viernes, 26 de junio de 2015

DEL ODIO, ENTRE LA REALIDAD Y EL DESEO DEL MAL

 Para la sección De juicios, paradojas y apotegmas, del blog Ancile, mostramos el post titulado, Del odio; entre la realidad y el deseo del mal, a colación de acontecimientos recientemente vividos y que impregnan al individuo y la sociedad de nuestro tiempo.


Del odio, entre la realidad y el deseo del mal, Francisco Acuyo




DEL ODIO, ENTRE LA REALIDAD Y EL DESEO DEL MAL













El término odio (y sus diversas derivaciones -semánticamente relacionadas-) en nuestro idioma (del latín, odium),[1] si entendido como atribuible a la conducta odiosa (del latín, odiosus)[2], es muy conveniente diferenciarlo del término rencor,[3] (ya tratado en otra entrada de este blog y que recomendamos revisar),[4] a fuer de reconocer sus muchas analogías, aunque sea solo para describir correctamente su origen –y etimología-, además de para constatar algún que otro dato –lingüístico y literario muy peculiar-; así las cosas, veamos, por ejemplo, si lo referimos a su uso –literal- en nuestra escrita, póngase como ejemplo, una de las obras magnas de la literatura española -y universal-[5], nos referimos nada menos que a  El Quijote[6], en el cual, dicho término aparece en muy contadas ocasiones,[7] pero esta palabra, como acepción referida a la antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea[8], aparecen en el celebérrimo título cervantino un par de veces, aunque el derivado odioso (digno de odio), unas cuantas veces más, y en un contexto semántico e ideológico muy singular, que podría decirse alejado de su ubicación de significado más próximo hacia aquel mal deseado hacia alguien o hacia algo.[9] No obstante, en rico campo semántico lo identifican las autoridades de nuestra opima lengua en su fértil panoplia lingüístico-ideológica[10] muy relacionado con términos como: aborrecimiento, abominación, aversión, execración, encono y un largo etcétera más.

         No deja de resultar menos sorprendente que el odio, identificado con el aborrecimiento, en el Diccionario de Autoridades[11], también aporte pocas referencias en su uso literario (así como su derivado odioso). No obstante sabemos que el odio puede ser: acendrado, afilado, a flor de piel, atávico, ciego, contenido, declarado, encarnizado[12]… pudiendo encontrar franca relación con otros términos tales como: oposición, rechazo, sentimiento hostil[13]…

            Con esta breve y aquilatada semblanza inicial sobre la extraordinaria convocatoria de términos, locuciones, ideas, significados en potencial enlace, la palabra odio aparece con frecuencia tan escasa o digna de mención en textos de tanta preponderancia en nuestra literatura clásica que no deja de resultar cuando menos curioso, habida cuenta de lo que este nefasto sentimiento abunda en el espíritu y las sociedades de cualquier época. De todas formas, nuestra propuesta en esta exposición no trata de explicar este fenómeno lexicológico de una palabra de uso tan frecuente y de significado obvio para todo el mundo en los dominios de la literatura en determinada época, pero me parece, sin embargo, muy digno de reseñar, su aparición terminológica (no así sus envenenados  contenidos) sobre todo a la sazón de lo que sigue en los siguientes párrafos.

