lunes, 27 de enero de 2014

LA MUJER EN NIETZSCHE, CUARTA ENTREGA, POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO

Hacemos entrega de la cuarta entrada para la sección de Microensayos del blog Ancile, sobre el tema fascinante de la mujer en el pensamiento de Nietzsche, titulado La mujer en Nietzsche, por el filósofo y profesor Tomás Moreno.

La mujer en Nietzsche 4, Tomás Moreno, Ancile



LA MUJER EN NIETZSCHE, CUARTA ENTREGA, 
POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO



La mujer en Nietzsche 4, Tomás Moreno, Ancile

La Mujer en Nietzsche (Cuarta parte)
IX. Sobre la naturaleza de la mujer: la Mujer es vida, gestación de la vida
Pero a pesar de todo lo que hasta ahora Nietzsche ha desvelado del ser femenino, la mujer, para nuestro filósofo, es sobre todo metáfora de la vida, es vida. Nietzsche compara muchas veces a la mujer con la propia vida, y a la vida con la mujer, destacando como su función natural y primordial: la capacidad de procrear, la gestación biológica de dar a luz un nuevo ser. Algo único y específico del ser femenino: "Todo en la mujer es un enigma y todo en la mujer tiene una única solución: se llama embarazo" (AHZ I, De las mujeres viejas y jóvenes, p. 106)[1].
            A este impulso creador obedece gustosa la mujer y, para ello, también obedece al hombre, pues él es justamente el medio para alcanzar el fin: el hijo. La idolatría al amor que profesa la mujer es fruto de su astucia, hábil truco para satisfacer su finalidad de creación. Por lo cual el amor no se consume totalmente y sólo entre el hombre y la mujer que se aman, sino que de modo superior se realiza en el hijo que de ellos nace. Y esta proyección y aspiración del amor en el hijo, se ve más patente en la mujer: "El hombre es para la mujer un medio: la finalidad es siempre el hijo" (AHZ, I, De las mujeres viejas y jóvenes).
            La gestación (preñez, gravidez biológica) expresa lo que el hombre no tiene ni es. La gestación es fecundidad e implica generar mediante el sufrimiento. Es riqueza creadora, exuberante vitalidad, y, al mismo tiempo, lleva grabado en ella el signo del dolor como duro estímulo de la producción. En Así habló
La mujer en Nietzsche 4, Tomás Moreno, Ancile
Zaratustra,  proclama que la realidad del hijo, del futuro creador, es el sentido de la mayor esperanza en el amor, donde no todo es placer o voluptuosidad, sino que aún el mejor amor esta mezclado de dolor y amargura. Amargura que sigue siendo fuerza estimulante, que ayuda a descubrir lo que falta en cada momento de amor que se completa y engrandece con el anhelo de superación siempre en algo mejor:
E incluso vuestro mejor amor no es más que un símbolo extático y un dolorido ardor. Es una antorcha que debe iluminaros hacia caminos más elevados (…) Amargura hay en el cáliz incluso del mejor amor: ¡por eso produce anhelo del superhombre, por eso te da sed a ti, creador! (AHZ, I, "Del hijo y del matrimonio", p. 113)
            El concepto de gestación está, pues, estrechamente unido al de potencia creadora, fuerza generadora, productividad, intensa vitalidad; expresa la tensión de la continua superación de nosotros mismos. La productividad principal de la mujer es el hijo. En La gaya ciencia insiste Nietzsche en considerar la maternidad biológica como la productividad femenina. Sin embargo también cabe para el hombre contemplativo otro tipo de productividad. Nietzsche trata de compensar así al hombre de su incapacidad biológica para gestar, remontándose para ello a los orígenes mismos de la filosofía y  apropiándose de la capacidad de engendrar típica de lo femenino con la metáfora platónica de la gestación del espíritu[2].
            Atribuye, por tanto, al hombre otro tipo de gravidez, otra capacidad creadora superior, la espiritual, a la que con tanta frecuencia alude Nietzsche, tratando de despertar al “creador”. Es por ello por lo que la gravidez[3] espiritual hace que el carácter de los contemplativos se aproxime mucho al femenino, y por eso los denomina madres masculinas: “Igualmente la preñez intelectual engendra los caracteres contemplativos semejantes al carácter femenino, pues son como madres masculinas”[4].
Sin embargo, entre los animales sólo se considera a la hembra como el ser productivo y se considera “como sexo bello al masculino”. Entre ellos no existe el amor paterno. La hembra satisface su deseo de dominio con sus hijos, y con ellos tiene su propiedad y su quehacer. Pero la gestación, más todavía que receptividad: La preñez, la gravidez ha transformado por eso a las hembras: "El embarazo torna a las mujeres más dulces, más sufridas, más tímidas, más sumisas"[5].
La mujer en Nietzsche 4, Tomás Moreno, Ancile

