jueves, 15 de noviembre de 2012

RUBEN DARÍO: AMOR Y POESÍA




El amor y la poesía no estarían completos sin la gigantesca y, a la vez, tierna figura del insigne Rubén Darío. Tampoco poco sería ni estaría integra nuestra sección Amor y poesía de nuestro blog Ancile sin el gran poeta de Metapa (Ciudad Darío). Que fue un influjo innegable e irrenunciable de quien les habla, es algo que no me siento sino profundamente orgulloso de reconocer ¿hubo alguien que amase la poesía en su vertiente más sublime que no siéntese el poder manifiesto de la fuerza irreductible de la obra del genial poeta nicaragüense? Poemas de amor seleccionados –como siempre, de manera limitada y personal- que encontrarán en sus libros de poemas más preclaros –si es que alguno dejó de serlo siquiera un momento-: desde Abrojos, pasando por Rimas,  Azul, Prosas profanas, Cantos de vida y esperanza, El canto Errante, Los cisnes, Canto a la Argentina… poemarios todos guardados más que en la memoria de quien les habla, en lo más hondo del corazón lector de poesía y sobre todo instigador –humilde- de las musas. Con tan ilustre poeta exornaremos de amor y poesía, y cubriremos de gloria, al menos un instante, con la sublime obra de uno de los más excelsos poetas de nuestra lengua, este modesto y recatado e íntimo rincón de la vida, el pensamiento, la ciencia y, sobre todo, de la poesía como es Ancile.



Rubén Darío, Amor y poesía, Ancile


RUBÉN DARÍO: AMOR Y POESÍA






Rubén Darío, Amor y poesía, Ancile












¿CÓMO DECÍA USTED, AMIGO MÍO? 




¿Cómo decía usted, amigo mío?
¿Que el amor es un río? No es extraño.
Es ciertamente un río
que uniéndose al confluente del desvío,
va a perderse en el mar del desengaño.




¡OH MI ADORADA NIÑA!




¡Oh mi adorada niña!
Te diré la verdad:
tus ojos me parecen
brasas tras un cristal;
tus rizos, negro luto,
y tu boca sin par,
la ensangrentada huella
del filo de un puñal.




Rubén Darío, Amor y poesía, Ancile







TAN ALEGRA, TAN GRACIOSA





Tan alegra, tan graciosa,
tan apacible, tan bella...
¡Y yo que la quise tanto!
¡Dios mío, si se muriera!
Envuelta en oscuros paños
la pondrían bajo tierra;
tendría los ojos tristes,
húmeda la cabellera.
Y yo, besando su boca,
allá, en la tumba, con ella,
sería el único esposo
de aquella pálida muerta.



Rubén Darío, Amor y poesía, Ancile



AMADA, LA NOCHE LLEGA





Amada, la noche llega;
las ramas que se columpian
hablan de las hojas secas
y de las flores difuntas.
Abre tus labios de ninfa,
dime en tu lengua de musa:
¿recuerdas la dulce historia
de las pasadas venturas?
¡Yo la recuerdo! La niña
de la cabellera bruna
está en la cita temblando
llena de amor y de angustia.
Los efluvios otoñales
van en el aura nocturna,
que hace estremecerse el nido
en que una tórtola arrulla. 
Entre las ansias ardientes
y las caricias profundas,
ha sentido el galán celos
que el corazón le torturan.
Ella llora, él la maldice,
pero las bocas se juntan...
En tanto los aires vuelan
y los aromas ondulan;
se inclinan las ramas trémulas
y parece que murmuran
algo de las hojas secas
y de las flores difuntas.





VOY A CONFIARTE, AMADA




Voy a confiarte, amada,
uno de los secretos
que más me martirizan. Es el caso
que a las veces mi ceño
tiene en un punto mismo
de cólera y esplín los fruncimientos.
O callo como un mudo,
o charlo como un necio,
suplicando el discurso
de burlas, carcajadas y dicterios.
¿Que me miran? Agravio.
¿Me han hablado? Zahiero.
Medio loco de atar, medio sonámbulo,
con mi poco de cuerdo.
¡Cómo bailan en ronda y remolino,
por las cuatro paredes del cerebro
repicando a compás sus consonantes,
mil endiablados versos
que imitan, en sus cláusulas y ritmos,
las músicas macabras de los muertos!
¡Y cómo se atropellan,
para saltar a un tiempo,
las estrofas sombrías,
de vocablos sangrientos,
que me suele enseñar la musa pálida,
la triste musa de los días negros!
Yo soy así. ¡Qué se hace! ¡Boberías
de soñador neurótico y enfermo!
¿Quieres saber acaso
la causa del misterio?
Una estatua de carne
me envenenó la vida con sus besos.
Y tenía tus labios, lindos, rojos
y tenía tus ojos, grandes, bellos...



