jueves, 9 de febrero de 2017

UNA ÉTICA POÉTICA PARA LA HIPERMODERNIDAD. SOBRE Y PORTUGUESA EL ALMA DE MANUEL SALINAS

Para la sección, Noticias, del blog Ancile, traemos el trabajo de José A. González Núñez, sobre el libro recién publicado del profesor y poeta Manuel Salinas Y portuguesa el alma, publicado por Entorno Gráfico edicones; y todo ello bajo el título, Una ética poética para la hipermodernidad. Sobre portuguesa el alma.



Una ética poética para la hipermodernidad. Sobre portuguesa el alma, José A. González Núñez, Ancile




 UNA ÉTICA POÉTICA PARA LA HIPERMODERNIDAD.  

 SOBRE Y PORTUGUESA EL ALMA DE MANUEL SALINAS




Una ética poética para la hipermodernidad. Sobre portuguesa el alma, José A. González Núñez, Ancile





La hipermodernidad, estos tiempos que vivimos una vez superada la posmodernidad según los bautizó G. Lipovetsky, sigue siendo una era  racionalista y pragmática, individualista y consumista, pero marcada por una original y  sofocante angustia, gestada en la rapidez de las metamorfosis, en la melancólica caducidad de su esencia efímera y en la provisionalidad e inseguridad a que el  capitalismo global sigue condenando a las masas, al ritmo desenfrenado  de su progresión desaforada. Esta época, marcada por el desasosiego, nos fuerza a nuevos planteamientos, a nuevas exigencias, a otros modos de vivir en sociedad y a otras relaciones en los dominios del poder político, del saber y, sobre todo en el íntimo espacio de la subjetividad:  preciado don heredado de la modernidad.

El individuo hipermoderno se ha transformado y, a pesar del persistente hedonismo y sus ansias de gozo inmediato e ilimitado, según se fue expandiendo y asentando el consumismo, comenzó a percibirse una cierta insatisfacción moral, el hartazgo de la producción material y la carencia de aquellos ideales necesarios al vivir colectivo. Si el compromiso militante se ha relativizado con el
Una ética poética para la hipermodernidad. Sobre portuguesa el alma, José A. González Núñez, Ancile
desprestigio de las ideologías que ofrecían paraísos igualitarios a la vuelta del futuro y la moral autoritaria se ha visto erosionada por una laxa permisividad, poco a poco se  ha comenzado a denostar el nihilismo y han acabado por ir asentándose nuevos valores morales, derivados de los derechos humanos, imprescindibles para configurar la identidad donde cimentar la subjetividad satisfecha y peculiar de las sociedades democráticas y desarrolladas. Revestida de la fascinante y lujosa teatralidad que irradia y se expande desde los todopoderosos medios de comunicación, esa individualidad también recibe cada día la descarnada e insoportable  imagen de la pobreza y el sufrimiento ajeno.

En los resquicios y ámbitos nacidos al socaire de la sentimentalidad desbordante de los medios de información ha ido creciendo, a la par que la insoportable angustia vital, la crítica de la explotación del semejante y han comenzado a aparecer nuevos comportamientos altruistas y valores cimentados en la generosidad y en aquel sentido de la justicia que reconoce en el otro el mismo absoluto que en uno mismo.

Justo en estos momentos acaba de aparecer un nuevo poemario, Y portuguesa el alma, del granadino asentado en Málaga, Manuel Salinas, editado en la colección Entorno gráfico de poesía, que viene a dar continuidad a los ideales iniciados en  Viviré del aire (2014) y supone el logro de nuevos hitos en el camino hacia esa tan necesaria ética, en este caso poética, para nuestra “dañada realidad”.

 La vida humana en su dimensión ética se ofrece como un camino hacia el Bien, camino de perfección que ya San Teófilo (siglo I) y San Gregorio de Nyssa (siglo IV) entienden como tensión y continuo avance ascensional desde la materia inane hasta la más alta espiritualidad,  y que se expresa con el término griego “epectasy”. En ese itinerario la razón no considera al Bien como un sentimiento nacido en la voluntad particular del individuo, sino como una aspiración al infinito, una reiterada búsqueda de algo más, pues el espíritu sólo se sacia parcialmente con los logros adquiridos y se reproduce en su acción incondicional y en su afán de universalidad. El deber de abarcarlo todo llevó a estructurar la realidad en tres escalones o niveles de dignidades según las categorías existentes, pasando de la inferior o naturaleza material, incapaz de perfeccionamiento autónomo, a la humana, dotada de libre albedrio, y a la superior o Bien absoluto, identificado con el misterio divino, inalcanzable por los humanos.

