lunes, 25 de febrero de 2013

LUIS CERNUDA EN AMOR Y POESÍA

Traemos a nuestra sección de Amor y poesía del blog Ancile nada menos que a Luis Cernuda. Otra de las influencias indiscutibles para quien lleva a acabo la realización de este querido y muy bien recibido apartado, inevitablemente con las limitaciones y parcialidades siempre discutibles en la selección de los poemas, ya se sabe que siempre, en tan breve espacio como el que exigen estas iniciativas, no se satisface a todo el mundo, quedando siempre ausencias importantes en la selección de dichos poemas. No obstante, aquí queda esta muestra sin duda impecable del gran poeta Luis Cernuda.



Luis Cernuda en amor y poesía, Ancile





LUIS CERNUDA EN AMOR Y POESÍA



Luis Cernuda en amor y poesía, Ancile




ODA





La tristeza sucumbe, nube impura,
alejando su vuelo con sombrío
resplandor indolente, languidece,
perdiéndose a lo lejos, leve, oscura.
El furor implacable del estío
toda la vida espléndida estremece
y profunda la ofrece
con sus felices horas,
sus soles, sus auroras,
delirante, azulado torbellino.
Desde la luz, el más puro camino,
con el fulgor que pisa compitiendo,
vivo, bello y divino,
un joven dios avanza sonriendo.
¿A qué cielo natal ajeno, ausente
le niega esa inmortal presencia esquiva,
ese contorno tibiamente pleno?
De mármol animado, quiere y siente;
inmóvil, pero trémulo, se aviva
al soplo de un purpúreo anhelar lleno.
El dibujo sereno
del desnudo tan puro,
en un reflejo duro,
con sombra y luz acusa su reposo.
Y levantando el bulto prodigioso
desde el sueño remoto donde yace,
destino poderoso,
a la fuerza suprema firme nace.

[...]



SOMBRAS BLANCAS



Sombras frágiles, blancas, dormidas en la playa,
dormidas en su amor, en su flor de universo,
el ardiente color de la vida ignorando
sobre un lecho de arena y de azar abolido.

Libremente los besos desde sus labios caen
en el mar indomable como perlas inútiles;
perlas grises o acaso cenicientas estrellas
ascendiendo hacia el cielo con luz desvanecida.

Bajo la noche el mundo silencioso naufraga;
bajo la noche rostros fijos, muertos, se pierden.
Sólo esas sombras blancas, oh, blancas, sí, tan blancas.
La luz también da sombras,  pero sombras azules.




DAYTONA




Hubo un día en que el día no engañaba,
en que sus manos tristes no sostenían un cuervo
indiferente como los labios de la lluvia,
como el rojizo hastío.
Mas hoy es imposible
buscar la luz entre barcas nocturnas;
alguien cortó la piedra en flor,
sin que pudiera el mundo
incendiar la tristeza.

Sólo un lugar existe, cuyos días
nada saben de aquello,
aunque todo allí sea mortal, el miedo, hasta las plumas;
mas las olas abrazan
a tanta luz aún viva.

A tanta luz desbordando en la arena,
desbordando en las nubes, desbordando en el tiempo,
que dormita sin voz entre las ramas,
olvidado fantasma con su collar de frío.

Mirad cómo sonríe hacia el amor Daytona.




Luis Cernuda en amor y poesía, Ancile






ESTABA TENDIDO



Estaba tendido y tenía entre mis brazos un cuerpo como seda. Lo besé en los labios, porque el río pasaba por debajo. Entonces se burló de mi amor.
Sus espaldas parecían dos alas plegadas. Lo besé en las espaldas, porque el agua sonaba debajo de nosotros. Entonces lloró al sentir la quemadura de mis labios.
Era un cuerpo tan maravilloso que se desvaneció entre mis brazos. Besé su huella; mis lágrimas la borraron. Como el agua continuaba fluyendo, dejé caer en ella un puñal, un ala y una sombra.
De mi mismo cuerpo recorté otra sombra, que sólo me sigue a la mañana. Del puñal y el ala, nada sé.



Luis Cernuda en amor y poesía, Ancile



UNOS CUERPOS SON COMO FLORES



Unos cuerpos son como flores,
otros como puñales,
otros como cintas de agua;
pero todos, temprano o tarde,
serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden,
convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un
hombre.