                Si el odio es pues, la antipatía y aversión hacia alguna cosa o persona cuyo mal se desea[14],  o lo que es lo mismo: sentimiento violento de repulsión hacia alguien, acompañado de deseo de causar daño[15], vemos que nos adentramos en el ámbito de una palabra -referida a un sentimiento o estado de ánimo- cuyo significado –controvertido y controvertible- tiene un uso –común- ampliamente reconocido en el habla y el entendimiento comunes. De las muchas definiciones propuestas por muy diferentes disciplinas del saber humano (psicoanálisis, filosofía, neurociencia…), llegaremos a la conclusión de la incidencia de una serie de factores que  hacen del odio algo común a cualquiera de ellas y que, también, se verán desfilar individualmente en las descripciones que han hecho de este sentimiento muy variadas personalidades a lo largo de la historia de la humanidad, unos veces buscando ciertas analogías por oposición al amor: (Buda: El odio no disminuye con el odio, lo hace con el amor; Nieztsche: El amor y el odio no son ciegos, sino que están cegados por el fuego que dentro llevan), siendo esta relación de opuestos –amor odio- a mi juicio harto discutible[16]; en otras ocasiones se pone en evidencia uno de los efectos más devastadores y peligrosos que conlleva casi siempre, cual es el de ser extremadamente contagioso (Jean Paul Sartre: Basta con que un hombre odie a otro para que el odio vaya corriendo hasta la humanidad entera); también su relación con emociones ajenas de toda razón e inteligencia –cuestión no menos controvertible, si se mira con cierta atención-, (Tennessee Williams: Creo que el odio es un sentimiento que sólo puede existir en ausencia de toda inteligencia); en otras situaciones, unido a la nefanda corrupción moral y social (Victor Hugo: Cuanto más pequeño es el corazón, más odio alberga; George Bernard Saw: El odio es la venganza de un cobarde intimidado; José Martí: Los bárbaros que todo lo confían a la fuerza y a la violencia, nada construyen, porque sus simientes son de odio; Charles Baudelaire: El odio es un borracho al fondo de una taberna, que constantemente renueva su sed con la bebida). 

Visto lo cual es asunto que, atendido con la discreción y vigilancia que merece, puede resultar nada sencillo de describir, indagar, definir y explicar, aun cuando es, por desgracia para el individuo y la sociedad, moneda de cambio bastante habitual en el discurrir de nuestras vidas. Veremos algunos detalles de esta emoción que, por cierto, puede llegar a cultivarse (Odgen Nash: Cualquier muchacho de escuela puede amar como un loco. Pero odiar, amigo mío, odiar es un arte), sin embargo, de manera tan extraordinariamente ordinaria como destructora, mas eso será en la próxima entrada a propósito de lo supuestamente cómico que pudiese contener un chiste henchido con el tósigo gravemente macerado en las guaridas del odio. 


                                                                                            Francisco Acuyo


[1] Corominas, J.: Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana, Gredos, Madrid, 1976, p.421.
[2] Ibidem.
[3] Procedente probablemente de un derivado germánico wrankjan –torcer-, aunque en lengua romance su procedencia e historia no está clara. También se le atribuye a Lucrecio su derivación del verbo rancere, del cual deriva el sustantivo rancere –olor desagradable-; véase la entrada anterior referida.
[4] Título y enlace a la entrada a la que se hace referencia.
[5] sobre todo si atendemos al desarrollo tanto cuantitativo como cualitativo de su acervo terminológico tan extraordinariamente impresionante,
[6] por otra parte empeñados por no pocos en no ver la excepcional riqueza léxica y lingüística de la obra siendo esta uno de los pilares de nuestra lengua, quieren hacer versiones adaptables a la paupérrima realidad de nuestros usos actuales, -así ofrecen su silencio cuando no su aquiescencia el estafermo de nuestras academias- en lugar de hacer lo contrario, es decir poner esta gigantesca obra al conocimiento y disposición de los hablantes –millones- de nuestra lengua excepcional. 
[7] Cejador y Frauca, La lengua de cervantes, Ediciones del Serbal, Madrid, 2001, p. 881.
[8] Ibidem.
[9] Copiar texto del Quijote.
[10] Casares, J.: Diccionario ideológico de la lengua española, ed. Gustavo Gili, Barcelona, 1984, p. 4.
[11] Diccionario de autoridades, tomo III, p. 18-19
[12] Redes, Diccionario combinatorio del español, SM, Madrid, 2005, p. 1368.
[13] Ibidem.
[14] Diccionario de la Real Academia: vigésima edición, Gredos, Madrid, 1984, II tomo, p. 971.
[15] Moliner, M.: Diccionario de la lengua, Gredos, Madrid, 1987, II tomo, p. 550. 
[16] Acuyo, F.: Elogio de la decepción, Jizo ediciones, 2013.





Del odio, entre la realidad y el deseo del mal, Francisco Acuyo

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