Rubén Darío, Amor y poesía, Ancile


  "EL AÑO LÍRICO"


        PRIMAVERAL





    Mes de rosas. Van mis rimas
en ronda, a la vasta selva,
a recoger miel y aromas
en las flores entreabiertas.
Amada, ven. El gran bosque
es nuestro templo; allí ondea
y flota un santo perfume
de amor. El pájaro vuela
de un árbol a otro y saluda
la frente rosada y bella
como a un alba; y las encinas
robustas, altas, soberbias,
cuando tú pasas agitan
de los himnos de esa lengua;
sus hojas verdes y trémulas,
y enarcan sus ramas como
para que pase una reina.
¡Oh amada mía! Es el dulce
tiempo de la primavera.

Mira: en tus ojos, los míos;
da al viento la cabellera,
y que bañe el sol ese aro
de luz salvaje y espléndida.
Dame que aprieten mis manos
las tuyas de rosa y seda,
y ríe, y muestren  tus labios
su púrpura húmeda y fresca.
Yo voy a decirte rimas,
tú vas a escuchar risueña;
si acaso algún ruiseñor
viniese a posarse cerca
y a contar alguna historia
de ninfas, rosas o estrellas,
tú no oirás notas ni trinos,
sino enamorada y regia,
escucharás mis canciones
fija en mis labios que tiemblan.
¡Oh amada mía! Es el dulce
tiempo de la primavera.

Allá hay una clara fuente
que brota de una caverna,
donde se bañan desnudas
las blancas ninfas que juegan.
Ríen al son de la espuma,
hienden la linfa serena;
entre polvo cristalino
esponjan sus cabelleras, 
y saben himnos de amores
en hermosa lengua griega,
que en glorioso tiempo antiguo
Pan inventó en las florestas.
Amada, pondré en mis rimas
la palabra más soberbia
de las frases de los versos
de los himnos de la lengua;
y te diré esa palabra
empapada en miel hiblea...
¡Oh, amada mía! Es el dulce
tiempo de la primavera.

Van en sus grupos vibrantes
revolando las abejas
como un áureo torbellino
que la blanca luz alegra,
y sobre el agua sonora
pasan radiantes, ligeras,
con sus alas cristalinas
las irisadas libélulas.
Oye: canta la cigarra
porque ama al sol, que en la selva
su polvo de oro tamiza
entre las hojas espesas.
Su aliento nos da en un soplo
fecundo la madre tierra, 
con el alma de los cálices
y el aroma de las yerbas.

¿Ves aquel nido? Hay un ave.
Son dos: el macho y la hembra.
Ella tiene el buche blanco,
él tiene las plumas negras.
En la garganta el gorjeo,
las alas blancas y trémulas;
y los picos que se chocan
como labios que se besan.
El nido es cántico. El ave
incuba el trino, ¡oh poetas!
de la lira universal
el ave pulsa una cuerda.
Bendito el calor sagrado
que hizo reventar las yemas,
¡oh, amada mía, Es el dulce
tiempo de la primavera.

Mi dulce musa Delicia
me trajo un ánfora griega
cincelada en alabastro,
de vino de Naxos llena;
y una hermosa copa de oro,
la base henchida de perlas, 
para que bebiese el vino
que es propicio a los poetas.
En la ánfora está Diana,
real, orgullosa y esbelta,
con su desnudez divina
y en actitud cinegética. 
Y en la copa luminosa
está Venus Citerea
tendida cerca de Adonis
que sus caricias desdeña.
No quiere el vino de Naxos
ni el ánfora de ansas bellas,
ni la copa donde Cipria
al gallardo Adonis ruega.
Quiero beber del amor
sólo en tu boca bermeja.
¡Oh amada mía! Es el dulce
tiempo de la primavera.



 VENUS





En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría. 
En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín. 
En el obscuro cielo Venus bella temblando lucía, 
como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.
A mi alma enamorada, una reina oriental parecía, 
que esperaba a su amante bajo el techo de su camarín, 
o que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría, 
triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.
«¡Oh, reina rubia! —díjele—, mi alma quiere dejar su crisálida 
y volar hacia ti, y tus labios de fuego besar; 
y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,
y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar». 
El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida. 
Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.