Pero el hombre se agita en todas direcciones,
sueña con libertades, compite con el viento,
hasta que un día la quemadura se borra,
volviendo a ser piedra en el camino de nadie.

Yo, que no soy piedra, sino camino
que cruzan al pasar los pies desnudos,
muero de amor por todos ellos;
les doy mi cuerpo para que lo pisen,
aunque les lleve a una ambición o a una nube,
sin que ninguno comprenda
que ambiciones o nubes
no valen un amor que se entrega.

TE QUIERO





Te quiero.

Te lo he dicho con el viento,
jugueteando como animalillo en la arena
o iracundo como órgano impetuoso;

Te lo he dicho con el sol,
que dora desnudos cuerpos juveniles
y sonríe en todas las cosas inocentes;

Te lo he dicho con las nubes,
frentes melancólicas que sostienen el cielo,
tristezas fugitivas;

Te lo he dicho con las plantas,
leves criaturas transparentes
que se cubren de rubor repentino;

Te lo he dicho con el agua,
vida luminosa que vela un fondo de sombra;
te lo he dicho con el miedo,
te lo he dicho con la alegría,
con el hastío, con las terribles palabras.

Pero así no me basta:
más allá de la vida,
quiero decírtelo con la muerte;
más allá del amor,
quiero decírtelo con el olvido.

DONDE HABITE EL OLVIDO






Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora;
donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
no esconda como acero
en mi pecho su ala,
sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
sometiendo a otra vida su vida,
sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
disuelto en niebla, ausencia,
ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.



Adolescente fui en días idénticos a nubes






Adolescente fui en días idénticos a nubes,
cosa grácil, visible por penumbra y reflejo,
y extraño es, si ese recuerdo busco,
que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.
Perder placer es triste
como la dulce lámpara sobre el lento nocturno;
aquél fui, aquél fui, aquél he sido;
era la ignorancia mi sombra.
Ni gozo ni pena; fui niño
prisionero entre muros cambiantes;
historias como cuerpos, cristales como cielos,
sueño luego, un sueño más alto que la vida.
Cuando la muerte quiera
una verdad quitar de entre mis manos,
las hallará vacías, como en la adolescencia
ardientes de deseo, tendidas hacia el aire.






