarnos creativamente, será porque nos hablan de una potencia innata de nuestra consciencia y nos concita para su reconocimiento y vivencia creativa.

            Por todo esto es natural reconocer que la belleza sea una presencia viviente o una ausencia doliente[5]. Es un ámbito fascinante el de la naturaleza de lo bello y la propensión de nuestra conciencia hacia su descubrimiento y el ejercicio de su creación. Esto último debería apreciarse en lo que merece, sobre todo al albur de los estudios sobre la conciencia y, además, sobre la incidencia de esta sobre la propia realidad –física   - del mundo[6].

            La realidad del dolor y el sufrimiento en el mundo es incuestionable. En cualquier caso acontece, pareja a esta incontestable sustantividad del dolor, una suerte de coherencia universal de la que se dice que es placentera en su percepción y entendimiento, y que cala profundamente en todo aquello que concebimos que debe ser verdadero[7], es sin duda la belleza. Pero no nos parece en modo alguno que deba obviarse, en virtud de ese ánimo sensorial y deleitoso que embarga la percepción y entendimiento de lo bello, aquella otra faceta que, amparada en su virtud creativa, conlleva no solo a la captación sensorial e inmanentemente bello, también a la intuición de lo trascendente. De esto último seguiremos hablando en entradas próximas.



Francisco Acuyo







[1] Santayana, G.: El sentido de la belleza, Tecnos, Madrid, 1999.
[2] Wittgenstein, L.: Tractatus Logico-Philosophicus, Alianza editorial, Madrid, 1999.
[3] El hecho de encontrar amarga la belleza, y de desear injuriarla.
[4] Ficino, M.: Il comento sopra il Conuito di Platone…, Softcover, 2016.
[5] Santayana, G.: Cartas, pp-238-239.
[6] Véanse en este punto algunas reflexiones recogidas en Ancile: La poesía y los fantasmas de la materia: http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2017/05/la-poesia-y-los-fantasmas-de-la-materia.html , De la realidad: el átomo, la vida y la conciencia: http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2017/05/de-la-realidad-el-atomo-la-vida-y-la.html ; El sueño de la materia produce monstruos: http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2017/05/el-sueno-de-la-materia-produce-monstruos.html
[7] Acuyo, F.: Elogio de la decepción, y otras aproximaciones a los fenómenos del dolor y la belleza, Jizo, Granada, 2013, pp. 82


La pasión del dolor y la belleza, Francisco Acuyo

domingo, 21 de mayo de 2017

BELLEZA, TIEMPO Y TRASCENDENCIA

Para la sección del blog Ancile, Pensamiento, traemos la entrada que lleva por título: Belleza, tiempo y trascendencia.

Belleza, tiempo y trascendencia, Francisco Acuyo




BELLEZA, TIEMPO Y TRASCENDENCIA






En anteriores momentos de reflexión –sobre la realidad y sus conceptos[1]-  hacíamos incidencia en la noción y supuesta realidad física del tiempo, sobre todo para establecer los límites y el origen de la materia. El universo (afirman no pocos científicos actuales) solo tiene relevancia desde el origen mismo del tiempo (el Big Bang es la singular referencia de ese origen). Antes de éste, cualquiera conjetura es irrelevante para el estudioso de la física del cosmos. La nada -o el algo- que hubiere o no para el nacimiento del mundo no importa, pues está fuera de los parámetros de las cuatro dimensiones físicas reconocidas (espacial(es) y temporal). Cualquier indagación que se llevase a cabo sería meramente especulativa y sin fundamento científico. Es así que la óptica material positiva del mundo resuelve cualquier tipo de conjetura más allá del propio tiempo.

                  Aunque siendo un profundo y enamorado apasionado de la ciencia (sobre todo de la física y la cosmología), hay algo que me impide aceptar esta abrupta ruptura con aquellas inquietudes (quizá, o sobre todo, porque soy poeta) que me inclinan a la indagación de factores e incidencias manifiestas en la psique (o alma, o espíritu… o como quiera denominársele) que, a mi juicio, son tan reales y eficientes como la materia misma. Una de ellas es la belleza y su concepción –y percepción- universal de toda criatura que tiene o aspira a tener conciencia, una conciencia que no sólo es pensamiento, conocimiento, experiencia o convención, sobre todo espíritu creativo.