Rubén Darío, Amor y poesía, Ancile


 SONATINA



La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa? 
Los suspiros se escapan de su boca de fresa, 
que ha perdido la risa, que ha perdido el color. 
La princesa está pálida en su silla de oro, 
está mudo el teclado de su clave sonoro, 
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
El jardín puebla el triunfo de los pavos reales. 
Parlanchina, la dueña dice cosas banales, 
y vestido de rojo piruetea el bufón. 
La princesa no ríe, la princesa no siente; 
la princesa persigue por el cielo de Oriente 
la libélula vaga de una vaga ilusión.
¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China, 
o en el que ha detenido su carroza argentina 
para ver de sus ojos la dulzura de luz? 
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes, 
o en el que es soberano de los claros diamantes, 
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?
¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa 
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa, 
tener alas ligeras, bajo el cielo volar; 
ir al sol por la escala luminosa de un rayo, 
saludar a los lirios con los versos de mayo 
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.
Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata, 
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata, 
ni los cisnes unánimes en el lago de azur. 
Y están tristes las flores por la flor de la corte, 
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte, 
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.
¡Pobrecita princesa  de los ojos azules! 
Está presa en sus oros, está presa en sus tules, 
en la jaula de mármol del palacio real; 
el palacio soberbio que vigilan los guardas, 
que custodian cien negros con sus cien alabardas, 
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.
¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida! 
(La princesa está triste, la princesa está pálida) 
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil! 
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe, 
—la princesa está pálida, la princesa está triste—, 
más brillante que el alba, más hermoso que abril!
—«Calla, calla, princesa —dice el hada madrina—; 
en caballo, con alas, hacia acá se encamina, 
en el cinto la espada y en la mano el azor, 
el feliz caballero que te adora sin verte, 
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte, 
a encenderte los labios con un beso de amor».




AMO, AMAS...




Amar, amar, amar, amar siempre, con todo
el ser y con la tierra y con el cielo,
con lo claro del sol y lo oscuro del lodo:
amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.

Y cuando la montaña de la vida
nos sea dura y larga y alta y llena de abismos,
amar la inmensidad que es de amor encendida
¡y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!








VERSOS DE OTOÑO






Cuando mi pensamiento va hacia ti, se perfuma;   
tu mirar es tan dulce, que se torna profundo.   
Bajo tus pies desnudos aún hay blancos de espuma,   
y en tus labios compendias la alegría del mundo.   

El amor pasajero tiene encanto breve,   
y ofrece un igual término para el gozo y  la pena.   
Hace una hora que un nombre grabé sobre la nieve;   
hace un minuto dije mi amor sobre la arena.   

Las hojas amarillas caen en la alameda,   
en donde  vagan tantas parejas amorosas.   
Y en la copa de otoño un vago vino queda   
en que han de deshojarse, primavera, tus rosas.





Rubén Darío, Amor y poesía, Ancile



CARNE, CELESTE CARNE DE LA MUJER




¡Carne, celeste carne de la mujer! Arcilla
-dijo Hugo-; ambrosía más bien, ¡oh maravilla!,

la vida se soporta,
tan doliente y tan corta,
solamente por eso:
¡roce, mordisco o beso
en ese pan divino
para el cual nuestra sangre es nuestro vino!
En ella está la lira,
en ella está la rosa,
en ella está la ciencia armoniosa,
en ella se respira
el perfume vital de toda cosa.

Eva y Cipris concentran el misterio
del corazón del mundo.
Cuando el áureo Pegaso
en la victoria matinal se lanza
con el mágico ritmo de su paso
hacia la vida y hacia la esperanza,
si alza la crin y las narices hincha
y sobre las montanas pone el casco sonoro
y hacia la mar relincha,
y el espacio se llena
de un gran temblor de oro,
es que ha visto desnuda a Anadiomena.

Gloria, ¡oh Potente a quien las sombras temen!
¡Que las más blancas tórtolas te inmolen!
¡Pues por ti la floresta está en el polen
y el pensamiento en el sagrado semen!

Gloria, ¡oh Sublime, que eres la existencia
por quien siempre hay futuros en el útero eterno!
¡Tu boca sabe al fruto del árbol de la Ciencia
y al torcer tus cabellos apagaste el infierno!

Inútil es el grito de la legion cobarde
del interes, inútil el progreso
yankee, si te desdeña.
Si el progreso es de fuego, por ti arde.
¡Toda lucha del hombre va a tu beso,
por ti se combate o se sueña!
Pues en ti existe Primavera para el triste
labor gozosa para el fuerte,
néctar, ánfora, dulzura amable.
¡Porque en ti existe
el placer de vivir hasta la muerte
ante la eternidad de lo probable!


Rubén Darío


Rubén Darío, Amor y poesía, Ancile




2 comentarios:

  1. Se visten de gala estas páginas con el gran Darío. Pilar del modernismo como movimiento nacido en América, y al que José Martí creo que también aportó algo. Ha sido un rato de grande emoción leer estos versos, releerlos a muchos de ellos una vez más, como si fuera la primera, porque uno nunca termina siendo el mismo. Un abrazo, amigo mío.

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  2. Concuerdo con Pastor La poesía de Dario es immortal

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