La tarea del hombre, único ser dotado de capacidad moral autónoma, consiste en procurar la mayor perfección de lo dado, en continuo recomenzar y sin nunca acabar. Con la libertad, connatural al ser humano, en su caminar, puede optar por cualquiera de los dos sentidos de la marcha, hacia el Bien o hacia el Mal. El hombre bueno busca la elevación espiritual y su conciencia le hace sentir pudor cuando opta por el movimiento descendente, aquel que le lleva a darse de bruces con la materia inferior, incapaz ésta de mayor perfección y a la espera de la ayuda humana para su elevación.  Wieland, el “Voltaire alemán”, fue el filósofo que en los umbrales del Romanticismo supo expresar con prístina claridad el ansia de transformación ascensional que el mundo mineral siente por el vegetal, éste por el animal y la bestia por el hombre. Finalmente, a través del camino de perfección, el humano desea conocer lo desconocido, dar a ver lo invisible y alcanzar, aunque sólo sea en el fugaz instante del “toque delicado”, la unión con la divinidad en la inaccesible “teosis” del místico.

 En el trato con la naturaleza el hombre se atiene al pudor para dominar con la razón las inclinaciones sensibles; la compasión es el sentimiento que le permite avanzar en sus necesarias relaciones de simpatía con los demás, un ponerse en el lugar del otro, superando la perversa tensión egoísta, merced al principio de justicia con el que reconoce en el semejante la misma dimensión de ser que posee en sí mismo y así pueda nacer entre ellos el amor de igualdad. Por último, en su proyección hacia el misterio y para crecer espiritualmente, los humanos necesitan la virtud de la piedad,
Una ética poética para la hipermodernidad. Sobre portuguesa el alma, José A. González Núñez, Ancile
veneración que se manifiesta en el trato con lo divino y que expresa su decidida vocación de perfección. Ante lo desconocido el hombre siente temor, pero poco a poco y según se acerca a lo divino, transforma aquel pánico inicial en reverencia y admiración, deseo insaciable de unión y  amor puro al Bien Supremo, porque en Él se conjunta de manera indivisible la triple virtud: pudor, compasión y piedad.

Manolo Salinas es poeta, y lo es porque ha recibido el don de guardar en la memoria el tesoro vivo de lo que ha sentido (G. A. Bécquer); con tan preciado material ha creado y elevado himnos en honor del misterio de la existencia, pues que trasciende, trascendentes. En el Arte Poética de Juan de Mairena la poesía, como cualquier fruto imperecedero, debe sobreponerse al tiempo, de manera que el tiempo vital del poeta se “eviterniza”, con los medios de que éste se vale, en su totalidad temporales (medida, acentuación, rima, imágenes…), para ser:

                                                     “Ni mármol duro y eterno
                                                     ni música ni pintura,
                                                     sino palabra en el tiempo.
                                                     Canto y cuento es la poesía,
                                                     se cuenta una viva historia,
                                                     cantando su melodía.”

 Y a tal poética se atiene Manuel Salinas, pues no en vano le dotó Lope de Vega con “los  ojos niños y portuguesa el alma”, unida a una nueva ética que enraíza y fructifica  en estos nuestros días. Manolo nos recibe en el pórtico carvajaliano, “Del lado de la vida” y allí nos da cuenta y desvela el milagro hecho pensamiento y canción. En los recién pasados tiempos sentimos pudor y llegamos a comprender “que somos unos bárbaros, y que / esto no puede ser”, “pues toda barbarie cultural destruye la belleza y produce una barbarie moral”.

El poeta siente la herida de abril, porque  “abril es una herida, huido/ aroma de la hermosura del mundo” y, marcando tajante separación entre el mirar y el comer, deglute el mundo en ágape de compasión, compartiendo amor entre semejantes, elevándose al segundo escalón en la escala ascensional y creando belleza: palabra en el tiempo. Con ella nos da a ver lo que a él también se le dio, ese destello luminoso que atraviesa la llaga en su mano de artífice, llama de amor que quema y cauteriza y, con su luz, hace hablar a las cosas, a los jardines, en los lienzos de Rosaura Álvarez, Carmen Tischler y Mª Teresa Martín-Vivaldi, –¡Qué hermosas glicinias del Generalife para la portada!–,  “donde prende el rojo, el carmín,/ el sangre”, o en los sotos de los ríos de Granada:

“Juncos del Darro,
junquillos leves,
alegres de día
de noche alegres”.

Y la memoria frente al olvido es canto y cuento, ráfaga de luz que traspasa las tinieblas, rompiendo el silencio de la  noche malagueña: “noche de plata”.

La poesía “palabra esencial en el tiempo”, “diálogo de un hombre con su tiempo” según el pensar de Mairena, no es buena sólo por su técnica sino por la calidad de intuición, por su sensibilidad poética, por esa visión descentralizada y polivalente que considera y atiende los diferentes ángulos del ojo lírico, capaces de redimir la soledad del hombre. Sinestesia de los sentires que tras la “noche oscura” del alma  “abre los ojos dentro: la vida”.