Belleza, tiempo y trascendencia, Francisco Acuyo                  La intuición de una belleza ontológica, una belleza que es y es cierta y que, en realidad, no puede poseerse porque existe al margen de cualquiera conocimiento y experiencia y que, muchas veces, aparece de forma inopinada, y de la que tomamos cuenta sin elección, sin juicios o prejuicios previos y que, cuando aparece en la palabra (si es poética) exige una comprensión más allá de la palabra misma, de su significado normativo aceptado, porque es más que conocimiento, y porque es, de manera total, global, holística y expone su verdad en la belleza. El caer en la cuenta del hecho creativo –poético-, será ante todo una percepción total de lo que es, al menos un segundo, donde la belleza muestra su plenitud de verdad.

                  Este hallazgo de lo bello no se obtiene mediante ninguna labor o trabajoso esfuerzo de búsqueda, no hay introspección, solo reconocimiento de los límites de nuestro pensamiento expuesto e impuesto en el conocimiento acumulado durante años y que, una vez liberado nuestro espíritu de su rémora, se ofrece sin alternativa. Este hallazgo es libre porque no implica cambiar nada de nosotros mismos, es simplemente la captación de lo que hay sin la intervención del yo –manido- que tantas veces nos ofusca con sus condicionamientos y prejuicios, donde el objeto y el sujeto que observa son uno en esa percepción única y total de la belleza, solo la vivencia de lo bello es real, al margen de quién y cómo lo mire.

                  En la vivencia de lo bello está la verdad de que no existe frontera entre lo visto y quien lo ve, desasido de todo centro, y esa espontaneidad que trae la belleza es la que en verdad está más allá del tiempo. Lo auténticamente creativo radica en el desasimiento de lo sabido para dejar abierto el camino a lo que no puede pensarse porque aspira a lo nuevo, a lo que no ha sido visto o mencionado, y esto es posible porque de este singular vacío que supone olvidarse –silenciarse- de todo lo conocido, es de donde surge la verdad de la belleza y de la creatividad genuina.

                  Ese vacío no es muy distinto al que rechaza o ignora la ciencia (el de los orígenes antes del mismo tiempo) que busca sus fundamentos en el tiempo y en la conciencia que de este surge, y de la que, en definitiva, surge la materia misma. Aquel vacío, aquella nada, es la que propicia las verdades y bellezas que algunas veces percibimos totales e infinitas un instante.


Francisco Acuyo




[1] En el blog Ancile: Sujeto y objeto: realidad de lo impracticable, http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2017/05/sujeto-y-objeto-realidad-de-lo.html ó , De la realidad: el átomo, la vida y la conciencia, http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2017/05/de-la-realidad-el-atomo-la-vida-y-la.html


Belleza, tiempo y trascendencia, Francisco Acuyo


jueves, 18 de mayo de 2017

DE LA BELLEZA INAGOTABLE EN UN UNIVERSO INMARCESIBLE

De nuevo, para la sección, Pensamiento, del blog Ancile, traemos un flamante post que lleva por título: De la belleza inagotable en un universo inmarcesible.



De la belleza inagotable en un universo inmarcesible, Francisco Acuyo




DE LA BELLEZA INAGOTABLE

 EN UN UNIVERSO INMARCESIBLE






Cuando hablamos del fin (o de los límites) de la ciencia da la sensación de que una cataclismo indescriptible se cierne sobre el producto intelectual lo más valioso del ser humano. El fin de la ciencia diríase (anunciado por los inevitables límites que acechan desde los propios confines de su método) es el inevitable declive del espíritu (negado, no obstante, por ella) de la humanidad. La ciencia no puede tener límites. La aparición de una teoría final[1], ¿será la prueba irreductible de que así es? Mi visión (como enamorado de la ciencia) limitadísima de poeta me hace intuir que, de igual modo que la creación y búsqueda de la belleza es inagotable, también la naturaleza y el espíritu que indaga en pos de encontrarla lo son igualmente. Si para el científico el destino final es la explicación del mundo, para el poeta (también para el matemático) la explicación del mundo se completa en virtud de aquello que lo constituye se ofrezca como entidad de belleza patente en sus múltiples manifestaciones: en sus maravillosos patrones, simetrías, intuiciones de verdad (y de bondad) en las representaciones que puede concebir de aquel –del universo- nuestro espíritu.

