sábado, 5 de septiembre de 2015

DE LA BONDAD Y EL ALTRUISMO A LA DEPENDENCIA EGOISTA

En tiempos en los que se valora primordialmente el éxito, la fama, el poder, el dinero, y donde la benevolencia no parece tener importancia alguna, nos parece oportuno ofrecer una reflexión, aun cuando sea apresurada y a vuela pluma, sobre la bondad, que diríase haberse diluido como virtud para caer en el ámbito de los valores menores y de consuelo para los que, acaso, según las convenciones sociales de la actualidad, no alcanzaron o no quisieron alcanzar, aquellos valores tan estimados en nuestros días. Así hemos titulado este opúsculo De la bondad y el altruismo a la dependencia egoísta, para la sección del blog Ancile, De juicios, paradojas y apotegmas.


De la bondad y el altruismo a la dependencia egoísta, Francisco Acuyo



DE LA BONDAD Y EL ALTRUISMO 
A LA DEPENDENCIA EGOISTA












                  Cualquiera reflexión sobre la virtud moral de la bondad (y su concepto) en un mundo que nos marca con el inevitable estigma de la dependencia hacia una sociedad profundamente corrupta, cuando no evidentemente enferma, nos hace, cuando menos, dudar del posible encuentro o atisbo siquiera de hallazgo de tal bonohomía individual en este acervo o conjunto de personas que hemos denominado con dudoso acierto humanidad.

                  El ser humano, dícese producto de una evolución altamente selectiva donde sólo los más aptos sobreviven y donde incluso los rasgos genéticos y de herencia para tal integración escogida son producto del gen egoísta[1] que, al fin y al cabo, al estar más capacitado será el que se adapte idóneamente al medio, donde, en fin, la solidaridad es manufactura manifiesta de los mejor acoplados y útil indiscutible para obtener la reserva, reconocimiento y reminiscencia de los mejor adaptados, y, donde los organismos –incluidos los seres humanos- no son más que meros artefactos de supervivencia a los que se someterán los menos agraciados, tal concepto de ética e idea de bondad se vierte como otro instrumento –demagógico y populista para algunos ideólogos- mediante el que mantener el poder y la gracia del estatus proveniente de su privilegio evolutivo. A la luz de estas afirmaciones –firmes creencias en sectores sociales, ideológicos, filosóficos e incluso científicos-, no cabe hacer unas halagüeñas reflexiones sobre tal cuestión de la benevolencia y el altruismo y, así mismo, tampoco para ofrecer un diálogo que no esté gravemente emponzoñado por estas convenciones tan ampliamente aceptadas, parece, por muy influyentes círculos intelectuales, los cuales habrán de dejar su singular impronta en ámbitos sociales,  ideológicos y políticos.

De la bondad y el altruismo a la dependencia egoísta, Francisco Acuyo                  El ser humano que aspira a la singularidad y al cuidado de sí –y de lo suyo- se muestra temeroso siempre hacia la pérdida de lo conseguido, mas, cuando bondadoso, nos advierte de una personalidad segura de sí, así como con un talante de ingenua sencillez y sinceridad que manifiesta, para colmo de los escépticos del altruismo, un exiguo o nulo apego o miedo a la pérdida de lo obtenido. Esta conducta, ¿rara?, es para mí una evidencia que he tenido (no sé si como raro privilegio o he disfrutado de no menos raras dosis de fortuna) la ocasión de contemplar y de vivir, muy a pesar de todas las nociones tan desesperanzadoras anteriormente expuestas.

                  Aquel vivir para los demás, si quieres vivir para ti[2], en estos tiempos convulsos -y confusos-, llenos bien de un profundo egotismo, bien de una sórdida indiferencia hacia las miserias del prójimo –inevitablemente, aunque parezca paradójico, a las propias también-, ofrece el triste testimonio no sólo de una falta de ética pasmosa, también de una franca estupidez al obviar uno de los fundamentos de nuestra naturaleza humana: somos relación, y que la ausencia de generosidad para con el otro es una falta de aquella para con nosotros mismos.

                  Podemos contrastar ópticas muy diferentes en nuestro tiempo sobre la necesidad o no de esta bonohomía y altruismo para la sociedad. Cuando la genealogía de la moral[3] declara la compasión como grave enfermedad de la cultura (manifestación que caló hondamente en no pocas ideologías posteriores a esta exposición ético filosófica), dejaba fuera de lugar y duda cualquier manifestación espontánea o natural de bondad o generoso y altruista ofrecimiento. Por otro lado la caritas cristiana ofreció y ofrece una innegable declaración de necesario altruismo que funciona como catalizador para muchas personas, conscientes de la necesidad y excelencia de la bondad manifiesta a través de esta espíritu altruista. Sin embargo, todavía resuena el eco de aquel homo homini lupus[4] del latino Plauto[5] que muestra descarnadamente el lado individualista y depredador del hombre, poniendo en cuestión cualquier manifestación de verdadero altruismo.

