martes, 13 de mayo de 2014

KANT Y LA MUJER, PRIMERA ENTREGA, POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO

Nos complace muy gratamente ofrecer nuestra sección de microensayos del blog Ancile con una entrada del profesor y filósofo Tomás Moreno, bajo el título Kant y la mujer, en su primera entrega, donde nos ofrece el peculiar concepto del filósofo de Königsberg sobre la mujer.

Kant y la mujer 1, Ancile, Tomás Moreno, Ancile



KANT Y LA MUJER, PRIMERA ENTREGA, 
POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO



Kant y la mujer 1, Ancile, Tomás Moreno, Ancile


KANT Y LA MUJER (1ª Parte).

I. Immanuel Kant. Perfil psico-biográfico de un filósofo solterón
Nacido en Königsberg[1] en 1724, de humilde extracción social y lejanos orígenes escoceses. Su padre, Johann Georg, era guarnicionero-talabartero; su madre, de profunda religiosidad luterana pietista. De sus ocho hermanos y hermanas, sólo cuatro llegaron a la edad adulta. Immanuel no se relacionó con ninguno de ellos, ni siquiera con su hermano Johann Heinrich, pastor luterano. Inteligente y dotado para el estudio, pero de escasos medios económicos, pudo estudiar en el Collegium Fridericianum (entre 1732 y 1734) gracias a la comunidad luterana de su ciudad natal. Su educación escolar estuvo, pues, marcada por un estricto protestantismo pietista.
            Aunque se han escrito diversas y autorizadas biografías del filósofo[2], los obstáculos para el conocimiento de su vida son grandes: “No existe un diario; los detalles sobre su vida son escasos; hay que buscarlos entre lo que por casualidad dejó caer y entre los recuerdos de quienes estuvieron más cercanos a M. Kuhen, uno de sus biógrafos más recientes[3].
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            Tras la muerte de su padre en 1746  y una vez terminados sus estudios formales en la universidad, en 1748, el “maestrito”, como lo llamaba su colega Haman[4], pasó varias décadas como preceptor privado en casas de familias ricas, en particular en casa del conde de Keyserling. La mayoría de los filósofos e intelectuales de la época harán lo mismo, viviendo con esas familias burguesas o aristócratas como una especie de criados más o menos distinguidos. Según su biógrafo M. Kuhen, durante sus primeros años de preceptor y docente, sus ingresos fueron tan escasos que hasta tuvo que vender algunos de sus libros para obtener míseras cantidades con las que subsistir. En una ocasión, sus amigos hicieron una colecta para comprarle un abrigo nuevo, pues el que llevaba se le caía a pedazos
            Su situación cambió radicalmente en cuanto lo contrataron como profesor en la Universidad de Königsberg. Entonces Kant transformó su apariencia y se convirtió en un “elegante magister” al que se recibía en las mejores casas. Para preparar sus variadas clases, tenía un método sencillo y eficaz: leer los periódicos y relatos de viajeros. Además de sus retribuciones de profesor recibía un pequeño sueldo de la autoridad real como segundo bibliotecario.
            La celebridad le llegó al filósofo algo tarde, a partir de los 57 años cuando publicó “Crítica de la razón pura”. Desde entonces, ya catedrático, su fama como profesor se haría proverbial; sus clases eran tan interesantes que los alumnos acudían con una hora de antelación para coger sitio en el aula. Como tenía que Martin Lampe para que lo despertara, pues él sólo hubiera sido incapaz de hacerlo. Su fiel criado le ayudó a seguir una vida disciplinada. Impartió sus clases hasta los setenta y cinco años, habiéndose dedicado a la tarea educativa durante unos cuarenta y cinco años.
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levantarse muy temprano para impartir sus lecciones, contrató a su fiel criado