                De esta idea de belleza participa (justo es decirlo) algunas teorías cosmológicas (como la de cuerdas[2]) que rigen sus principios teóricos en virtud de intuiciones matemáticas que se entrelazan con hermosos juicios estéticos. En verdad que la gloria de la ciencia radica en imaginar más de lo que podemos probar[3]. No es extraño que algunos científicos opten, a la hora de elegir entre la verdad y la belleza, lo hagan sobre esta última, pero no crean que si eligen la belleza estén muy lejos de la verdad.

De la belleza inagotable en un universo inmarcesible, Francisco Acuyo                La cuestión es que el hecho de hacer en ciencia irrelevante el significado extraíble de una teoría (veíamos en capítulos anteriores la referencia a la teoría cuántica[4]) acaso desvirtúe sus potenciales más interesantes para el espíritu, y si bien se incrementa con la aparición de la teoría de la información (que considera a esta –a la información- en virtud de un concepto abstracto, cuya transmisión puede hacerse mediante múltiples cauces). No en vano Claude Shannon[5] separó de manera drástica la información del significado. Es evidente que el bíblico aluvión de información en el que nos ahogamos es más que un síntoma de que haríamos bien en considerar los potenciales significados de toda esa información. La falta de propósito, de sentido, incluso (anunciábamos anteriormente) la ausencia de causas sobre determinados efectos, como es la misma existencia del cosmos, es acaso la consecuencia más directa y relevante de esta postura. La verdad, la belleza, o la intuición creativa y su sentido enigmático, la bondad, el propósito de las cosas… son los múltiples significados que desgraciadamente se obvian en pos de una abstracción matemática que diríase perder el signo y fundamento de su arte y ciencia (cual es el del equilibrio, la sencillez y la belleza).

                El enigma de la existencia sigue incógnito y como no compete al ámbito de estudio de las formas de conocer el mundo más relevantes, como es la ciencia, parece no tener importancia alguna, y si bien de lo que no se puede hablar puede resultar conveniente callar,[6] es inevitable la reflexión sobre nuestro designio (inevitablemente unido al de la misma naturaleza). Si la filosofía pudo ser acotada a la lógica y al uso correcto del lenguaje[7], y aun extrayendo a la ética y a la estética de la misma, es improbable que otras disciplinas y artes y entendimientos del mundo se abstraigan de hacerlo. He aquí que uno de los papeles capitales de la –verdadera- poesía es la indagación creativa (imaginativa) en pos de saber del sentido y finalidad de nuestra conciencia, y por eso, quizá ahora más que nunca, la poesía juega el papel que una vez tuvo la filosofía, antes de que dejara de estar implicada en el saber general que interesa a la estirpe del hombre(historia, arte, ciencia, literatura, religión…), y de la que la poesía bebe- se inspira-, de una u otra ( si opimas fuentes), eligiendo la más apta para saciar su infinita sed de creación.




Francisco Acuyo






[1] Teoría final en física, o Teoría del todo Theory of Everything, teoría unificada…. y cuyo esfuerzo en la actualidad se centra en la combinación de la Teoría de la Relatividad y la Teoría Cuántica.
[2] En la física teórica, este modelo establece que las partículas puntuales son en realidad filamentos, cuerdas que producen estados vibracionales en un espacio de más de cuatro dimensiones.
[3] Dyson, F.: Sueños de tierra y cielo, Debate, Barcelona, 2015, p.197.
[5]Cluade Elwood Shanon, padre de la teoría de la información.
[6] Es proverbial esta expresión de Wittgenstein al respecto de la filosofía y sus límites (que son los del lenguaje)
[7] Apreciación de Wittgenstein sobre la filosofía y sus límites extraído del Tractatus logico-philosophicus .



De la belleza inagotable en un universo inmarcesible, Francisco Acuyo

martes, 16 de mayo de 2017

NULLIUS IN VERBA 2

Siguiendo con las reflexiones sobre la realidad de la ciencia y otras disciplinas del conocimiento, traemos para la sección, Pensamiento, del blog Ancile, el post titulado: Nullius in verba.



Nullius in verba, Francisco Acuyo




NULLIUS IN VERBA










Que hay maneras muy diversas de aprehender el mundo es algo por casi todos reconocido, pero en modo alguno la ciencia ha aceptado como verdadera interpretación de la realidad aquella que no esté sujeta a sus principios y metodología. Los límites de la ciencia convencional (ortodoxa), ¿no comienzan a ser acaso más una rémora que un incentivo para abrir una vía de entendimiento más amplia de la misma naturaleza?