LA GLORIA DEL POETA




Demonio hermano mío, mi semejante,
te vi palidecer, colgado como la luna matinal,
oculto en una nube por el cielo,
entre las horribles montañas,
una llama a guisa de flor tras la menuda oreja tentadora,
blasfemando lleno de dicha ignorante,
Igual que un niño cuando entona su plegaria,
y burlándote cruelmente al contemplar mi cansancio de la
                                                                                   [tierra.
Más no eres tú,
amor mío hecho eternidad,
quien deba reír de este sueño, de esta impotencia, de esta
                                                                                 [caída,
Porque somos chispas de un mismo fuego
y un mismo soplo nos lanzó sobre las ondas tenebrosas
de una extraña creación, donde los hombres
se acaban como un fósforo al trepar los fatigosos años de
                                                           [sus vidas.
Tu carne como la mía
desea tras el agua y el sol el roce de la sombra;
nuestra palabra anhela
el muchacho semejante a una rama florida
que pliega la gracia de su aroma y color en el aire cálido
                                                                          [de mayo;
nuestros ojos el mar monótono y diverso,
poblado por el grito de las aves grises en la tormenta,
nuestra mano hermosos versos que arrojar al desdén de los
                                                                                [hombres.
Los hombres tú los conoces, hermano mío;
mírales cómo enderezan su invisible corona
mientras se borran en las sombras con sus mujeres al brazo
carga de suficiencia inconsciente,
llevando a comedida distancia del pecho,
como sacerdotes católicos la forma de su triste dios,
los hijos conseguidos en unos minutos que se hurtaron al
                                                                                 [sueño
para dedicarlos a la cohabitación, en la densa tiniebla
                                                                                [conyugal
de sus cubiles, escalonados los unos sobre los otros.
Mírales perdidos en la naturaleza,
cómo enferman entre los graciosos castaños o los taciturnos
                                                                                 [plátanos.
Cómo levantan con avaricia el mentón,
sintiendo un miedo oscuro morderles los talones;
mira cómo desertan de su trabajo el séptimo día autorizado,
mientras la caja, el mostrador, la clínica, el bufete, el
                                                          [despacho oficial
dejan pasar el aire con callado rumor por su ámbito solitario.
escúchales brotar interminables palabras
aromatizadas de facilidad violenta,
reclamando un abrigo para el niñito encadenado bajo el sol
                                                                                   [divino
o una bebida tibia, que resguarde aterciopeladamente.
El clima de sus fauces,
a quienes dañaría la excesiva frialdad del agua natural.
Oye sus marmóreos preceptos
sobre lo útil, lo normal y lo hermoso;
óyeles dictar la ley al mundo, acotar el amor, dar canon a
                                                      [la belleza inexpresable,
mientras deleitan sus sentidos con altavoces delirantes;
contempla sus extraños cerebros
intentando levantar, hijo a hijo, un complicado edificio
                                                                           [de arena
a que negase con torva frente lívida la refulgente paz de las
[estrella.
Esos son, hermano mío,
los seres con quienes mueren a solas,
fantasmas que harán brotar un día
el solemne erudito, oráculo de estas palabras mías ante
                                                            [alumnos extraños,
Obteniendo por ello renombre,
más una pequeña casa de campo en la angustiosa sierra
                                                     [inmediata a la capital;
en tanto tú, tras irisada niebla,
acaricias los rizos de tu cabellera
y contemplas con gesto distraído desde la altura.
Esta sucia tierra donde el poeta se ahoga.
Sabes sin embargo que mi voz es la tuya,
que mi amor es el tuyo;
deja, oh, deja por una larga noche
resbalar tu cálido cuerpo oscuro,
ligero como un látigo,
bajo el mío, momia de hastío sepulta en anónima yacija,
y que tus besos, ese venero inagotable,
viertan en mí la fiebre de una pasión a muerte entre los dos;
porque me cansa la vana tarea de las palabras,
como al niño las dulces piedrecillas
que arroja a un lago, para ver estremecerse su calma
con el reflejo de una gran ala misteriosa.
Es hora ya, es más que tiempo
de que tus manos cedan a mi vida
el amargo puñal codiciado del poeta;
de que lo hundas, con sólo un golpe limpio,
en este pecho sonoro y vibrante, idéntico a un laúd,
donde la muerte únicamente,
la muerte únicamente,
puede hacer resonar la melodía prometida.




EL AMOR Y EL AMANTE




¿Eres amor? Pasa el fuego,
cruza con alas el mar,
despierta a la vida el sueño,
da hermosura a lo real.

¿Eres tan sólo la sombra?
cubre con su resplandor
tu mentira. Haz que la sombra
venza al fuerte, al puro amor.





Luis Cernuda en amor y poesía, Ancile



AMOR OCULTO




Como el tumulto gris del mar levanta
un alto arco de espuma, maravilla
multiforme del agua, y ya en la orilla
roto, otra nueva espuma se adelanta;
como el campo despierta en primavera
eternamente, fiel bajo el sombrío
celaje de las nubes, y al sol frío
con asfódelos cubre la pradera;
como el genio en distintos cuerpos nace,
formas que han de nutrir la antigua gloria
de su fuero, mientras la humana escoria
sueña ardiendo en la llama y se deshace,
así siempre, como agua, flor o llama,
vuelves entre la sombra, fuerza oculta
del otro amor. El mundo bajo insulta.
Pero la vida es tuya: surge y ama.




EL AMANTE ESPERA




Y cuánto te importuno,
Señor, rogándote me vuelvas
lo perdido, ya otras veces perdido
y por ti recobrado para mí, que parece
imposible guardarlo.
Nuevamente
llamo a tu compasión, pues es la sola
cosa que quiero bien, y tú la sola
ayuda con que cuento.
Mas rogándote
así, conozco que es pecado,
ocasión de pecar lo que te pido,
y aún no guardo silencio,
ni me resigno al fin a la renuncia.
Tantos años vividos
en soledad y hastío, en hastío y pobreza,
trajeron tras ellos esta dicha,
tan honda para mí, que así ya puedo
justificar con ella lo pasado.
Por eso insisto aún, Señor, por eso vengo
de nuevo a ti, temiendo y aún seguro
de que si blasfemo me perdones:
devuélveme, Señor, lo que he perdido,
el solo ser por quien vivir deseo.



Luis Cernuda en amor y poesía, Ancile


                                                     Luis Cernuda






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