jueves, 15 de octubre de 2015

POESÍA (COMO EL ZEN): ENTRE LOS LÍMITES DE LA RAZÓN Y LOS CONFINES DEL LENGUAJE

Para la sección De juicios, paradojas y apotegmas, del blog Ancile, Poesía (como el zen): entre los límites de la razón y los confines del lenguaje.


Poesía (como el zen): entre los límites de la razón y los confines del lenguaje, Francisco Acuyo



POESÍA (COMO EL ZEN): ENTRE
LOS LÍMITES DE LA RAZÓN Y LOS 
CONFINES DEL LENGUAJE








SIEMPRE consideré que los términos pensamiento (pensare, -estimar, comparar- y  miento –resultado-), razón (ratio- onis, de reor, reris, reri –pensar, creer-)  y conciencia (conscientia,  con –convergencia- y scientia de sciere –saber-) - habían traído más sombras y confusión que luces o elucidación para la actualización de sus terminologías al ámbito de la filosofía, la ciencia, la disciplina filológica e incluso en los ámbitos de aplicación artístico literarios. Sobre todo con la arrolladora aparición de la neurociencia como piedra de toque para la explanación de todos los fenómenos que atañen al comportamiento psicológico –consciente e inconsciente-, intelectual e incluso para la explicación de la aspiración trascendente del individuo (y que en tantas ocasiones se ha evaluado como la nueva religión (científica) ya que, dice, aporta todas las soluciones al problema de la identificación y evaluación de los procesos del pensamiento y la conciencia, todos ellos fenómenos, o, mejor, epifenómenos del cerebro), cuestión esta que se muestra abierta a un amplio, complejo y contradictorio debate que no se perfila con visos de solución inmediata.

Poesía (como el zen): entre los límites de la razón y los confines del lenguaje, Francisco Acuyo
                Hay procesos de profunda significación psicológica –no solo neurológica-, filosófica e incidente en ámbitos de diversas ciencia naturales (incluso la física) que encierran todavía un profundo misterio para el conocimiento humano. Uno de ellos es el de la propia conciencia advertido en reiteradas ocasiones en este blog, pero el más extraordinario sea el de la capacidad creativa –inevitablemente conectado a la conciencia- que, muy bien pudiera emparentarse con la disposición o idoneidad para lo trascendente –que, aún bajo la imponente presión positivo científica y desde luego
ideológica- quiere ser relegada al ámbito de la fabulación, sin tener presente no ya su reiterada y tenaz insistencia y resistencia a través la historia de la humanidad a desaparecer, sobre todo por su innegable originalidad para interpretar y recrear el mundo, cuyos beneficios –puros, me refiero al margen del desarrollo doctrinal e institucional que pudieran derivarse de algunos de estos intentos trascendente religiosos- son evidentes para el individuo (y quién sabe si para las sociedades que quieran admitirlo, a fuer de ser materialistas, no tanto por convicción sino por relajamiento mental y ético).

                Ya el torturado y agónico pensamiento unamuniano nos advertía de que el pensar no era compatible con el impulso que alienta a la vida, el entendimiento, es verdad, puede no tener nada que ver con la vida, aunque sea bajo su manto vital bajo el que se produzca. El místico nos enseña la necesaria emancipación no solo de las convenciones culturales y sociales para la liberación verdadera, también nos habla del aquietamiento y silenciamiento de la mente en sus procesos de pensamiento, raciocinio e intelección de conceptos. Todas estas vías de conocimiento o percepción de la vida son parciales y limitadas y rebajan, e incluso anulan, la visión totalizadora y totalizante de la realidad que se ofrece y se oculta (a la razón y al pensamiento) en la vida.