Mientras que el hombre crea para conservar, la mujer conserva y acoge para crear. El hombre es el que se enriquece con un incremento de fuerza, de felicidad y de fe, mientras que la mujer es la que da, dándose a sí misma: La mujer se entrega, el hombre la toma[6]. Aquí están resumidos, señala Wanda Tommasi, los dos significados que Nietzsche atribuye a la mujer a través del concepto de gestación: la fecundidad, la productividad, la creatividad, pero también los rasgos pasivos del completo abandono, el darse, la oblación del amor y de la aceptación incondicional.
X. Del Matrimonio y la fidelidad
En lo que se refiere a la fidelidad en el matrimonio las diferencias entre hombre y mujer son también manifiestas. La mujer debe ser siempre fiel, la fidelidad es una de las notas esenciales de su amor, que es entrega y renunciación; en el hombre, por el contrario, ésta sólo aparece algunas veces y por motivos externos a su propio amor. La fidelidad no forma parte de la naturaleza de su amor, que es siempre posesión y dominación:
La fidelidad está incluida en el amor de la mujer, forma parte de su misma definición, es una consecuencia necesaria de ese amor. En el hombre, el amor puede ir acompañado a veces de la fidelidad [...]; pero no forma parte de la naturaleza de su amor, y tanto no forma parte de ella, que casi se puede afirmar que existe una antinomia natural entre el amor y la fidelidad en el hombre, pues su amor es deseo de posesión y de ningún modo renunciación y abandono, y el deseo de posesión parece como que se extingue cada vez en la posesión (GC, § 363, p.198).
            Es por eso por lo que Nietzsche justifica la necesidad de la existencia del concubinato[7], como "ayuda natural del matrimonio" para garantizar la satisfacción no sólo de las necesidades sentimentales, intelectuales y espirituales del marido, sino también de las propiamente sexuales, difícilmente conciliables en el matrimonio convencional:
El matrimonio, en su más alto sentido, como una amistad espiritual entre dos seres de distinto sexo, es decir, contraído [...] con el único fin de engendrar y educar a una nueva generación; un matrimonio así, digo, que no recurre al sexo sino en raras ocasiones y siempre con la vista puesta en fines más elevados, es de temer que necesite la ayuda natural del concubinato [...]. En general, una buena esposa que fuese a la vez amiga, colaboradora, engendradora de hijos, madre, cabeza de familia y administradora, teniendo quizás que atender sus asuntos y cumplir sus funciones independientemente de su marido, no podría ser también una concubina, pues supondría exigirle demasiado (HDH, § 424 p. 237).   
            Por lo que se refiere al matrimonio como institución social, Nietzsche no se muestra muy partidario del mismo: "Toda relación que no nos eleva, nos rebaja; y a la inversa: por eso los hombres suelen descender algo cuando se casan" (HDH § 394, p. 229). "A la hora de contraer matrimonio hay que hacerse esta pregunta: ¿crees poder tener una agradable conversación con esta mujer hasta la vejez? Lo demás del matrimonio es transitorio, pues casi toda la vida en común se dedica a conversar"(HDH § 406, p. 231). En la base de toda unión matrimonial subyace el egoísmo, mejor o peor disimulado: Un buen matrimonio es ).
La mujer en Nietzsche 4, Tomás Moreno, Ancile
Tomás Pollán