                  La buena voluntad kantiana traducida en un sentido –sentido- del deber para llevar a cabo lo correcto, acaso no parece merecer, a día de hoy,  la atención  y la valoración debida –ya sabemos de la reacción de Niezstche a buena parte de la filosofía kantiana. Aquel imperativo categórico universalizador para una moral común no debiera resultar indiferente en un tiempo en el que en verdad se hace cada vez más imprescindible, si es que nuestra capacidad para ponernos en el lugar del otro diríase haberse vaciado de todo sentido y argumento.

                  La consecución y realización de nuestros propósitos a cualquier precio –que incluye sin pestañeo la devastación de todo aquello que pueda resultar un obstáculo para su cumplimento-, se ha convertido en una norma de uso habitual en forma de una sana competencia.

                  El comportamiento altruista y de sacrificio constatado en los comportamientos de los simios da la sensación de querer ser diluido para, con su disolución, también emulsionar o disolver
De la bondad y el altruismo a la dependencia egoísta, Francisco Acuyo
cualquier atisbo de remordimiento en relación a nuestras acciones y omisiones egoístas. No obstante, parece que ya en temprana edad del ser humano, pueden observarse señales de desinterés y generosidad (a los 18 meses), por lo que se diría que la sociedad (y el individuo) parece(n) esforzarse en anular cualquier permanencia de dicha impronta altruista. 

                  No nos deja de causar asombro cómo, reconociendo el condicionamiento de la conducta altruista reducida al funcionamiento neuronal, según las últimas aproximaciones de la nueva (¿religión?) disciplina neurocientífica, reducidas también a conductas egoístas, pues, cualquier decisión de bondad aspira en realidad a la gratificación futura, aún así, en esta relación de simbiosis conductual, no se acaba de valorar estos procederes generosos.

                  Quizá va siendo hora de que reconozcamos que el apego y los anhelos (consumistas, de poder, de reconocimiento, de recompensa…) puede ser el origen del sin sentido, de las desdichas y padecimientos que experimenta la humanidad en su devenir existencial. Acaso más que la voluntad o la famosa resiliencia[6] para la aceptación o la lucha contra el inevitable sufrimiento existencial, la verdadera solución radicaría en el reconocimiento de este hecho incuestionable, y que la solución pasaría por la inspección, revista y verificación de todos nuestros innumerables condicionamientos (biológicos[7] y, sobre todo, culturales).

                  La liberación de nuestro espíritu es fundamental. Sólo como personas libres podremos acceder y manifestar  bondad verdadera. Es por eso que cualquier revolución social será inútil, sino se produce el cambio profundo del individuo, pues sin él no habrá nunca posibilidad de afrontar con garantías de éxito los problemas, injusticias y necesidades sociales.

                  Aquella libertad imprescindible que anunciábamos como camino para la manifestación de la bondad, ofrece además  otra de las más genuinas expresiones del ser humano completo: la creatividad, que, sin esa libertad total no puede realizarse en plenitud. Es claro que para tener conciencia de todo aquello que nos condiciona y nos impide alcanzar la bondad (creativa) que tanto necesita la humanidad, hemos de estar también atentos a los hechos que hacen de este mundo en tantos momentos un ámbito inhabitable; observar, inquirir para aprehender sin las interferencias y los condicionamientos que pueblan nuestro insuficiente y maltrecho pensamiento, que sucumbe bajo el poso de los prejuicios dogmáticos (no solo religiosos, también científicos, que también los hay, ideológicos, políticos, nacionalistas o de cualquiera otra índole) que impiden el desarrollo  de la libertad y la bondad a la que debiera aspirar cualquier espíritu creativo.



                                                                                                          Francisco Acuyo





[1] Dawkins, R.: El gen egoísta, Salvat, Barcelona, 1993.
[2] Séneca
[3] Niezstche, F.: Genealogía de la moral, Alianza, Madrid, 1972.
[4] El hombre es un lobo para el hombre, que hizo célebre Hobbes.
[5] De la obra Asinaria y que haría famosa Thomas Hobbes en el Leviatán.
[6] Ver en el Blog Ancile: De la resiliencia,  http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2015/05/de-la-resiliencia-o-el-que-no-se.html
[7] Véase El gen egoísta, de R. Dawkins.





De la bondad y el altruismo a la dependencia egoísta, Francisco Acuyo

1 comentario:

  1. Amigo, que tú te des cuenta de esto es la corroboración de mi esperanza de que aún quedan seres con la antorcha del bien en alto. Es doloroso ver cómo la mayoría tiende al egoísmo, a salvar lo suyo contra viento y marea, caiga quien caiga en el camino. Y ese camino puede llevar a Sodoma y Gomorra. Gracias por la luz de tu razonamiento. Un abrazo.

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