Salir al exterior con una conciencia auroral, con la inocencia del infante analfabeto,  el recién nacido que sobre todo “apetece la leche alba del espíritu: la razón inmaculada, la razón pura” (Bergamín), razón espiritual capaz de doblegar la razón práctica en su “vita nova”, hecha de rectitud moral ante el mundo, al que consigue dar significado. Sabiduría bondadosa que engendra el bien, bello y verdadero, los tres universales caros al pensamiento desde la antigüedad griega, después cristianizada.

En lo externo el poeta se alimenta, come y se enriquece con la experiencia de su tiempo vital y con su particular vibración, unido a los demás, en la entrega que propicia la compasión, pues “sólo el amor/ transforma lo que toca” y crea la poesía, velo lingüístico repleto de colorido que da vida y hace
Una ética poética para la hipermodernidad. Sobre portuguesa el alma, José A. González Núñez, Ancile
legible lo que no puede ser leído o vivido. Oquedad del estigma en la mano del artífice metamorfoseado en canal de inspiración, tal como lo imaginó y plasmó Claudio Sánchez Muros en su alegoría de la poesía, mediación entre el espacio privado y la colectividad, punto intermedio en las redes de comunicación. El yo como “el yo-del-otro”, “el deseo del otro”, de su diversidad se complementa en tanto que se le reconoce como igual. “Es la hermosura, la indulgencia que nos ayuda a sentir que lo que bien se reparte, bien sabe”.

Si en la historia moral de la humanidad se ha reiterado el fantasma del hombre-dios, el poderoso divinizado, el rey sol dominando sobre un amplio espacio “radiocrático”, en la actualidad renace lo espiritual, lo humano, aquella metafísica que se creía erradicada desde la Ilustración hasta el nihilismo posmoderno, con el deseo de superar en su avance el terrible drama del siglo XX, las catástrofes continuadas y las  ruinas  acumuladas, el fruto amargo del aire del progreso que el Angelus Novus de Klee no logra frenar ni reparar, en tanto los hombres sean incapaces de reconocer a los demás, al “otro que es yo”, como iguales (H. Arennt) y  sientan pánico por la multiplicación de los discursos mestizos: la “espuma” caótica de la globalización (P. Sloterdijk).

Manuel Salinas reconoce a los tártaros “despojados de la avaricia del cielo” como “tigres que heridos regresan/para asaltar los cielos”, pero “ya no hay ni verdades ni mentiras, sino la vida que eligió cada uno” y, “frente a la codicia de lo utilitario”,  “hagamos del cielo el mejor lugar/ de la tierra.”

En el amor entre iguales es el poeta con su peculiar sentir, en su ética, quien mejor puede atisbar la moralidad de cada cual, atravesada por la “kénosis” divino-humana que transfigura la libertad. Si el mal que amenaza al hombre y a la historia es la muerte, el Bien hecho amor del decir se constituye en memoria frente al olvido, belleza que en el poema aspira a la exaltación musical y a la  redención del mundo. “Esa luz: aspirar a ser buenos y no más”,  palabras que concluyen el “Envío” y cierran el poemario.

E. Kant definió lo sublime como la elevación moral del sujeto ante la posibilidad de su destrucción por un poder superior;  ateniéndonos a esa idea, no cabe duda de que el alma portuguesa de Manuel Salinas se nos ofrece como inmejorable e imprescindible tratado ético contra la perplejidad de nuestros tiempos desde la lógica polivalente de su lírica.

El libro se completa con una sorprendente introducción, debida al temblor sagrado de la mano de Sara Pujol Russell, poeta conmovida, admirada y enamorada ante los versos  de Manuel Salinas, hasta el punto de hacer falso el axioma aristotélico que postula la más rica vitalidad del pensador en tanto sea capaz de someter su dinamismo impulsivo. La rebelión de la mano que la prologuista quisiera austera le ha llevado a elaborar un texto que es la pura esencia del otro que habita en la desnudez del yo. Por esto, y a su pesar, se nos ofrece como investigación erudita, ejercicio de exégesis y la mejor guía para el futuro lector, en un  decir nunca visto que es  fuego de una pasión capaz de iluminar los ocultos intersticios de un pensamiento más que dual, trinitario: el de la escritura, el del poeta prologado y el de estos versos machadianos:

                                                      Si un grano de pensar ardiera
                                                      no en el amante, en el amor, sería
                                                      la más honda verdad lo que se viera.
   





José A. González Núñez
                                   Venta del Pulgar.
                                               En la fiesta de Santa Ágata, la catanesa.
                                               5 de febrero de 2017.











Una ética poética para la hipermodernidad. Sobre portuguesa el alma, José A. González Núñez, Ancile



No hay comentarios:

Publicar un comentario