                Si algo aprendí del ejercicio –creativo- poético es que, con todo el respeto hacia los grandes maestros, el principio Nullius in verba[1] debería regir en mis propósitos y mi vocación creativa. Construir sobre el sólido fundamento que los excelsos avisados han concebido no significa renunciar a la indagación propia y a libertad de concebir nuevos senderos de creación y transformación originales.

                Sin pretender convertirse esta nueva reflexión –humildísima-  en un alegato contra el reduccionismo material atomista, no puede evitar, sin embargo, verse imbuida por el espíritu que embarga cualquier intento creativo, entre el que se encuentra el de la misma poesía, acaso como exponente proverbial y singular de la misma creación. En verdad nos cuesta mucho restringir la estructura y dinamismo del universo, la complejidad de la vida y el raro fenómeno de la conciencia a un mero reducto de partículas elementales sujetas a unos principios o fuerzas reguladores; me congratula saber que dentro del ámbito de la ciencia también hay grandes sabios que tienen una opinión cercana a la que, toda modestia, exponemos en este breve compendio de juicios y reflexiones.[2]

Nullius in verba, Francisco Acuyo                Creemos que hay otras muchas disciplinas (y artes) junto a la ciencia que tienen mucho que decir para un mejor entendimiento del mundo y de nosotros mismos. Han sido muchas las entradas dedicadas a las matemáticas en este medio, como también a la poesía (o ambas singularmente interrelacionadas)[3] para la comprensión de este hecho incuestionable y, sin embargo, que no parece principio de complementariedad,[4] en el mismo meollo de lo más íntimo de la materia perfectamente reconocible y ampliamente aceptado. No en vano sería el mismo Bohr[5] quien ampliaría la idea de complementariedad al mundo de la misma biología: cualquier intento de análisis forense de la composición molecular de un ser vivo llevaría irremisiblemente a la muerte de dicho organismo, que es lo que propone la visión clásica positiva y reduccionista de la ciencia netamente materialista. La visión totalizadora es fundamental para el entendimiento de unos de los aspectos más fascinantes del enigmático fenómeno de la vida: la capacidad creativa.

                En poesía, siempre hemos defendido una visión holístico integradora de la misma en sus estudios, llevar al ámbito de la reducción atomista sus potenciales elementos constitutivos (palabras, oraciones, ritmos métricos…) es desvirtuarla en una óptica claramente mecanicista que nada tiene que ver con su dinámica compleja, viva, creadora que la constituye; una vez poema, en un organismo vivo sujeto a tantas y tan vivas interpretaciones como sujetos que quieran acercarse a su vívida y dinámica presencia. La reducción ha de entenderse y extenderse a su justo medio, no excluyendo esta visión integradora que no solo puede aportar la ciencia avanzada, también otras maneras de interpretar el mundo como la filosofía, el arte, la literatura, la poesía.

                La poesía, emparentada con cualquiera manifestación vital, es un modelo o sistema orgánico de funcionamiento que se mantiene en continua transformación, y cuyo dinamismo emergente se observa en la volubilidad e incluso en la ambigüedad de los patrones que la constituyen y deconstruyen (gramaticales, métricos, estilísticos…). Volviendo a la concepción de realidad de anteriores reflexiones, nos parece que aquella, si pretende ofrecer la verdad de cualquiera cosa que sea, necesita la complementariedad de lo que el concepto de dicha realidad implique y lo que la misma realidad supuestamente objetiva sea. La conciencia juega un papel crucial nuevamente. Incluso en la observación íntima de la materia y el establecimiento de su realidad, exige esta complementariedad, y es más, necesita para la constatación de su verdad genuina la aparición del factor imprescindible de la belleza. De esta cuestión hablaremos en próximas entregas.