            Hasta esas fechas su economía había sido también bastante modesta y su alimentación, como su vida, muy austera (solía frecuentar modestos bares o restaurantes en los que servían comidas para solteros y militares). No tuvo casa en propiedad hasta el 30 de diciembre de 1783, a la edad de 59 años, momento en el que, Kant se decidió a comprar su residencia definitiva. Al parecer este hecho cambió radicalmente sus hábitos y costumbres sociales. Pero, en realidad, la causa de este cambio brusco de sus costumbres no fue la adquisición de esa nueva residencia sino la muerte el 27 de junio de 1786, de su íntimo y gran amigo Green[5] -comerciante inglés soltero y excéntrico, al que solía visitar por la tarde casi todos los días de la semana-, acontecimiento que trastocó su vida hasta el punto de prescindir de sus acostumbradas salidas nocturnas. Desde entonces y hasta el momento de su propia muerte, acaecida dieciocho años después, Kant estuvo mucho más solo y desamparado.
            E. Wasianski, íntimo colaborador de Kant en la etapa final de su vida, fue quien levantó acta de las horas finales del filósofo. El 8 de octubre de 1803 su estado de salud empeoró drásticamente. El 12 de febrero de 1804, a las once de la mañana, Kant moría, en su ciudad natal, cuando le faltaban escasamente dos meses para cumplir los ochenta años, ya muy disminuido, víctima de una demencia senil[6]. El cortejo fúnebre estuvo encabezado por veinticuatro amigos.
            Veintitrés años después de la muerte del filósofo y llevado por una mezcla de admiración y morbo, Thomas de Quincey el heterodoxo y singular escritor inglés escribió Los últimos días de Emmanuel Kant, un opúsculo que inspirado en el relato de Wasianski, donde nos ofrece un retrato del filósofo como un hombre perfecto, o mejor, como un cadáver perfecto, porque el hagiógrafo se recrea en la decadencia física y mental de una de las mentes más influyentes de la historia[7]. Vivió ochenta años en una época en que lo normal era morir a los sesenta: la vida metódica, extremada en sus últimos años, fue también una estrategia para conservarse sano.
            Kant vivió siempre en su Königsberg natal, cabeza de puente alemana en tierra eslava y ocupada por los rusos entre 1758 y 1762. Mientras que sus contemporáneos, los filósofos ilustrados -Diderot, Hume, Helvetius y Holbach etc.- viajaban incansablemente por Europa, Immanuel fue el prototipo del filósofo noHeinrich Heine retrató en 1834 a nuestro filósofo más que como a un hombre de carne y hueso como a una cabeza pensante sin más actividad que la de su raciocinio, llegando a escribir : "La historia de Immanuel Kant es difícil de describir. No tuvo ni vida, ni historia. Vivió una vida mecánicamente ordenada, casi abstracta de solterón".
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            Esta imagen de Kant popularizada por Heine era la acuñada por sus primeros biógrafos: Jachmann, Wasianski y Boronwski, artífices del retrato acartonado de su admirado maestro. Los tres lo conocieron y fueron sus amigos, pero el retrato que presentaron al mundo es el de un hombre anciano, célebre como pensador riguroso gracias a sus geniales obras, las tres “Críticas” (de la razón pura, de la razón práctica y de la facultad de juzgar), escritas entre los sesenta y los setenta años.
            Dada su ordenada vida, su existencia cotidiana era previsible en extremo además de anodina. Sus horarios eran una especie de mecanismo de precisión, inflexible: levantarse, desayunar, escribir, dar clase, comer, pasear, leer y dormir; su puntualidad era tan exquisita que sus conciudadanos podían estar seguros de que eran justo las 3.30 cuando el sabio y digno soltero salía a dar su paseo diario. Este paseo de rigor, diluviase o quemara el sol, sólo lo suspendió Kant en una ocasión: una tarde en la que, entusiasmado con la lectura del “Emilio” de Rousseau -su gran maestro junto a Hume-, se olvidó por completo de su periplo cotidiano[8]. Una de sus aficiones o diversiones era jugar al billar y apostar en las partidas del juego.  
