lunes, 7 de marzo de 2011

ENTRE LOS DIOSES DE JEAN GUITTON Y STEPHEN HAWKING

ENTRE LOS DIOSES DE 
JEAN GUITTON Y STEPHEN HAWKING



Entre los dioses de Jean Guitton y Stephen Hawking, Francisco Acuyo

Entre los dioses de Jean Guitton y Stephen Hawking, Francisco Acuyo
PARTIREMOS en esta nueva entrada, en relación con las anteriores sobre esta misma temática, de una premisa que, a nuestro juicio, podemos estimar como razonable (véase al respecto, si no, a Jean Guitton).[1] Distinguiremos pues, entre la realidad (ab initio, idéntica) de las ideas siguientes: Dios y  Absoluto. No obstante, estableceremos la diferencia principal entre el primer concepto (Absoluto) y el segundo (Dios) –siguiendo a  Guitton-, por una superior y elevada riqueza de este último que se ha de basar en una apreciación de singular importancia, a saber: el principio fundamental (original) y permanente: Absoluto, se verá ampliamente enriquecido por la idea segunda que apuntábamos de Dios, porque este evoca a “Alguien” (Entidad Personal) a quien cabe nada menos que la posibilidad de dirigirse.

Veremos si con este posicionamiento anteriormente referido estamos en condiciones de distinguir para nuestros propósitos expositivos, entre los ámbitos inevitables del panteísmo respecto del (decíamos, muy singular) aportado por el teísmo, e intentar dilucidar de todo ello si tiene posibilidad de prueba el teísmo al que se refiere Guitton y rechaza (en esta en esta precisa ocasión) abiertamente Hawking. La óptica panteísta no hace sino constatar y poner en evidencia nuestra humana insignificancia, la cual basa su existencia al hilo, o, mejor, en virtud de su ignorancia sobre si el individuo –el yo mismo-
observador del mundo y de sí, pertenece o no al Absoluto, en tanto que, en cuanto tenga de ello conocimiento y se reconozca en Él, parece claro que dejará de existir como identidad individual para ser en el Absoluto. La diferencia con la perspectiva teísta radica en que esta no define su trascendencia en relación con la totalidad (Absoluto), ya que esta no es divina: Dios es trascendente, personal, libre, creador… En este sentido cualquiera (positivista o no) es creyente, por deducción lógica, en el Absoluto. Puede concluirse que el ateo es en realidad un teísta que ha dejado de creer en Dios e imagina no creer ya más en el Absoluto. Si quisiera reflexionar, comprendería que dejando de creer en Dios se ha puesto automáticamente a creer en una de las formas del absoluto no personal.[2] Además, por este singular razonamiento, la observación –positiva- (que en este caso compartiría con Hawking) de determinadas características de contingencia manifiestas en el orden del mundo serán, precisamente, las que llevarán a aquel (a Guitton) a creer en Dios (pues se vierten interpretables mediante unas constantes y leyes universales que ordenan y dan sentido al universo). En verdad, desde esta apreciación, se parte del escepticismo más recalcitrante hasta que, este es imposible de sustentarse ante ¡la observación! y la constatación de que existen verdades fundadas (pienso, existo, las matemáticas, las verificabilidad de las leyes físicas…), y será entonces, en virtud de estas, que se ofrece razonablemente deducible la posibilidad de un fundamento absoluto en el que todas ellas se sostengan.

                Aquella interrogante de Hawking (expuestas en, Una breve historia del universo) nos mostraba un posicionamiento racionalmente más equilibrado y, valga la redundancia, equitativamente más razonable; interrogaba: ¿Por qué se molesta el universo en existir?, aunque desde la óptica positivo determinista de la ciencia quede siempre del todo irresoluble. Entonces, a raíz de esta imposibilidad de respuesta, ¿no es razonable y sí redundante el papel de un creador del universo, según establecía Hawking, posteriormente en  El gran diseño?[3]

                Volvemos a hacer referencia a nuestro estupor anteriormente señalado en los post de esta bitácora sobre este tema, cuando, en su afán emparejador del evolucionismo biológico con su visión cosmológica y, sobre todo, con la conclusión de la innecesaria presencia divina para explicar la creación del universo, le lleva a argumentar asombrosa y peligrosamente una disolución heterogénea de los conceptos de creación y evolución en virtud, nada menos, que del fenómeno de la generación espontánea para la explicación de su génesis material de la nada (si es que: ex nihilo nihil fit, «nada surge de la nada»), y de la azarosa contingencia de sucesos que llevó al universo a la situación que hoy conocemos materialmente. No deja de resultar chocante que Darwin (también, Wallace) padre(s) de la teoría evolucionista, se resista(n) a esta visión y entendimiento intencionadamente reduccionista por su improbabilidad, y de que el origen del universo inmenso, sublime sobre toda medida, y el hombre hayan sido fruto del azar.[4]

                El huevo cósmico de George Lamaître, tras el universo en expansión Edwin Hubble y la apreciación (metafórica)  del origen del universo a raíz y consecuencia del Big Ban, no acaba de satisfacer para quienes (como Hawking) exigen una teoría (unificada o del Todo) capaz de explicar con argumentos menos simplistas y con refuerzos matemáticos con los que superar las ecuaciones que no acaban de encajar en la dinámica de estas teorías, mas, será precisamente por esta ambición y audacia por lo que resulta más sorprendente (y decepcionante) esa explicación –espontánea- de su origen, sobre todo en tanto que sería precisamente la propia gravedad inicial la que hizo explosionar y originar (de la nada) el universo, sin aclarar gran cosa sobre la naturaleza de esa misteriosa gravedad original ni de la nada en la génesis enigmática de la cual hubo necesariamente de surgir.

                En cualquier caso cabe interrogarse si este enigma es uno, si no el principal, de los orígenes de la manifiesta y actual antinomia ciencia-religión. Se verá en próximas entregas que muy bien no tiene porque ser el eje que vertebre tan vetusta como apasionada y apasionante discusión.



Francisco Acuyo




[1] Guitton, J.: Mi testamento filosófico.
[2] Ibidem.
[3] Hawking, S.: El gran diseño.
[4] Charles Darwin.

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Entre los dioses de Jean Guitton y Stephen Hawking, Francisco Acuyo

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