Francisco Acuyo




[1] Sentencia de Horacio (Epístola) que literalmente viene a decir: En la palabra de nadie, y que aquí se entiende por: Nadie nos enseñará a cómo debemos pensar, o, Mira por ti mismo, lema de la  Royal Society de Londres.
[2] Un caso realmente sobresaliente es el de Freeman Dyson, véase por ejemplo; Sueños de tierra y cielo, Debate, Barcelona, 2015, p. 23.
[3]Blog Ancile,  De lo innato y la experiencia en el signo (poético y matemático), http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2017/01/de-lo-innato-y-la-experiencia-en-el.html ; Del número y la realidad a la poesía, http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2016/12/del-numero-y-la-realidad-la-poesia-muy.html ; por ejemplo.
[4] Dícese del principio que advierte de que dos descripciones de la naturaleza son complementarias cuando amabas son verdaderas, aun cuando no puedan reconocerse en el mismo experimento, véase el caso proverbial de la dualidad onda partícula.
[5] Los nuevos descubrimientos en el terreno de la genética, con el hallazgo del ARN y del ADN, no son en modo alguno definitivos en este aspecto y no parece que sean los que escondan el auténtico secreto de la vida: la replicación estudiada para la observación y entendimiento de ADN es clara, pero el comportamiento metabólico de un ser vivo en modo alguno los es, el caos es la característica singular del mismo.


Nullius in verba, Francisco Acuyo

lunes, 15 de mayo de 2017

LA POESÍA Y LOS FANTASMAS DE LA MATERIA

Para la sección, Pensamiento, del blog Ancile, traemos una nueva entrada que lleva por título: La poesía y los fantasmas de la materia, donde se sigue indagando sobre el concepto de realidad y la realidad misma.


La poesía y los fantasmas de la materia, Francisco Acuyo



LA POESÍA Y LOS FANTASMAS DE LA MATERIA







Tras abundar, rastrear e investigar (muy humildemente) sobre el concepto de la realidad y lo que la realidad misma sea, no hacemos más que encontrar escollos y problemáticas que ponen en evidencia la complejidad del asunto en un devenir de dudas, controversias y paradojas muy espeso. No obstante, el sentido común, pertinazmente, nos dice que no debiéramos de mantener ninguna suspicacia ante la (muy sólida )entidad de ese o aquel muro, sobre todo si marchamos contra él a velocidad considerable, a fuer de que queramos dejarnos la crisma muy cascada ante la consistente realidad de su inexcusable e impactante estructura. Nada, en esta compacta realidad de los objetos, amenazante siempre para el incauto aventurero que pretenda ponerla en tela de juicio (en forma de muro o de cualesquiera objeto colindante contra el que dirimir nuestras frágiles y torpes dudas), puede hacernos pensar que ninguna entidad material pueda hallarse en dos lugares a un tiempo[1]. Ni que decir tiene sobre la posibilidad de que aquello que acontezca en este lugar y momento pueda acaecer en otro lugar simultáneamente[2]. La realidad es incuestionable en virtud de lo que podemos percibir –sufrir- de ella, a veces de manera harto contundente, si no atendemos a la incontestable solidez del muro.

                De todo lo tan apresurado como torpemente expuesto en este primer párrafo introductorio, y que ofrece la incuestionable sustantividad de los objetos, parece  anunciar que aquello que pensamos, intuyamos u observemos tenga influencia sobre eso que con tanta seguridad constatamos como realidad perceptualmente consistente y, sobre todo, medible. Nuestras conciencias estupefactas tan solo pueden dar cuenta de las propiedades irreductibles de esa realidad material incuestionable, y rendir positiva pleitesía a su aplastante y contundente materialidad. ¿O no?

                Es un hecho que la medida (imprescindible para constatar la sustancialidad material de algo) no es asunto tan reductiblemente sencillo, así parece constatarse incluso en el ámbito experimental cuántico más rudimentario. Quizá aquella ingenua y grosera (y peligrosa) realidad del muro y la implicación del observador que ha de dar cuenta de las mediciones sobre la misma, acaso nos está intentando decir algo más de lo expuesto, esto es, poner en cuestión nada menos que la consistencia absoluta del mismo (muro). En cualquier caso, la visión cuántica de la materia expone situaciones y fenómenos harto extraños que suceden en nuestro mundo, los cuales exigen, cuando menos, una revisión del concepto de materia y, desde luego, de realidad, si, como parece, la conciencia (cuya realidad es también incuestionable) juega un papel crucial para el entendimiento de lo que somos y de lo que materialmente nos rodea.

                Acaso sea ese paso más allá del uso de la teoría del cuantum (perfectamente delimitado por la física y que tanto ha influido –tecnológicamente- en la vida cotidiana de todos) el que me ha hecho pensar en el por qué siempre me han resultado intuitivamente insatisfactorias las aproximaciones a la realidad positivo materialistas (naturalistas) del mundo cuántico. Se obvia cualquier significado extraíble de aquella. La cuestión de la realidad a la luz de las paradojas y enigmas que ofrece la fenomenología cuántica, parece situarse más candente quizá ahora que nunca[3].
               