            Kant, hombre de baja estatura (de apenas un metro cincuenta), delgado, gran cabeza, espalda deformada, con el hombro derecho más alto que el izquierdo, tenía una permanente obsesión: llegar a viejo y, por lo tanto, no malgastar sus fuerzas: "Yo creo que, a causa de mi pecho plano y estrecho, que deja poco sitio para los movimientos del corazón y el pulmón, tengo una disposición natural a la hipocondría que tiempo atrás incluso provocaba repugnancia de vivir", escribirá en La disputa de las Facultades.
            Eso explica sus horarios y su régimen de vida, orientados a no derrochar su energía vital. En verano caminaba muy despacio para evitar la transpiración. Vestir un traje ligero le permitía moverse con agilidad al aire libre[9]. Desde este punto de vista, Kant es un hombre de su siglo, cercano a los higienistas del estilo del médico suizo Tissot. Sexualidad, alimentación, conversación, paseo, estudio, escritura: todo debería estar regulado para vivir a fuego lento, como un pequeño ahorrador.
            Era una persona muy sociable y amable, de talante jovial e incluso ingenioso y aunque de temperamento melancólico, sujeto a insomnios, ensoñaciones y angustias nunca llegó a padecer neurosis, ni ataques de soledad, nada tampoco de megalomanía. Le encantaba invitar a comer a su casa a ciudadanos eminentes de la ciudad: altos funcionarios gubernamentales, predicadores, aristócratas, damas nobles y paseo digestivo). Sus conversaciones versaban sobre ciencias y sobre personas conocidas de la ciudad, además de chismorreos o temas gastronómicos medicinales de la vida cotidiana (como el placer de fumar en pipa, beber vino, aspirar rape o sobre las propiedades del te) y de los asuntos políticos.
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comerciantes, y, habitualmente, la sobremesa y tertulia se alargaba hasta las siete o las ocho de la tarde (de ahí el famoso
            Amante de la buena comida, fue un excelente gourmet: la elección de los platos era un momento esperado por Kant tanto cuando solía comer fuera de casa[10] como cuando ejercía de anfitrión en la suya. Le gustaba, pues, el trato de la gente, la vida social, asistir al teatro -Kant iba regularmente al teatro con sus amigos, Goeschen, Jacobi y Hippel, a un palco que alquilaban a tal efecto.
            En lo referente a su concepción de la sexualidad y del matrimonio tal vez sean sus Principios metafísicos del derecho, de 1796, la obra que mejor pueda orientarnos al respecto. Su tesis la expone en el apartado dedicado al “Derecho conyugal” en donde habla del llamado “comercio sexual”, que, entendido de forma muy amplia, se define como la utilización recíproca de los órganos y atributos sexuales de un individuo de sexo diferente. El fin del matrimonio es desde luego procrear y educar a los hijos. Pero, si la procreación es un fin que la naturaleza persigue y anhela para su propia regeneración, no lo es de manera exclusiva de la unión de los esposos: el goce sexual mutuo basta para fundamentar la unión sexual. Un planteamiento que lo hace extrañamente avanzado para su tiempo y que legitima la unión matrimonial en el ámbito de la razón, pero también de la naturaleza, como expresión del mutuo amor o del mero apetito o instinto sexual humano.