                El interés mutuo preside la elección del cónyuge, que no se elige tanto por su complementariedad sino por la potenciación de sus propias cualidades:  
De este modo, si en la elección del cónyuge, los hombres buscan ante todo un ser dotado de profundidad y de sensibilidad, y las mujeres a un ser brillante, sagaz y con presencia de ánimo resulta claro que, en el fondo, el hombre busca al hombre ideal, y la mujer a la mujer ideal, es decir, que no buscan su complemento, sino la plenitud de sus propias cualidades (HDH, § 411, p. 232).
            La astucia, la ambición, la vanidad de las mujeres buscan en el hombre todo aquello que pueda realzar su propio brillo social y satisfacer su propia vanidad:
Las mujeres, al ver a un hombre, se dan cuenta inmediatamente si su alma está conquistada, pues, como quieren ser amadas sin rivales, al que se apasiona por la política, la ciencia o el arte, le achacan que le mueve la ambición. A menos que con estas actividades el hombre en cuestión obtenga algún brillo, porque entonces verán que, uniéndose amorosamente a él, aumentarán el brillo de ellas, en cuyo caso le concederán sus favores. (HDH, § 410, p. 231-232).
                En el matrimonio las mujeres buscan un futuro asegurado para toda la vida, para lo cual no dudan en utilizar sus armas de seducción, como cualquier prostituta:
Esas muchachas que no quieren deber más que al atractivo de su juventud un futuro asegurado para toda la vida y cuya astucia es incluso fomentada por sus experimentadas madres, buscan exactamente lo mismo que las prostitutas, sólo que aquéllas son más inteligentes y menos sinceras que éstas (HDH, § 404, p. 230).
            Para Nietzsche el matrimonio y el amor poco tienen que ver, es más, son incompatibles:
Es evidente que al matrimonio moderno se le ha ido de las manos toda la razón [...]. La razón del matrimonio –consistía en la responsabilidad jurídica exclusiva del varón: con ello el matrimonio tenía un centro de gravedad, mientras que hoy cojea de ambas piernas. La razón del matrimonio –consistía en su indisolubilidad por principio: con ello adquiría un acento que sabía hacerse oír frente al azar del sentimiento, de la pasión y del instante. Consistía asimismo en la responsabilidad de las familias en cuanto a la elección de los cónyuges. Con la creciente indulgencia a favor del matrimonio por amor se ha eliminado precisamente el fundamento del matrimonio, aquello que hace de él una institución (CI, § 39, p. 123).
            El matrimonio es una institución, y una institución, según Nietzsche, no se la funda jamás sobre una idiosincrasia, un matrimonio no se lo funda, como se ha dicho, sobre el amor:
Se lo funda sobre el instinto sexual, sobre el instinto de propiedad (mujer e hijo como propiedad), sobre el instinto de dominio, el cual se organiza constantemente la forma mínima de dominio, la familia, y necesita hijos y herederos para mantener también fisiológicamente unas dimensiones ya alcanzadas de poder, influencia, riqueza, para preparar unas tareas prolongadas, una solidaridad de instintos entre los siglos  (CI, § 39, p. 124). 

       
                                                                                                              Tomás Moreno






[1] En su ensayo sobre la mujer, que Lou comentara con Nietzsche en Tautenburg, ella afirma que el embarazo es "el estado cardinal que, poco a poco, en el transcurso del tiempo, ha determinado el modo de ser de la mujer".
[2] El filósofo español Tomás Pollan ha recordado el hecho significativo de que Platón sea el primer filósofo que incorpore a la filosofía todo un vocabulario sexuado: concepto, cópula, generar, dar a luz, eros, mayeútica… pero siempre referido al espíritu no al cuerpo o atribuido al varón como sujeto de esas operaciones y actividades, ya sea en el plano espiritual o, intelectual ya en el metodológico (citado en F. Savater, La filosofía se desabrocha, "El País", sábado, 13 de septiembre de 1986).
[3] La creación artística, poética, intelectual de los hombres, concebida como gestación o gravidez espiritual, por analogía con la capacidad femenina de engendrar, llevaría también en sí los rasgos de la vitalidad creadora y del dolor que ella comporta.
[4] GC, II, § 72, p. 73.
[5] Ibid.
[6] GC, V, § 363, p. 198.
[7] Otras veces se refiere al matrimonio a prueba: “Si el marido y la mujer no vivieran juntos, serían más frecuentes los buenos matrimonios” (HDH § 393, p. 229). O también a matrimonios sucesivos:Si por una vez nos situáramos mentalmente más allá de las exigencias de la moral, podríamos sin duda preguntarnos si la naturaleza y la razón no forzarían al hombre a contraer varios matrimonios sucesivos, en el sentido siguiente: a los veintidós años se casaría con una mujer madura, intelectual y moralmente superior, y capaz de ayudarle a sortear los peligros que le acechan hasta cumplir los treinta años (ambición, odio, autodesprecio, pasiones de todo tipo). Más tarde, el amor de esa mujer se convertiría totalmente en cariño materno, y no sólo toleraría, sino que exigiría, en beneficio de ese hombre, que se casara al llegar a los treinta con una muchacha joven de cuya educación se encargaría él directamente. De los veinte a los treinta años el matrimonio es una institución necesaria; de los treinta a los cuarenta sólo es útil; y el resto de la vida ejerce una acción perniciosa, pues fomenta el retroceso espiritual del hombre”. (HDH § 421, pp. 235-236).




La mujer en Nietzsche 4, Tomás Moreno, Ancile

1 comentario:

  1. Mantiene el interés a todo lo largo, en cada entrega, y el aprendizaje asegurado para el lector. Muchas gracias, amigos. Un abrazo.

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