                Hay unanimidad entre los iluminados en que se precisa de una ruptura de la conciencia limitada por el pensamiento y el análisis racional –o lógico-, ya que serán aquellos los que no permitan ver la totalidad de lo que hay en el mundo y en la vida consciente tal y como nosotros la entendemos. Véase aquí que la acepción de conciencia viene claramente diferenciada de la de pensamiento y razón, por entender que estas últimas son necesarias para el desarrollo práctico de la vida, pero parciales a la hora de aprehender la realidad el mundo. El místico verdadero no solo rechaza la voluntad del pensamiento y la razón, sino la de Dios mismo, en tanto que si no se es libre en tanto que no soy criatura ni Dios, sino lo que era y lo que permanecerá ahora y siempre.[1] Lo curioso es que esta impresionante afirmación no la hace ningún cenobita zen, sino, nada menos que el heterodoxo e iconoclasta Maestro Eckhart. Algo similar sucederá con nuestro San Juan de la Cruz, obligado a explicar la naturaleza de su Cántico Espiritual para no acabar, quizá, en los tribunales del Santo Oficio.

Poesía (como el zen): entre los límites de la razón y los confines del lenguaje, Francisco Acuyo
                Aquella divina universalidad a la que aspira el místico, resueltamente se presenta, atención, no ajena o antinómica a la razón y al pensamiento, sino que reconoce que estos son inevitables, insuficientes y reconocibles y, desde luego, superables para la percepción total; de su desarraigo nace la capacidad de elevarse para llegar al hombre interior (divino). Es una exigencia para la superación de los procesos conscientes racionales a través de una necesaria radical transformación (que nos recuerda a Schopenhauer o al Niezstche de su Zaratrusta).

                Si el lenguaje lleva a equívocos para el entendimiento unitario de las cosas, no es extraño que al fin de aprehenderlas en su totalidad la paradoja como vía heterodoxa sirva de acercamiento, sino a esa realidad perseguida, al menos para contrastarla de la apariencia. A este efecto el nos encontramos que el poema –como el Koan[2] (Zen)- se ofrece como el útil predilecto para alcanzar aquel fin de comprensión última que en modo alguno se encuentra bajo las directrices o relaciones estrictamente racionales.

                La falta de presupuestos (racionales, de pensamiento conceptual o lógico) en el siempre raro ámbito de la poesía[3], como en el relato zen, obedece en sus fundamentos como principio, mas esto no significa que no exista una convergencia y un saber (conscientia) que abra a la luz de lo verdadero, sobre todo porque conecta el mundo de lo consciente e inconsciente ofreciendo el panorama inaudito de la totalidad que supone la iluminación. Esta consciencia de lo inconsciente deriva en una necesaria y nueva definición de la palabra conciencia, al menos para la que pretende abarcar (los contenidos del inconsciente) como matriz de todos los enunciados metafísicos, de toda mitología, de toda filosofía y de todas las formas de vida que se basan en presupuestos psicológicos[4]. Lo que nosotros aquí denominamos consciencia equivaldría al Satori, o al Nirvana y que, dentro de la culturas y lenguas occidentales encuentran con gran dificultad una expresión (que no sea poética) para su enunciación. Acaso por eso no nos hemos cansado de emparentar la singularidad del más elevado discurso poético con la conciencia de la realidad invocada más allá del devenir temporal, para incluirse en una suerte de eterno presente que radica en el espíritu en soledad de un hombre que pone en evidencia los límites del pensamiento, de la razón e inevitablemente del lenguaje.



                                                                                                       Francisco Acuyo




[1] Eckhart, Maestro: El fruto de la nada, Sermones, Beati Paupere, Siruela, Madrid, 2014.
[2] Pregunta que hace el maestro cuya respuesta (verbal o de acción directa) es siempre paradójica e incluso de apariencia absurda.
[3] Por mucho que las doctrinas literarias postmodernas, cuanto más literarias más ridículas, pretendan vender la poesía como algo asequible a cualquier a criatura plañidera y sollozante,  o ahíta de su propia insuficiencia intelectual y espiritual para situarse en un mundo lleno de convenciones cada vez más frívolas, crueles y egoístamente impresentables.
[4] Jung, C. G: Introducción al libro Introducción al budismo zen, de D. T. Suzuki, Edt. El mensajero, Bilbao, 1986, p. 26.





Poesía (como el zen): entre los límites de la razón y los confines del lenguaje, Francisco Acuyo

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