                A pesar de las ventajas que encuentra en el matrimonio Kant también plantea sus inconvenientes. En este sentido afirma que los hombres que permanecen célibes mantienen un aspecto juvenil durante más tiempo a causa de este menor gasto espermático (¡). Tan peregrina idea pudo serle sugerida por las ideas higienistas de Tissot, muy en boga en su tiempo, quien muy riguroso en relación a las prácticas sexuales sostenía que la práctica del onanismo amenazaba al macho de muerte por la pérdida de su sustancia viril. Su rechazo de tales prácticas autoeróticas será contundente: “Antes una prostituta que la práctica onanista”, solía recomendar Kant a los jóvenes. No hay nada, en fin, como la abstinencia ya que, como decía el médico del siglo XVII Francois-Mercure Van Helmot: “Si la simiente no es emitida, se transforma en una fuerza natural”.
            Muy dotado para las relaciones sociales y los cumplidos, y muy elocuente, desde joven Kant era bienvenido en los salones. Pese a su no muy agraciado aspecto físico, al parecer gustaba a las damas por su vivacidad y atractiva personalidad. Su interés por las mujeres es visible en sus  [11], que escribió a la edad de 40 años y en sus escritos antropológicos: Antropología Práctica (de 1785)[12], luego ampliada en Antropología en sentido pragmático (de 1798)[13]. En las Observaciones distingue entre las mujeres agradables y las encantadoras, habla de las risueñas miradas que perturban a un hombre. Incluso en su ancianidad, refiere Ben-Ami Schfarstein[14], conservaba su sentido de la belleza y del encanto femeninoWinckelmann, y también a no dudar por su propia inclinación natural. Kant escribirá en sus notas que la belleza femenina es sólo relativa, la masculina absoluta. Por eso es por lo que "los animales machos son bellos a nuestros ojos, porque tienen relativamente poco encanto para nuestros sentidos".
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aunque tal vez influido, por
            Lo cierto es que, con todo, Kant fue reacio al matrimonio, y permaneció célibe toda su vida. No obstante, al parecer Kant tuvo la tentación o intención de casarse en dos ocasiones: en una de ellas con una simpática y hermosa viuda; pero comenzó a calcular los ingresos y los gastos, y aplazó su decisión de un día para otro hasta que ella le abandonó para casarse con otro. Cuenta Josep Muñoz Redón[15] que se conserva una carta que recibió a la edad de treinta y ocho años, fechada en 1762, donde una joven dama casada del círculo intelectual que frecuentaba -María Charlotte Jacobi- le hizo una insinuación o proposición de cita amorosa en toda regla (que volvería a repetir en 1766), sin éxito.
            Luego hubo una bella muchacha de Westfalia cuya compañía le complacía; pero era dama de compañía en los viajes de una mujer, y cuando él se decidió a visitarla resultó que estaba ausente. También se le relacionó con otras damas ocasionalmente. Según un amigo íntimo, su máxima era: “Uno no debe casarse”. Cuando ya tenía 70 años, la prometida del hijo de su amigo Motherby le gustó tanto que siempre le pedía que se sentara en la mesa donde él pudiera verla. Tal vez su menesterosa economía inicial pudo tener que ver con su soltería. Ya de viejo, se cuenta que dijo Kant: "Cuando necesité a las mujeres, no me las podía permitir económicamente, y cuando me las pude permitir, ya no las necesitaba".
            El celibato de Kant –ni esposa, ni novia, ni amante, ni visitas al prostíbulo- se entiende mejor desde la perspectiva higienista de Tissot y de Van Helmot que Kant seguía y a la que ya aludimos antes. Otros lo achacan a su fijación con la figura materna, una idea de importancia en Freud, para quien la imagen de la madre queda como el modelo que todas las figuras femeninas deberán en el futuro más o menos seguir o imitar. Los juicios reticentes de Kant sobre las mujeres sorprenden cuando se los compara con los indefectiblemente favorables que formulaba sobre su madre Regina Reuter -fallecida cuando él tenía sólo 13 años- que formó su carácter y cuya educación pietista tanto marcó a su hijo, inspirándole el rigor moral que caracteriza su ética. 