La poesía y los fantasmas de la materia, Francisco Acuyo                Las fronteras entre la física, la filosofía especulativa (y desde luego la poesía misma, en ese concepto (tan ¿particularmente? mío de la misma), no me parecían tan claras como al común de personas con las que me intentaba compartir pareceres sobre la realidad del mundo. De hecho, los límites entre las diferentes estructuras mentales y físicas (naturales) de todo aquello que nos rodea me[4] no era sino una consecuencia natural del mismo proceso creativo.[5]

                Que la teoría cuántica afirmase que la observación (toma de conciencia) de un objeto cause su presencia[6] en el sitio de dicha observación, o que podía estar en varios lugares a la vez… me estaba diciendo que la misma naturaleza ejercía una vocación poético-creativa muy interesante, afín a lo que yo mismo intuía en el proceso de generación de versos (y todo el constructo y dinamismo complejo que encierran y mediante el que conectan con el mundo), y que se entiende de consuno como ejercicio de ficción o representación. Pero, ¿es el mundo una ficción? ¿O está tan ligado este a nuestra conciencia que su realidad es cuestionable? Entonces, ¿cuál es la naturaleza de la realidad y de la conciencia misma?

                La ciencia ha tratado de mantener al margen el motor teórico práctico (que tan bien funciona a niveles científicos tecnológicos), de las implicaciones de significado que conllevan las indagaciones en el ámbito más íntimo e ínfimo de la materia, los fantasmas de la misma parecen aflorar peligrosamente para el determinismo (y método) positivo materialista, además, los límites de la ciencia en este punto hacen aflorar otro peligro no menos grueso, la injerencia de otras maneras de acceder al entendimiento del mundo natural, patrimonio exclusivo desde siglos de la ciencia positiva, y en este caso, y con toda modestia, nada menos que desde la poesía. Reflexionaremos sobre estas y otras cuestiones en próximas entradas.




Francisco Acuyo
               
                 
               


[1] La mecánica cuántica pone en tela de juicio este entendimiento de sentido común, dando lugar a las más peregrinas intuiciones de ubicuidad que imaginarse puedan.
[2] Lo mismo cabe decirse de la realidad del trascurrir de los objetos –cuánticos- en el espacio tiempo.
[3] Como poeta (partiendo de la base de que la poesía, para mí, ha sido siempre mucho más que un mero ejercicio literario) acostumbrado a jugar con la conciencia como instrumento primordial de contacto con la realidad y su indiscutible potencial de transformación y sobre todo creativa, mantuve una relación singular con el concepto de realidad y aun con la sustancialidad de la misma. La libertad precisa para un ejercicio creativo genuino me parecía fundamental y, en cierto modo, reñida con el determinismo atómico de los naturalismos científicos (herederos sin duda de los positivismos más duros e irreductibles decimonónicos), por lo que (aun siendo un enamorado de la ciencia) creí que era preciso (entre otras razones por no acabar sumido en una profunda depresión) no cortar las alas al proceso imaginativo creativo que, al fin y al cabo, era el que me había motivado siempre, mi vocación auténtica es la de poeta, no la de físico; en cualquier caso, siempre había contemplado y entendido a la poesía implícita en la misma naturaleza ,por lo que me parecía (y aún me parece) que la realidad es algo más que una estructura atómica material movida por unas leyes físicas que siempre serán deterministas, sobre todo porque lo que la misma ciencia denomina realidad, acaba abarcando el fenómeno de la vida y el de la conciencia.
[4] La cuestión de la ruptura del tiempo es una vieja controversia en la teoría literaria, recuerdo con fruición El arte nuevo de hacer comedias, de Lope de Vega y su enfrentamiento a la Poética de Aristóteles y los academicismos de la época; o, por qué no, al cronotopo de Bajtín, donde el tiempo y el espacio literario adquieren una dimensión de unidad singularmente indisoluble.
[5] Hete aquí que, cuánticamente, esto es una realidad incuestionable.
[6] Rosenblum, B. y Kuttner, F.: El enigma cuántico, Barcelona, 2010, p. 27.



La poesía y los fantasmas de la materia, Francisco Acuyo