                                                                                                           Tomás Moreno



[1] Prusia Oriental, a orillas del Pregel, después se cambió su nombre por el de Kaliningrado.
[2] Hasta hoy, la biografía más documentada con la que contábamos era la de Karl Vorländer: Immanuel Kant. Der Mann und das Werk, F. Meiner, 1924. Las más recientes son las de Stefen Dietzsch, Immanuel Kant, editorial Reclam, 2003, Manfred Geier, El mundo de Kant, Rowohlt, 2003 y Manfred Kuhen, Kanttrad. de Carmen García-Trevijano Forte, Acento, Madrid, 2003. Los tres biógrafos –todos ellos reconocidos especialistas en la obra de Kant- se han concentrado en la vida intelectual del filósofo, en su carrera académica, y cómo ésta se vio marcada por los grandes debates del siglo XVIII. Sus ideas -señala Manfred Kuhen- fueron reacciones al clima cultural de su tiempo. Incluso acontecimientos relativamente lejanos como las revoluciones americana y francesa tuvieron un claro impacto sobre él, y, por consiguiente, sobre su obra.
[3] Manfred Kuhen, Kant, op. cit.
[4] Johann Georg Haman (1730-1788), llamado el Mago del Norte, defensor de un pensamiento místico que influyó en Goethe.
[5] Josep Muñoz Redón, Las razones del corazón. Los filósofos y el amor, Ariel, Barcelona, 2008, pp. 54 y 55. Según Muñoz Redón no se sabe con seguridad la fecha de su primer encuentro, lo que sí se sabe es que a partir de ella se vieron cada día durante el resto de sus vidas. Debía ser poco antes de 1766. Hay otra fundamental afinidad: su vida estaba regida por el reloj y el calendario, y de qué manera. Corría el rumor, por aquella época, que Von Hippel se había inspirado en él para crear el personaje principal de su comedia "El hombre del reloj". Green comerciaba en granos, arenques, carbón y productos manufacturados. Pero, estaba menos pendiente de esta parte profesional de su vida que de sus aficiones: nuevas ideas, descubrimientos, ciencia. La relación llegó a ser tan estrecha que Kant le cedía sus pocos o muchos ahorros para que éste los invirtiera. Antes de conocerle Kant jugaba a cartas, iba al teatro, a conciertos, frecuentaba las tabernas. Todo esto se terminó para complacer a su nuevo amigo..
[6] Véase: Francisco Mora, Genios, locos  y perversos, Alianza, Madrid, 2009, pp. 119-12. Según el neurocientífico español, cumplidos los 71 años, en 1796, se iniciaría la enfermedad mental de Kant -tal vez el mal de Alzheimer- con algunos leves síntomas de pérdida de memoria, incapacidad de concentración etc., que se agravaron dos años después, en 1799. Entre 1802 y 1803  aparecieron serias alteraciones en su personalidad y episodios de desorientación espacial, incapacidad de expresarse y conductas estereotipadas y sin sentido, que se acentuaron progresivamente hasta su muerte el 12 de febrero de 1804.
[7] E. Wasianski y T. de Quincey, Vida íntima de Kant, trad. de José María Borrás, Renacimiento, Sevilla, 2003.
[8] Su sirviente (entre 1762 y 1802) Martin Lampe -que se encargaba de todos los asuntos prácticos de su casa, limpieza, orden, recados-  lo despertaba cinco minutos antes de las cinco, a fin de que estuviera sentado a la mesa a las cinco en punto. Después de haberse tomado su taza de té y fumado su pipa, preparaba sus clases hasta las 7; daba clases hasta la una menos cuarto, para inmediatamente después pasar a la mesa. A continuación, a las cuatro en punto, daba un paseo digestivo hasta la fortaleza de Friedrichsburg. De regreso en su gabinete, tiempo de meditación, lectura y escribir cartas. Al sonar la sexta campanada, se pone de nuevo a trabajar en su estudio. A las diez menos cuarto, acaba su jornada de trabajo. A las diez se acuesta.
[9] Kant tiene la manía de respirar manteniendo los labios cerrados. En La disputa de las Facultades señala que una ventaja accesoria de esta costumbre, cuando se está sólo y no se está departiendo con alguien, es la siguiente: la saliva, que es constantemente segregada, humedece el gaznate, actúa al mismo tiempo como método digestivo estomacal y también se puede tragar como laxativo, si se está lo suficientemente decidido a no desperdiciarla como consecuencia de la mala costumbre de escupir.
[10] Sobre todas estas anécdotas biográficas, vid. también: Josep Muñoz Redón, La cocina del pensamiento,  RBA, Barcelona, 2005, pp. 13-131.
[11] Immanuel Kant, Observaciones acerca del sentimiento de lo bello y de lo sublime, introducción, traducción y notas de Luis Jiménez Moreno, Alianza editorial, Madrid, 2008. En adelante citamos por las siglas: O B S (las numeraciones al margen corresponden a la paginación generalizada en la edición de la Academia de Berlín, separando cada página por/).
[12]Antropología práctica (Según el manuscrito inédito de C. C. Mrongovius, fechado en 1785), edición preparada por Roberto Rodríguez Aramayo, Tecnos,  Madrid, 2007. En adelante citamos como A P (con el añadido de la numeración del original transcrito por W. Stark).
[13] Antropología en sentido pragmático, versión cast. de J. Gaos, Madrid, Alianza Editorial, 1991. En adelante: A S P.
[14] Ben-Ami Schfarstein, Los Filósofos y sus Vidas. Para una historia psicológica de la filosofía, Cátedra, Madrid, 1984, pp. 221- 242.
[15] Las razones del corazón. Los filósofos y el Amor, op. cit. pp. 47-55.  



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